Opinión Internacional

Globalización, Soberanía y Terrorismo: El caso del World Trade Center

(%=Image(8216336,»L»)%) Un Caso de Globalización:

El 11 de septiembre de 2001 Estados Unidos sufrió la pérdida de casi 7.000 personas y daños materiales por 40 billones de dólares debido al ataque terrorista a Nueva York y Washington. El número de víctimas civiles norteamericanas por terrorismo entre 1995 y 2000 fue de 77 y las pérdidas materiales no llegaban a 100 millones de dólares. Este salto dramático tanto en vidas como en pérdidas materiales no es solo fruto de una acción deliberada y asilada sino parte de una situación internacional que merece ser analizada y reevaluada.

Aun cuando desde la década de los 70 los movimientos de insurgencia del tercer mundo comenzaron a utilizar blancos del mundo desarrollado en Europa y últimamente norteamericanos en Asia y África para llamar la atención sobre sus causas, no es sino con el inverosímil ataque a las torres gemelas del World Trade Center que Estados Unidos como hegemón mundial es atacado devastadoramente al interno de sus fronteras, en lo que constituye una contundente prueba de una verdadera globalización del terror.

Foros de terroristas y de frentes de liberación, guías y manuales para entrenar terroristas, bases de datos para ubicar personas o negocios posibles blancos de ataques, noticias sobre terrorismo, guías para cometer fraudes con tarjetas de crédito, como hacer explosivos con lejía, etc.. Lo anterior son solo ejemplos de lo que constituye una tendencia establecida en el mundo de internet, donde existe una explosión de páginas electrónicas, incluidas aquellas que promueven el terror y la desestabilización política de gobiernos y países.

Esta nueva realidad que desafía lo que hasta hace poco se consideraba como racional y adecuado en el manejo de la seguridad y en la capacidad de garantizar el orden público, es también una manifestación de la globalización y de ella se nutre. Lo que era el motor infalible de mayor prosperidad y riqueza, pasa ahora a ser una de las fuerzas que pone en peligro los avances y beneficios que en principio aporta. Los mismos instrumentos y mecanismos que han ayudado la paz, a una mayor vinculación entre las personas, a incrementos quánticos en el comercio y los movimientos financieros, ahora son utilizados para avanzar una causa que en el hecho que analizamos ha sido fuente de terror, desolación, tristeza y profunda incertidumbre por parte de los pueblos del mundo, no solo del norteamericano, blanco de este inhumano ataque.

Aquella certeza soberana de las grandes potencias de que podían escoger los escenarios internacionales de acción de acuerdo a sus intereses estratégicos y a los deseos o inclinaciones políticas de sus ciudadanos, muchas veces mediados, por grupos de interés o por cálculos políticos partidistas, ahora cambia para afrontar la realidad de que la globalización no es solo para recoger los frutos de ella, sino que también supone una responsabilidad por las situaciones de inequidad social y económica existentes. Estas generan conductas fanáticas en la búsqueda de una esperanza para el futuro, en la que extremistas y terroristas encuentran en la descomposición social, política, económica y hasta cultural de algunos países, el caldo de cultivo adecuado para iniciar cruzadas del terror como las que hemos presenciado.

Referencias conceptuales a la soberanía:

Una de las razones por la que el Estado nacional surge en las últimas décadas del siglo XV es la necesidad de garantizar un ambiente de paz y tranquilidad que genere y preserve el bienestar de sus habitantes. La génesis del concepto se encuentra en los escritos de pensadores que crearon las bases filosóficas del Estado moderno. Bodin (1) en sus “Seis Libros sobre el Estado” define la soberanía como “el poder absoluto y perpetuo del Estado, eso es, la mayor potencia para gobernar”. Hobbes en el Leviathan (2) considera ocho derechos y facultades que detenta el soberano. Entre ellos destacan la obligatoriedad de los súbditos de cumplir con los preceptos, leyes e ideas en que se basa la pertenencia y obediencia a un soberano o sufrir las consecuencias punitivas de su conducta (tercero); la imposibilidad de protestar por los actos del soberano aún cuando se consideren injustos (cuarto); el soberano no puede ser enjuiciado o sometido a penas por sus acciones (quinto); el soberano define cuales doctrinas y opiniones son aceptables, tiene el derecho a la censura y la facultad para regular y actuar en contra de aquellos que irrespeten sus decisiones (sexta); el definir el derecho de propiedad y el derecho de confiscación por necesidad o utilidad pública (séptimo) y por último el derecho de juzgar y decidir en las controversias que surjan. Finalmente para su logro ejerce el monopolio del ejercicio del poder con la militia.

