Opinión Internacional

Guatemala: antes que esperanza, olvido

(%=Image(2676618,»L»)%)La reciente elección de Alfonso Portillo como presidente de Guatemala para el período 2000-2005, es ilustrativa de la complejidad que caracteriza a la sociedad guatemalteca. El hecho de que Portillo, quien coqueteó con la izquierda durante la década del ochenta, hubiese asumido la candidatura por el Frente Republicano Guatemalteco (FRG), fundado por el tristemente célebre Gral. Efraín Ríos Montt (1), es expresión de la endeblez política que aqueja a los sectores de ‘izquierda’ en Centroamérica y, ¿por qué no?, en Latinoamérica. En todo caso, Portillo ahora viene a ser el elemento más representativo de la amnesia histórica, en uno de los países que sufrió la violencia más descarnada durante la década del ochenta, aunque no él único.

La recomposición de las fuerzas políticas en el período de la posguerra en Guatemala, El Salvador y Nicaragua ha propiciado la fragmentación de los sectores de ‘izquierda’ y la consolidación de las tendencias de derecha en estos países. En cada uno de ellos es fácil encontrar actores de la lucha armada formando fila en las listas de los ‘enemigos históricos’ o, incluso, integrando el tren de gobierno (2) o negociando acuerdos a cambio de favores personales. Estas prácticas catalogadas por algunos investigadores sociales como incongruentes, son avaladas a lo interno de las distintas sociedades bajo la idea de que ello permite la gobernabilidad, cuando lo cierto es que las condiciones socioeconómicas que conllevaron al enfrentamiento armado aun siguen vigentes y sin posibilidades de solución en el mediano o largo plazo.

Pretender explicar la victoria de Portillo bajo la égida del avance del populismo en el continente me parece menos que oportuno, pues las causas, si es que existen, no están referidas a la asimilación social de las propuestas demagógicas del período electoral. Aunque, ciertamente, no se pueden obviar los ofrecimientos de campañas en pos de la formación de una matriz de opinión favorable al candidato presidencial, ello es insuficiente si no existe un ambiente social apto para absorber los elementos discursivos que atacan las fallas del gobierno que se pretende sustituir. Y en el caso guatemalteco, esto fue más que evidente. Ni el FRG ni el Partido de Avanzada Nacional (PAN) enarbolaron un discurso anti status quo, propio de los partidos populistas, pues ambos abrevan en él su cuota de poder.

Lo que evidencia el resultado de las elecciones del pasado domingo 26 de diciembre, es que la sociedad guatemalteca cada día es más conservadora e indiferente para con la historia reciente, y, a mi modo de ver, esto está relacionado con la negación de la pluralidad étnico cultural y el desarraigo sociopolítico de la mayoría de la población. A pesar de que más de la mitad de los moradores desciende del tronco indígena de la familia maya-quiché, durante casi quinientos años han estado al margen de los beneficios sociales, económicos y políticos que han disfrutado los sectores blancos y ladinos (mestizos). Durante toda la vida colonial y republicana las comunidades indígenas han sido la mano de obra barata empleada en las haciendas y las principales afectadas por la ampliación de la frontera agrícola, así como por la represión, por lo que no les ha quedado otra salida que aceptar, no sin oposición, las migajas que les otorga el Estado. Si no, ¿cómo entender el llamado a la calma realizado por el recién electo presidente a las organizaciones indígenas para que se calmen, ya que en su gabinete estarán representados por el vice-ministro de Educación?

Las dádivas reconfortan a los marginados y alimentan la imagen pública de filántropo del funcionario estatal, aunque con ello sólo se logre ocultar una cruda realidad que poco ayuda a superar los niveles de pobreza socioeconómica y cultural de una gran parte de los connacionales. Más aún, cuando los problemas señalados como los más acuciantes son echados al balde de la basura por considerar que atentan contra el sistema establecido. Y esto es, precisamente, lo que ocurrió en Guatemala durante el mes de mayo del presente año cuando todos los partidos, a excepción de las organizaciones exguerrilleras y socialdemócratas que forman la Alianza Nueva Nación (ANN), se opusieron a que fuese aprobada en referéndum la reforma constitucional para garantizar la inclusión de los derechos indígenas, refrendados en los acuerdos de paz.

El triunfo del ‘no’, en el referéndum de mayo, es inexplicable si nos atenemos a recordar que la mayor parte de la población es indígena, pero existen otros elementos de mayor envergadura que permiten afinar la interpretación de los resultados, como es el hecho de que es en estos sectores donde las tasas de analfabetismo son mayores que en el resto del país. Además, los padrones electorales estaban desactualizados. Estos aspectos, que podemos catalogarlos como los formales, son incompletos si obviamos los términos en los cuales fueron estructurados los mensajes y los receptores a los que se les dirigió. En esencia, la propaganda refrescó los temores de la recién finalizada guerra y los sectores medios y la elite comulgaron en enfatizar su proselitismo dentro de las zonas más densamente pobladas: el Altiplano indígena, el que paradójicamente es tenido como referente turístico y responsable de todos los males del país.

En síntesis, las aprensiones bien fundamentadas de las organizaciones de derechos humanos para con Alfonso Portillo y el partido que lo respalda serán difíciles de superar, pues en el FRG militan los sectores más reaccionarios de la derecha guatemalteca, la que de seguro pondrá obstáculos, junto con la institución armada, para evitar que los encausados por las violaciones a los derechos fundamentales del hombre sean juzgados. Además, el pacto de gobernabilidad al cual está llamando el nuevo presidente implica, como bien él lo ha demostrado, el olvido del pasado y la absorción de la disidencia dentro del juego de la democracia a la latinoamericana.

En los países latinoamericanos se ha presentado al sistema democrático como la panacea para resolver todos los males que aquejan a la sociedad, cuando lo cierto es que el balance histórico es muy endeble si tomamos en cuenta que para que dicho sistema funcione hacen falta instituciones sólidas que no dependan de un hombre o del gobierno de turno. Para posibilitar que lo anterior se haga realidad, es fundamental la participación de la ciudadanía en la toma de decisiones y para ello es importante tener una población formada, pues si algo ha demostrado el estudio del pasado es que el único régimen que no funciona entre analfabetos es la democracia. Y, lamentablemente, la mayoría de los habitantes de nuestros países son analfabetas o alfabetas funcionales.

Notas:

(1) El General Efraín Ríos Montt fue el principal responsable, como presidente de la República, de la política de terror del Estado que asoló las áreas rurales del norte y occidente guatemalteco desde marzo de 1982 a agosto de 1983. Durante este lapso desaparecieron del mapa más de 440 aldeas, hubo más de 12.000 muertos, más de 40.000 desaparecidos, 50.000 viudas, un millón de hombres obligados a patrullar, millón y medio de refugiados, un millón de desplazados internos, 250.000 huérfanos y la destrucción forestal de amplias zonas del país profundo.

(2) Salvador Samayoa, quien fuera uno de los dirigentes del FMLN salvadoreño durante la lucha armada, en los actuales momentos es uno de los hombres de confianza de Francisco Flores, presidente de El Salvador, quien es militante del partido ARENA, una de las principales organizaciones de extrema derecha acusadas de fomentar la guerra sucia en la pasada guerra civil. El mayor Roberto D’Aubisson, fundador de Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), está señalado de ser el principal responsable intelectual del asesinato de muchos dirigentes políticos y de Monseñor Oscar Arnulfo Romero el 24 de marzo de 1980.

*Historiador

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