Opinión Internacional

Haití como evidencia

Ha figurado por décadas como el país más pobre y atrasado del continente americano. Superpoblada, deforestada y sometida a dictaduras y cuartelazos, es la quintaesencia de república bananera. Menos evidentes son las causas de tal situación. Invadido por Estados Unidos en 1915 para proteger los intereses del City Bank y la National Railroad, en 1918 le cambió la Constitución, que prohibía la venta de tierras a extranjeros, para que empresas estadounidenses tomaran las mejores. En 1917, se alzó contra la intervención Charlemagne Peralte, asesinado en 1919. La ocupación acabó en 1934, dejando en su lugar una constabulary, ejército indígena entrenado y armado por Estados Unidos para usarlo como guardián de sus intereses. En ese ejército se apoyó la familia Duvalier, que oprimió y expolió Haití durante décadas con el beneplácito de la Casa Blanca.

En 1990, vio una luz el desolado país cuando un cura católico, al frente del movimiento Lavalás, avalancha en creole, ganó las primeras elecciones libres en cien años. El padre Jean Bertrand Aristide asumió el poder entre grandes expectativas, pero poco duró el sueño. Meses después fue derrocado por el ejército con la venia de Estados Unidos y el país fue otra vez sumido en miseria y desesperanza. De poco sirvieron las sanciones y condenas internacionales. Aristide fue invitado a permanecer en Estados Unidos donde, entre agasajos y francachelas, se operó la transformación. Dejó el sacerdocio, se aficionó a la buena vida y se hizo amigo íntimo de sus anfitriones. En 1994, con un mandato del Consejo de Seguridad, el gobierno Clinton intervino en Haití y restableció en el poder a Aristide. Éste gobernó lo justo para organizar elecciones y traspasar el poder a un candidato único, en unas elecciones en las que apenas participó el 20 por ciento de votantes.

Aristide volvió al gobierno merced al resto de imagen que conservaba de lo que había sido. Los haitianos tardaron poco en descubrir que no era el Dr. Jeckyll sino Mr. Hyde. De su compromiso social y solidario quedaba lo mismo que de su sacerdocio. Gobernó desde la corrupción y el nepotismo, sumándose a la larga lista de gobernantes que estafan a sus pueblos y quieren conservar con balas lo ganado con engaños. La revuelta social que vive Haití se ha convertido en un río revuelto donde medran golpistas desterrados y paramilitares, acentuando la disolución política y social del país.

Aunque mucha culpa tiene, no es Aristide el responsable último. El Haití de hoy es resultado de noventa años de intervenciones extranjeras que han desarticulado el país, saqueado sus riquezas y corrompido a políticos e instituciones. El país antillano ofrece el rostro descarnado del imperialismo y los efectos perversos de la injerencia extranjera, que nunca llega para favorecer un país sino para expoliarlo y no quiere su bienestar sino su sumisión. Las instituciones que crea -ejército, gobierno, parlamento- no quedan para defender el país, sino para servir a los intereses del interventor. La intervención produce traumas y fracturas profundas que el intervenido sufre por décadas. Son tantos los ejemplos que sería gratuito recordarlo de no vislumbrarse una nueva intervención, que no será más útil que la de 1994. Permite ilustrar además, para quien aún albergue dudas, el destino que espera a un país como Iraq, cuya situación es similar a la de Haití en 1915. Para que luego digan que la humanidad progresa o que el imperialismo cambia.

(*): Profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Madrid

(*): (%=Link(«http://www.infosolidaria.org»,»Agencia de Información Solidaria»)%)

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