Opinión Internacional

Gobiernos venezolanos acuden al anticolombianismo desde el siglo XX

Ha sido usado no solo por el actual presidente Nicolás Maduro y por el finado Hugo Chávez, sino también por varios gobiernos del siglo XX que cuando tuvieron necesidades internas acudieron a esa bandera para obtener apoyos en sus bases.

Esa actitud tiene un ineludible componente histórico que está relacionado con el hecho de que ambos pueblos tienen una historia común y que incluso, en algunas regiones, no se distinguen las fronteras por los lazos culturales y humanos tejidos durante siglos de convivencia. O ¿qué distingue a un llanero venezolano de un colombiano? ¿O incluso a los wayús que tienen cédula de los dos países?

Pero esa cercanía también conlleva a remarcar las diferencias y rivalidades nacidas de los muy diferentes procesos históricos que los dos países han vivido, como el hecho de que a Colombia se le ‘tache’ de ‘santanderista’ en clara alusión a supuestos complots que el colombiano (Francisco de Paula) urdió contra el libertador Simón Bolívar; y los variados e inconclusos diferendos limítrofes que llegaron a un punto extremo en 1987 cuando embarcaciones de guerra de los dos países estuvieron a punto de dirimir a balazos sus disputas.

O qué decir del tan trillado estereotipo del colombiano andino adusto, serio y poco sincero, contra el alegre, franco y ruidoso caribeño venezolano. Nada que ver con la realidad de que el vallenato colombiano se tomó las emisoras del vecino país, y las ‘big band’ venezolanas se enorgullecían de interpretar los porros del colombianísimo Pacho Galán. No toda Colombia es andina, no toda Venezuela es caribe…

La Venezuela próspera, consumista y moderna de los años 70-80 atrajo a miles de inmigrantes colombianos que cruzaron la frontera en una especie de sueño venezolano para salir de la miseria. Los colombianos sembraron raíces y se hicieron ciudadanos de los dos mundos, pero en unas condiciones dramáticas donde difícilmente se podía conseguir un empleo que no fuera en trabajos domésticos o en labores no bien vistas, o al menos no del todo legales.

El propio Chávez, en una de sus aventuras electorales, les concedió la nacionalidad a varios cientos a cambio del favor de sus votos.

Petare, una popular barriada de Caracas, es una colonia de colombianos ‘venezolanizados’ que ahora también votan por la oposición… Eso crea estereotipos, imágenes mentales y formas de discriminación insospechadas.

En el contexto actual, el discurso comunicacional chavista asocia a Colombia con el imperialismo gringo, el fascismo y la ultraderecha para resaltar la diferencia con su revolución bolivariana, socialista, popular y solidaria que ha sido capaz de sacudir a un continente y que tiene reflejos en Bolivia, Nicaragua e incluso en Ecuador.

Por eso, en momentos de necesidad y de crisis, como el de ahora, Maduro esgrime esa bandera anticolombiana para reafirmar su ideario de izquierda ante su electorado interno como una especie de declaración de principios que le sirve de base para que los chavistas más radicales no lo tachen de blando, y los moderados no pierdan el rumbo.

Colombia, para ellos, es una avanzada del imperialismo internacional y en particular un peón de Estados Unidos en la región. Y en ese discurso encaja perfecto una figura como la del expresidente Álvaro Uribe al que califican de «paraco» y «asesino», en palabras del poco diplomático canciller Elías Jaua, y también las supuestas conspiraciones paramilitares que en palabras del régimen son las responsables de las protestas en el Táchira y en Mérida, lugares de inicio de esta oleada de reclamos que cumple casi un mes y que tiene a Maduro apagando fuegos.

Lo explica bien la ciencia política en el sentido de que cuando hay crisis internas, un conflicto externo no cae mal para desviar la atención y unir en torno al nacionalismo de ocasión.

Cuando le preguntaron a Jaua por las pruebas de las acusaciones contra Uribe en el sentido de que es el líder de la agresión contra Venezuela, le espetó con furia al periodista: «¿Usted es venezolano o colombiano?».

Tanto que la cancillería colombiana, tan moderada y apegada a los cánones de la diplomacia tradicional tuvo que salir a pedir respeto y a defender el nombre de Uribe. «No puede ser que se culpe a Colombia de los problemas de Venezuela», dijo la canciller María Ángela Holguín. «El país merece respeto (…) A Elías Jaua se le fue la mano».

Las destempladas palabras de Jaua vienen justo cuando Maduro le quitó hierro al incidente de la semana pasada cuando no le gustó que el presidente Juan Manuel Santos pidiera diálogo y calma.

Pero la cultura y los lazos afectivos no se fijan en matices ideológicos y al final los pueblos terminan hermanándose por realidades más cotidianas, como la simpatía en Venezuela, por ejemplo, con la selección Colombia de Falcao y compañía, o la solidaridad creciente entre los colombianos por los venezolanos que llegan a buscar una vida mejor.

Porque el fenómeno migratorio actual, en el que cientos de jóvenes empresarios y estudiantes venezolanos buscan salir de su país aburridos porque el chavismo les ha cortado las alas, para instalarse en Bogotá, Barranquilla o Medellín, es diferente al de los colombianos de los 70, pero cumple un objetivo similar: conocerse de verdad para romper el estereotipo y el prejuicio y buscar lo que debe ser el anhelo común de cualquier democracia para sus ciudadanos: la felicidad.

Cada vez que Maduro y su corte reciben aplausos cuando hablan mal de sus vecinos ‘fascistas’ colombianos, lo que se arroja es un desesperado salvavidas para satisfacer el oído de unos sectores que no se han dado cuenta de que el mundo ya giró.

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