Hugo Grocio en 1625 define en su tratado “De Juro Belli et Pacis” relacionado a la guerra y la paz, los elementos esenciales del Estado y de la soberanía, y Rousseau(3) en su “Contrato Social” establece que la razón del Estado es el bien común en contra de los intereses particulares de sus habitantes. Basándose en eso, la soberanía es la expresión de ese contrato social en el que los individuos sacrifican algo de su libertad y por lo tanto es un hecho inalienable e indivisible.

Basado en estas interpretaciones históricas, nace el Estado de hoy, el cual ha evolucionado en un proceso de codificación permanente. Mantiene inalterado el monopolio del uso de la autoridad y fuerza en su territorio, sin excluir su posibilidad de su uso fuera de este bajo amenazas a su seguridad y en defensa de sus ciudadanos.

Este poder casi ilimitado del Estado, definido por Jean Bodin como “el poder sobre ciudadanos y sujetos que es supremo y por encima de la ley” no existe más. El ser humano ha asumido un papel protagónico que ha sido complementado por fenómenos como Internet que permiten el libre flujo de información sin que exista medio tecnológico que lo impida o limite. Por otra, la explosión en las telecomunicaciones y el libre acceso a la tecnología y al conocimiento, amén de la facilidad de movimiento internacional crean una vulnerabilidad extrema en el mundo de hoy. El resultado es que el ciudadano, que es donde reside el poder soberano, tiene capacidades inmensas de acción y reacción que lo alejan con facilidad de la larga mano del estado.

Jens Bartelson (4) realiza un profundo análisis del concepto de soberanía, considerado las razones axiomáticas de su génesis y que por lo tanto determinan su futuro. Según este autor el concepto de soberanía no es esencial sino contingente, es decir, es parte de la complejidad del sistema conceptual que constituye tanto la realidad política del Estado contemporáneo como nuestra comprensión del mismo. Lo interesante es que ese sistema de valoración de la realidad política descansa a su vez en el mismo concepto de soberanía, al traer un orden a la realidad política y dividirla en dos esferas distintas de acción y pensamiento en la que cada una implica a la otra. El hecho de contingencia significa que la soberanía no es esencial en el sistema político existente pero es un hecho real, factual, con raíces históricas que la han hecho presente y tan profunda que tratar de eliminar su esencialidad es una tarea compleja y difícil. Su existencia esta atada al conocimiento político contemporáneo por lo que no puede ser disociado del mismo.

El desarrollo de este concepto en la civilización occidental es resultado tanto de la práctica como de la necesidad de proyectar lo que era la esencia del poder en la génesis de la organización política: el soberano, aquel que manda y dirige, el que decide, que en perspectiva histórica era un directo representante de Dios, en alianza sacro-santa con la religión. En vista de la necesidad de hacer comprender bajo qué obediencia se encontraban los pueblos bajo su mando, es que se establece el concepto de soberanía: una derivación práctica de los límites del poder que era necesario proyectar para crear un orden inexistente hasta la época.

El avance del concepto se da cuando el hombre, no el soberano, comienza a ser el verdadero participe de la vida política y el poder sacro-santo es sustituido por un orden más orgánico y trascendente. Ese orden basado no en lo divino sino en lo humano es lo que lleva a los Estados occidentales modernos a definir la esencia del concepto de soberanía como una fuerza de protección y de proyección, que permite la síntesis de contradicciones y de realidades en un proyecto más estable. El “Gobierno de Dios” es sustituido por el “Gobierno” centrado en normas, leyes, costumbres. Se obtiene como destilado final un contrato social tácito en el que se asimilan las diferencias sociales y culturales, se crean los pactos sociales resultando en la nacionalidad, concepto unido al de soberanía, y mediado a través de una relación entre ahora ciudadanos y gobernantes, constituidos estos en legítimos representantes de los primeros.

Es en ese momento, cuando el hombre común sustituye a los “reyes y monarcas” como centro del poder soberano, que se vuelve sujeto activo y objeto de conocimiento, maneja la realidad y la determina. Con la sustitución de conglomerados por estados organizados, se crea un sistema internacional, que refleja la misma necesidad de orden que surge al interno del estado. El concepto de soberanía pasa a ser central como explicación practico – filosófica de las razones de ese orden.

