Opinión Internacional

Haití bajo los escombros

En Haití cada madrugada uno puede despertar bajo un canto distinto o un murmullo que crece, pero no del gallo. Aún en medio del dolor la gentes no ha perdido la fe en sus creencias ni el deseo de vivir; a las tres de la mañana uno puede despertar por los cánticos en cualquier campo de refugiados donde los damnificados elevan sus oraciones y voces al cielo, pidiendo piedad a un dios invisibles, pero que está presente en cada día de sus vidas en la pobreza que enfrentan con resignación, que llevan a cuestas como penitencia, pese a que quizá de poco sirva y nunca les abran las puertas del cielo ni elimine el desprecio de sus amos sometidos en 1804 al rebelarse.

Pero también, uno puede despertar por el rumor de las voces que se suman cuando descubren que ha llegado la ayuda a su campamento, que los productos donados por el mundo les salvaran del hambre al menos por un día más. Así, al clarear el día se ve a la gente cargando despensas, llevando en sus cabezas las provisiones, pues es el mejor medio de carga en Haití, o intentando llevar el sacos de 25 kilos de arroz que ha comenzado a ser distribuidos dentro de un programa del gobierno haitiano para alimentar a 400 mil familias durante los próximos 15 días.

Vudú y religión cada mañana se mezclan en Haití y hacen una mañana distinta al despertar. Cada mañana hay un canto nuevo por la vida, agradeciendo al menos continuar viviendo y tener alimentos para prolongarla. Los cantos reflejan la alegría, pero también la desesperanza por la vida perdida, por sus muertos por el terremoto, de los que fueron muriendo lentamente bajo los escombros de edificios y de sus propias casas sin auxilio, sin nadie que los escuchara, de aquellos que su pobreza hizo que nunca llegaran las maquinas ni el socorro para salvarles y se pudren hoy bajo los escombros de Haití.

El milagro no llegó, la retórica de la ayuda suplantó la acción. Era más importante acudir al Hotel Montana para rescatar a los cooperantes internacionales, a los empresarios o funcionarios de la ONU, que tomarse la molestia de distraer recursos en salvar vidas en otro lado; así fueron muriendo uno a uno los miles de haitianos que aún están bajo los escombros de sus casas, de sus oficinas, de escuelas y empresas, de una cerca por donde pasaban; pues las maquinas son insuficientes para remover los escombros y 23 días después del terremoto casi todo está como quedó al día siguiente.

Un amigo con quien estudie ruso hace 30 años atrás en el Caribe, que el terremoto de Haití y la casualidad me permitió encontrar, me contaba que de 43 hospitales que existían antes del terremoto quizá ni el 50% esté funcionando el día de hoy, pues solo el hospital general está dañado en un 40% de su estructura, pero pareciera que nadie se ha molestado en indagar lo que se ha destruido y lo que necesita Haití, con lo cual es aún más difícil atender a los miles de lesionados que sobrevivieron, en medio de una crisis política que cuestiona la legitimidad del gobierno y su relación con los que lo han saqueado siempre.

Mientras, la masiva entrada de dólares está revaluando la moneda local. Mi amigo me señalaba como antes del terremoto la gurda se cotizaba en 42 gurdas por dólar y al día siguiente se apreciaba al cotizarse en 30 gurdas por dólar, apreciándose en 28.6%; posteriormente se depreció en 23% al venderse en 37 gurdas por dólar y estabilizándose en esta semana en 38 dólares, depreciándose en 2.7%.

Pues si bien es cierto que la gurda es la moneda local, los precios se cotizan en un dólar haitiano imaginario, cuyo valor es de 5 por un estadounidense y permite especular con los precios de los alimentos en los pocos restaurantes que quedan abiertos; pero en los centros comerciales donde todo hay y cuyo acceso está restringido por el poder de compra de los ciudadanos, los precios se determinan por la cotización de la curda respecto al dólar.

Así uno puede encontrar una caja de doce huevos con un precio de entre 70 y 52 pesos mexicanos, por ejemplo; mientras que los salarios cada vez son más bajos al aumentar la oferta de trabajo sobre el mercado y contratarse a cualquier precio, al haber colapsado la mayoría de empresas, hospitales e instituciones con el terremoto.

Con ello surge el interrogante de qué hacer con la economía, cuál será el impacto de la ayuda internacional en ella, cuándo los productores del campo ven que sus productos no tienen demanda en los mercados, ya sea porque los más de 200 mil muertos y los más de 100 desaparecidos se reflejan en él o porque no tienen trabajo y es más fácil vivir de la ayuda para destinar el poco dinero en la reconstrucción de sus casas cuando vulva la seguridad y el orden.

Pero lo cierto es que la especulación reina en los mercados de Haití. Todos le ponen un precio a su productos, que no es sino el de la especulación, el de oferta y la demanda,  determinado por la necesidad de cada uno de los compradores y sin duda, esta situación va prevalecer por algún tiempo, quizá dando lugar a que con la entrada de la ayuda internacional y del incremento de los extranjeros, el dólar se convierta en la moneda que determine el precio de los bienes y de la fuerza de trabajo en Haití.

Pero la ayuda por si sola no pondrá fin a la pobreza. Haití es pobre, pero no más humillante que la pobreza de Latinoamérica, tiene la misma cara, los pies descalzos, el sol a plomo y calor, las ropas lánguidas y transparentes en cuerpos estilados no por una dieta de moda sino por la dieta permanente de la miseria, el hambre y el trabajo con el sol a cuestas. Es un país que ante la miseria y los desastres naturales el pudor ha desaparecido, sin servicios higiénicos públicos, sin lugar a donde ir en las calles destruidas de la ciudad, uno puede ver de pronto a una mujer sentada tratando de hacer pipi y en otros caminando mientras evacuan ese liquido del cuerpo.

Sin embargo, discrepo con lo que leo en la prensa y escucho a diario en los medios, no es un país ocupado militarmente por una potencia, solo está de hecho ocupado por la incapacidad de los gobiernos latinoamericanos de hacer frente común ante la tragedia de Haití, de tal forma que hasta los brasileños, encargado de las fuerzas de paz de la ONU, se ven obligados a pedir permiso a los primos en el aeropuerto tomado por asalto y patrullado por cadetes sin modales, quizá asustados por la negritud de este país o por el arrojo de la desesperación de su gente, que por la carencia de agua potable, es capaz de bañarse en las aguas sucias que corren por su ciudad que carece de drenaje, bajo un sol inclemente y la mirada de todos.

Pero el ejército de los Estados Unidos de América no tiene el control de Haití porque así lo planeara, sino porque de nuevo, como a lo largo de la historia de nuestros pueblos, se lo hemos permitido, al llegara tarde con la timidez de sus acciones, pues nunca hubo un contingente de los ejércitos de los países del ALBA ni de UNASUR.

Ojala que aprendamos de esta nueva experiencia y de la reunión del martes próximo de la UNASUR pueda surgir un contingente de al menos 15 mil soldados para reconstruir Haití, igual número que los estadounidense, y se dejara la retórica para otro momento, porque este es el de Haití, pues aún miles de muertos esperan ser sacados de los escombros y este pueblo merece no solo sus muertos, sino vivir con dignidad, la que todos los pueblos latinoamericanos sean capaces de darle.

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