De hecho, el concepto de soberanía no ha sido inmutable ni se ha mantenido sin cambios. La soberanía que se vivió hasta el siglo XV, influida por consideraciones religiosas, no es la misma del siglo XIX. Aquella que surge en el siglo XIX con el incremento en el comercio y el fortalecimiento del estado-nación no es la misma del siglo XX con la aceptación cuasi-universal de la democracia, advenimiento de la revolución de las comunicaciones, del comercio, de las finanzas, es decir, con el último proceso de globalización masiva que ha experimentado nuestro planeta. El concepto se ha transmutado, no necesariamente en los designios de los gobiernos y estados, sino más bien en la percepción del “soberano” que es en definitiva el que acata o no las limitaciones a su acción.

El resultado es que la división entre lo nacional e internacional, producto de las dificultades de vinculación entre los pueblos y naciones y que de hecho fortalecía el concepto de soberanía, se ha hecho más tenue y la existencia de superposiciones entre ambos ha cambiado el énfasis del concepto de soberanía a otras áreas de acción; si a este hecho de mayor vinculación le añadimos la ausencia de un orden internacional a partir de la caída del Muro de Berlín, con cambios importantes de las reglas de comportamiento aceptables por todos los actores del escenario internacional; si además observamos la nueva manera con que los nuevos actores se conforman, nacen y actúan, nos encontramos con una realidad que es favorable a la existencia de acciones de terror como las apenas ocurridas.

¿Finalmente el Choque de Civilizaciones?

Visto lo anterior, la complejidad que afrontamos es tremenda. Sin embargo, si asumimos que existen otras culturas que no son las occidentales, donde la relación de poder entre soberano y Dios se mantiene como forma de gobierno, pero en este caso, la contradicción se crea al establecerse la necesaria vinculación con el sistema internacional para preservarlo y mantener inmutable el interno de esos estados, el panorama luce más complicado.

Si le añadimos además que el código de conducta de esos países y poblaciones esta bien normado, esta definido que es y que no es aceptable, los enemigos están ancestralmente identificados, existe una conciencia individual y colectiva que se refuerza con un orden religioso que en algunos casos se disocia del poder real, nos encontramos con fuerzas en choque permanente que indudablemente buscan respuestas a sus inquietudes como seres humanos.

Para complementar, el avance de las comunicaciones y la mayor riqueza del mundo musulmán ha permitido mayores posibilidades de peregrinaje a Mecca y el consiguiente fortalecimiento de la fe y de los lazos de comunicación entre musulmanes de diferentes países. Esto ha permitido una mayor unión y vinculación, sin importar que vengan de China, de Filipinas, Estados Unidos, Indonesia, Malasia, Europa, Senegal o Bangladesh por solo nombrar algunos. La mayor relación ha favorecido la creación de algunas organizaciones musulmanas como la Conferencia Islámica, que no tiene parangón en ninguna otra religión del mundo.

Ese cuadro se puede observar en muchos de los países musulmanes, que en su organización y concepción entran en contradicción entre una idea de bienestar basado en los estándares de occidente, pero con un rechazo a sus valores y formas de gobierno. En ellos existe una lucha entre seguir siendo lo que deben ser, pero poder avanzar en sus aspiraciones como individuos y pueblos. Allí se da la disfuncionalidad de comportamiento que generan las acciones terroristas que hemos presenciado, que no tienen justificación, pero que tienen causas reales.

La esencia práctica del concepto de soberanía es que para una visión socio – política de un musulmán tradicional, donde el estado existe como una organización que se justifica para cumplir con los preceptos de su religión y en la que en los gobernantes son responsables de los designios del profeta, el concepto de soberanía, territorialidad, nacionalidad, acción y posición están supeditados al Corán. Bajo esa concepción, el mundo musulmán es uno sólo, aún cuando existan las definiciones nacionales en cada uno de ellos. Existe una diferenciación más tribal, grupal que nacional.

Cabe preguntarse, ¿cual es el aliciente para un musulmán tradicional que crea que sus creencias no se compaginan con el orden político que lo gobierna?. ¿qué siente cuando percibe que esa estructura política existe para respetar las reglas de comportamiento internacional basadas en conceptos políticos occidentales?.

De hecho, para el Islam lo importante no es el “estado” definido en términos territoriales sino más bien la fe, definida en términos de pertenencia religiosa. Desde ese punto de vista, el califato más que una entidad política es una realidad religiosa que manifiesta el poder terrenal de la fe en el sultanato. El estado de organización final sería el Ummah o la gran fe, que es la gran fuente de lealtad y compromiso del musulmán, la promesa del profeta. Las sociedades del Golfo Pérsico tienen dos pilares fundamentales: el tribalismo, conformado por la familia y el clan, por un lado y la religión. Esas fuerzas son las que presentan factores de cohesión basadas en tradiciones, costumbres, ritos, creencias y sistemas jerárquicos. Las divisiones políticas existentes fueron, tal vez salvo el caso de Persia, que tiene una cultura diferente y propia, el resultado de designios del imperialismo europeo que decidieron fronteras arbitrarias.

De hecho, el sueño del Pan-arabismo, una sola nación árabe bajo una sola fe, el Islam, es un concepto occidental en tanto y cuanto tal unidad político territorial no tiene justificación práctica y hasta es contradictorio desde el punto de vista teológico – filosófico del Islam. La idea de un estado soberano es incompatible con la “soberanía” que ejerce Allah y la primacía del Ummah.

¿Cuál es la razón que entonces impide lograr un nuevo califato o del Ummah si existe tal fortaleza entre las naciones musulmanas? La respuesta es que existen países que compiten en el Islam por ser el centro del Ummah. La propia existencia del Ummah presupone la desaparición del concepto de nación – estado, y ninguno de los estados en competencia desean que sea otro el centro de este movimiento. Si analizamos algunos ejemplos nos encontramos que:

• Arabia Saudita tiene el poder económico, la custodia de los lugares sagrados y la tradición, pero no tiene el liderazgo político debido a lo pequeño de su población y vulnerabilidad territorial que le hace tener vinculaciones con occidente.

• Irán, tiene la fortaleza estatal, el tamaño y fortaleza económica, pero es parte de una ramificación minoritaria del Islam, los shiitas.

• Egipto tiene el peso político, ubicación geográfica el desarrollo cultural, la institución de aprendizaje islámico de mayor importancia, la fortaleza estatal, pero carece de la fortaleza económica.

• Situaciones parecidas ocurren con Pakistán y Turquía (que es un estado secular buscando mayor vinculación con Europa) aunque este último tiene la mayor potencialidad por historia, ubicación, fortaleza económica y social para asumir ese papel.

El lector podrá considerar que todo el razonamiento anterior buscando una explicación a un acto “irracional” es fútil. Sin embargo, el hecho puntual y básico es que los avances en la vinculación entre personas y el traspaso del poder del gobierno al individuo que se da con la globalización genera un protagonismo que se ejerce de acuerdo con la visión y valores que cada quien tiene.

En este caso, son los valores religiosos del Islam. Puede ser que para otras culturas o conglomerados humanos sean los derechos humanos, o el medio ambiente, o la paz, o la especulación financiera. Como podemos observar la globalización también llegó al poder de los que estaban ausentes o no participaban en las decisiones que afectaban su destino. Ahora tienen la forma de vincularse y hacerse oír con una fuerza que no tenían antes.

Además, el Islam es una religión donde la guerra santa, el Jihad no es una decisión política sino una responsabilidad individual. Basta que alguien sienta que sus creencias están siendo amenazadas para que tenga la obligación de actuar. Es una concepción “extremista e irracional” a los ojos de occidente. Pero existe y pareciera que cada día tiene más adeptos.

Es decir, no son las cruzadas del siglo XI, donde una Europa cristiana fortalecida trata de defender su posición y de reconquistar de sus postrimerías a un imperio que se desvanecía como el Bizantino, en lo que fue una lucha contra una fe que se expandía agresivamente, que había llegado a Madrid, controlaba Andalucía, Sicilia y el norte de Africa. Aún en 1529 el Imperio Otomano avanzaba amenazadoramente y mantenía en estado de sitio a Viena. La guerra entre la fe cristiana y aquella islámica ha existido por siglos. Es a partir del siglo XVII en que realmente se empieza a tener cierto nivel de paz, motivado principalmente por el debilitamiento del Imperio Otomano, no de la fe.

Es en pocas palabras la revolución silenciosa que el mundo no ha querido escuchar, que la provocan gobernantes que no responden a lo que el soberano considera son sus obligaciones religiosas. Que es alimentada por el conflicto árabe – israelí que se mantiene sin que hasta ahora exista fuerza ni razón que pueda mediar en su solución.

Escribe Henry Kissinger (5) que la incapacidad de solucionar el conflicto Árabe – Israelí tiene que ver con razones prácticas y religiosas, en la que en un pequeño espacio de tierra se discuten aspectos que están en el centro de los valores de ambas civilizaciones. Interesantemente nota que en las últimas acciones de paz desde el Tratado de Oslo, el Presidente Clinton estaba tan interesado en lograr un acuerdo que abandonó el papel de mediación que tradicionalmente habían jugado su país al presionar por un acuerdo en base a propuestas hechas por los Estados Unidos.

Expresa que este hecho, dejó a un lado la estrategia de tercero neutral de los Estados Unidos en las negociaciones. En esas ocasiones ese país obviaba su papel de “protector” o garante de la seguridad de Israel para que el diálogo fuese más equilibrado. A partir de ese momento y a pesar de que se reunió con Yasser Arafat más que con ningún otro líder del mundo, la credibilidad de los Estados Unidos se diluyó. Tanto así que las expresiones de Arafat sobre el señor Clinton son bastante despectivas. ¿Podrá ser esa una de las razones detrás de los ataques a los Estados Unidos?

Por supuesto que hay otras razones. Como la existencia de una crisis social y económica que afectan al mundo árabe y generan un peligroso caldo de cultivo social. La respuesta de otras culturas en crisis puede ser la violencia individual que lleva a la criminalidad como manifestación disfuncional de la insatisfacción por el estado de las cosas. Así lo ha visto ocurrir América Latina y África. En el caso de los países árabes, parecería ser la vuelta al fundamentalismo como respuesta no más benévola, sino como condicionante cultural de comportamiento.

Según Samuel Huntington (6) existe un choque de civilizaciones. Este choque se con la dominación que existe por parte de la llamada civilización occidental, que proyecta un declive sostenido en algunos aspectos. Las siguientes cifras sirven de comparación:

Indicador

Civilización

  Occidental (7) Islámica
  1920 1993 1920 1993
Territorio 48.5% 24.2% 3.5% 21.1%
Población 48.1% 13.1% 2.4% 15.9%
Producto territorial bruto (8) 64.1% 48.9% 2.9% 11.0%
Poder militar 48.5% 21.1% 3.6% 20.0%

Para Huntington el mundo sufre un proceso de “Indigenización” que en pocas palabras significa el regreso a sus raíces, motivado primordialmente por el desgaste del propio sistema de valores, por la incapacidad de las potencias de usar el poder de manera irrestricta en un sistema internacional más proclive a la paz y por la transferencia poblacional masiva de las zonas rurales a las urbanas.

Se trata de un regreso, como un “boomerang”, donde en la primera fase las elites asumieron los valores de la cultura occidental como propios en la formación de sus estados nacionales. El factor religioso pasó a segundo lugar ante la imperiosa necesidad de consolidar lo que sería el futuro de un “estado y cultura nacional” a semejanza de aquellas occidentales, en la que la modernización económica y social parecían respuestas suficientes a las expectativas de la población, en lo que se volvió un estado secular en una sociedad dominada por el factor religioso.

En la segunda fase se fortaleció el sistema local de formación de elites, con un contacto limitado con la metrópoli. La realidad local generó presiones crecientes basadas en el factor religioso y en la creciente incorporación de la población rural a la sociedad activa, lo que da como resultado que las nuevas elites se vinculen más con la cultura autóctona local y nacional.

Lo anterior es la expresión práctica de lo que Gilles Kepel definió como “La Revanche de Dieu” y que no es un fenómeno exclusivo del mundo musulmán, sino que se ha visto a lo largo y ancho del mundo. Resulta que el nivel de expectativas creado por una asociación cercana con occidente, alimentado por altos ingresos producto de la venta de petróleo en la zona del Golfo Pérsico y Medio Oriente (y en este caso hacemos una diferenciación entre los musulmanes árabes y aquellos de otras étnias y lugares del mundo) y la promesa no realizada de un bienestar sostenido y universal para todos, genera procesos de frustración colectiva donde el modelo occidental pasa a ser el culpable de las expectativas no cumplidas.

Además, los efectos negativos de la modernización que crea cambios en los patrones sociales, de lo rural a lo citadino, generalmente deja sin raíces o puntos de referencia a grandes contingentes de ciudadanos. Estos necesitan puntos de identidad que encuentran en la religión.

Este proceso de “re-islamización” viene de abajo, de las raíces del pueblo, hacia arriba, y termina afectando directamente la estructura de poder y a los gobiernos. La percepción errada de que se trata de un grupo de Mullhas que presionan y oprimen a la población, no es la más correcta en la medida en que la acción de los líderes religiosos viene sustentada por una masa de apoyo suficiente para crear presión sobre los que difieren de ella. También es errada la percepción de que la finalidad de estos movimientos es el regreso al pasado, rechazando el desarrollo y la modernidad. Más bien se trata de “islamizar la modernización” tratando de hacerla más coherente con los principios de esta religión. Un ejemplo interesante es el de Irán, donde se dio un proceso de reafirmación religiosa extrema para luego avanzar a niveles crecientes de participación y derechos humanos más occidentales que no se consideran en contradicción con los musulmanes. Ese equilibrio que se ha dado también en otras regiones del mundo debería ser un caso a analizar para poder generar parte de las respuestas necesarias.

Otro de los problemas es la existencia de regímenes que asumen poderes absolutos que impiden la participación social, manteniendo una relación privilegiada con occidente y limitaciones religiosas sutiles que impidan un poder creciente de la jerarquía musulmana que presione a su vez por cambios políticos y profundización del Islam.

Huntington habla de una “Occitoxicación” de esas sociedades que les lleva a rebelarse contra los valores y formas que occidente propone y que van en contra de su visión del mundo. El autor resume los siguientes factores como las causas del creciente conflicto entre el Islam y occidente:

1. El crecimiento de la población musulmana ha generado altos niveles de jóvenes desempleados e insatisfechos que se han vuelto reclutas de las causas islámicas, ejercen presión en sociedades vecinas y emigran a occidente.

2. El Resurgimiento Islámico le ha dado a los musulmanes una confianza renovada en el carácter distintivo y en el valor de su civilización y de sus valores en comparación con aquellos de occidente.

3. Los esfuerzos simultáneos de occidente de universalizar sus valores e instituciones, de mantener su supremacía militar y económica y de intervenir en los conflictos que se han generado en el mundo musulmán ha creado un profundo resentimiento entre los musulmanes.

4. El colapso del comunismo eliminó un enemigo común de occidente y del Islam, dejando a ambos con la percepción de que cada uno es la mayor amenaza del otro.

5. El mayor contacto entre musulmanes y occidentales ha estimulado en ambos un nuevo sentido de identidad propia. La interacción y mezcla han exacerbado las diferencias acerca de los derechos de una civilización en un país dominado por miembros de la otra civilización. De hecho, la tolerancia entre ambas sociedades ha declinado a partir de finales de los años 80.

Para algunos, la confrontación ya comenzó, los hechos del 11 de septiembre pueden ser la primera prueba de una ofensiva abierta de una civilización contra otra.

La amenaza del terrorismo y sus posibles respuestas:

Lo sucedido en el World Trade Center refleja que aquellos preceptos de seguridad hasta ahora existentes se quedaron atrás en su utilidad como lo fue el telégrafo o el telex. Definiciones como las zonas de exclusión aérea eran válidas en base a una tecnología que ha sido sobrepasada. Sin ser experto en el tema, en una exclusión de 20 millas que probablemente exista en Nueva York (seguramente menos por la cercanía de tres aeropuertos a la ciudad), un avión a 600 millas por hora sólo tardaría de 3 a 4 minutos en llegar al centro de la ciudad. Este lapso es insuficiente para realizar la primera advertencia al avión, avisar a las autoridades militares y lograr el despegue de fuerzas de defensa para interceptar al trasgresor.

De hecho, en el caso del Pentágono, donde se suponen medidas extremas de seguridad aérea, la defensa aérea respondió 15 minutos después del ataque suicida. Como se puede ver, una acción de soberanía aérea en un radio tan reducido es imposible. De hecho, hasta el 11 de septiembre sólo 14 aviones F-16 apoyaban el control de tráfico de aéreo. A partir de esa fecha más de 100 aviones F-16 se encuentran en esas tareas y se ha establecido una comunicación constante entre autoridades aeronáuticas civiles y militares.

Pero más allá de esas consideraciones prácticas, y como lo escribió en una carta pública Orianna Fallaci (9), la mayor vulnerabilidad de occidente y en especial de los Estados Unidos es su libertad, la igualdad de los ciudadanos, la posibilidad de ser diferentes y aceptar la diferencia de otros, el libre acceso al conocimiento, la ausencia de un estado policial que cheque y escudriñe la vida privada o que legalmente señale a alguien por su raza, la religión o el lugar de residencia. No es un sistema perfecto pero es un régimen de libertades en el que una persona con una navaja puede abordar un avión y en el que alguien puede adquirir legítimamente un arma para su defensa basado en el pacto colectivo de convivencia pacífica que existe.

La respuesta no se trata por supuesto de crear un estado policial, donde se limiten las libertades individuales que son la esencia de la democracia occidental y en especial de los Estados Unidos. Esta es la razón de ser de ese país, es esencial a su forma de vida.

Lo anterior nos lleva necesariamente a volver de nuevo a la soberanía y su efecto en el papel tradicional del Estado. Walter Wriston en su libro Twilight of Sovereignty(10) expresa que el concepto de soberanía tal como fue establecido en los siglos XVI-XVII se fundamentaba en el concepto de territorialidad como la base del Estado en su proceso de control y regulación. Sin embargo, a pesar de que el territorio continúa siendo uno de los elementos principales del Estado nacional, su importancia en la definición de soberanía decrece en la medida en que cambios tecnológicos como la revolución de la información, de las comunicaciones y de la informática hacen más difícil y complejo ese control. Es por ello que el concepto de soberanía, basado en este elemento, está en indudable proceso de cambio.

Los países que fallen en reconocer esta nueva realidad, en la que los avances tecnológicos están introduciendo elementos que limitan y cambian su capacidad para controlar e influir en sus propias sociedades, economías y territorios, tendrán graves dificultades para poder garantizar no solo su gobernabilidad, sino que perderán la capacidad para generar el anhelado bienestar de sus poblaciones. De hecho, no solo la creación de las condiciones necesarias para el empleo suficiente y la actividad económica, sino el establecimiento de un clima político y social que sea aceptable por los factores económicos de este mundo globalizado, son elementos que limitan la capacidad de los estados de ejercer su soberanía de manera irrestricta. La pregunta sería: ¿quién está en capacidad de detener el tren o de reversar el proceso de globalización de manera que exista un mayor control que permita la lucha contra el terrorismo? Tal vez la respuesta esté en la propia tecnología.

Pensar en una guerra convencional contra los llamados “estados parias” (Irán, Irak, Afganistán, Libia, Sudán, poblaciones palestinas en el Líbano, Israel y Jordania, así como cualquier otro país que se sume a una guerra santa masiva) es costoso, insostenible y devastador no solo para Estados Unidos sino para el mundo. Si se considera que los EEUU debió utilizar en la guerra contra Irak el 75% de su fuerza aérea activa, 42% de sus tanques de guerra modernos, 46% de sus portaaviones, 37% de sus tropas terrestres y 46% del personal de infantería de marina (11) , podemos observar que un reto mayor, masivo y sostenido es militarmente imposible de ejecutar con armas convencionales. A eso no se le añade las fuerzas que aportaron otros miembros de la coalición que se formó. Aparte de eso, el efecto sobre el flujo de petróleo sería absolutamente negativo y pondría en peligro la factibilidad energética y económica del mundo.

El reto es entonces como entrar en un proceso de concordia que refleje un balance entre una condena inequívoca en contra del terrorismo, que signifique la ausencia de cuartel en la lucha contra este y una respuesta a la visión cultural de la civilización islámica que permita su desarrollo armónico con otras civilizaciones del planeta, en una relación de igualdad y respeto mutuo, de aceptación y tolerancia.

Un buen punto de inicio podrían ser las reflexiones contra el terrorismo que hizo el United States Institute of Peace (USIP) (12) cuyas recomendaciones presento de manera resumida:

° La naturaleza de la disputa es importante. Las campañas terroristas basadas en aspectos étnicos – religiosos pueden ser más difíciles de resolver de una manera definitiva que aquellas de carácter político debido a que frecuentemente disfrutan de un soporte mayor entre la población que esperan representar.

° La violencia política por si misma pocas veces logra sus objetivos, pero puede algunas veces hacerlo en conjunción con una acción política menos violenta. Es decir, la violencia generalmente ayuda a que porciones de población que se mantienen al margen asuman posiciones.

° Detener el terrorismo y enjuiciar a los terroristas puede ser insuficiente para finalizarlo, especialmente cuando una existe una gran población que lo apoya. En estos casos, una solución negociada puede ser la única vía.

° Una de las mejores estrategias a disposición de un gobierno puede ser dividir a los pragmatistas de los radicales. Estos esfuerzos pueden disminuir el apoyo público a los terroristas y con ello eliminar o reducir la fortaleza de la base de apoyo desde donde operan. Este es el caso del IRA y la OLP: con las negociaciones se ha logrado preservar la posibilidad de soluciones prácticas y se mantiene una clara diferencia sobre el significado de las dos vías.

° Realizar concesiones a las causas defendidas por los terroristas puede causar el rechazo de aquellos que consideran que el “terrorismo ha sido recompensado”.

° El inicio de los procesos de paz deben ser bien calibrados. Idealmente deben comenzar en un momento en que el gobierno es fuerte y la organización terrorista está atravesando un período de introspección.

En el caso de Venezuela tenemos una situación que debe ser estudiada con realismo y sin pasiones innecesarias. Las líneas de acción de la política exterior trazadas por el gobierno del Presidente Hugo Chávez se refieren a la creación de un mundo multipolar y al desarrollo de relaciones con los países del mundo en la búsqueda de la paz, la integración y el desarrollo. En este caso, el resultado de este ataque lleva a la tentación de recrear un mundo bipolar, ya no basado en posiciones ideológicas que tenían que ver con el régimen de libertad, de economía y desarrollo sino sobre la base de una bipolaridad entre buenos y malos. Entre el Islam y Occidente. Como en toda dicotomía existe la falla de ignorar el centro, de obviar los principios y asumir las posiciones en una división del mundo que puede llevarnos por caminos irracionales.

Es por ello que la posición de principio establecida por nuestro país en la que no estamos a favor o en contra de Estados Unidos sino en contra del terrorismo, venga de donde venga, es una de fortaleza y liderazgo. Significa valorar antes de actuar, significa apoyar con conciencia, sin los ojos cerrados, significa asumir el reto de la serenidad cuando el mundo siente frustración y rabia.

Sin embargo, el reto va más allá: se trata de tratar de influir en la creación de un clima de diálogo, entendimiento y concordia en el mundo, tratando de expresar que Venezuela abraza una cultura de paz como política pública que nos lleva a participar como factores activos en la creación de ese renovado diálogo político internacional. Venezuela puede ser un factor positivo en ese puente necesario entre occidente y el mundo islámico.

Sin permitimos que se confunda el deseo de nuestro país de un mundo multipolar como una contraposición a un país en específico, o como un reto a una visión o forma de vida, y no se entienda que es más bien un complemento democrático que proyecte la posibilidad de que los pueblos de la tierra puedan buscar el destino que desean, que les permita crecientes niveles de satisfacción y el libre desarrollo del potencial propio; estaremos dando un aporte a la concordia internacional y permitiremos que los extremistas y terroristas no tengan excusa alguna para amedrentar a la humanidad. En ese momento los terroristas no tendrán lugar seguro, serán exterminados de la faz de la tierra: el ambiente de paz los aniquilará.

Notas:

1- William y Alan Ebenstein, Great Political Thinkers, 5th ed., Harcourt Brace College Pub., Florida, 1991, pp.389
2- Ebenstein, Op.cit., pp.414.

3- Ebenstein, Op.cit., pp.513
4- Jens Bartelson, A Genealogy of Sovereignty, Cambridge Studies in International Relations, Cambridge University Press, Cambridge, 1995.

5- Henry Kissinger, Does America Needs a Foreign Policy?, Simon & Schuster, NY, 2001
6- Samuel Huntington, The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order, Simon & Schuster, NY, 1996
7- Se refiere a Europa, Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda.

8- Se refiere a 1950 debido a la ausencia de datos confiables antes de esa fecha.

9- Oriana Fallaci, Carta Publicadle 29 de septiembre de 2001, enviada por internet por mi amiga Lic. Madaih Hernández.

10- Walter Wriston, Twilight of Sovereignty, Macmillan, New York, 1992
11- Samuel Huntington, Op cit.

12- United States Institute of Peace, Special Report: How terrorism Ends, May 1999.

*Cónsul General de Venezuela en Puerto Rico, Funcionario de Concurso del Ministerio de Relaciones Exteriores (1984), Licenciado en Estudios Internacionales (1983), Postgrado en Diplomacia de la Universidad de Oxford, Gran Bretaña (1986), Master de Gerencia en la Universidad de Boston (1992), Investigador Asociado en negociaciones internacionales en el Instituto para el Estudio de la Diplomacia de la Universidad de Georgetown, Washington, DC (1995-1998). Director de la Oficina de Análisis y Planificación Estratégica en el Despacho del Ministro de Relaciones Exteriores (1999-2000). Se desempeñó como diplomático en Italia y en la Organización de Estados Americanos. Ha participado en conferencias especializadas y ha publicado más de veinte artículos sobre la política exterior y negociaciones.
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