Opinión Internacional

¿Hispanoamérica o Latinoamérica?

He notado que en Estados Unidos de Norteamérica desde hace pocos años a esta parte han ido cambiando la denominación «latino» por «hispano», para designar a aquel que llega a vivir en la vastedad de aquel territorio, aventado por distintos motivos desde estas Indias Occidentales. La reciente denominación responde no a la raza o la tribu sino a la lengua que se habla. Esto me ha hecho recordar la polémica que le da título a este artículo.

En los años setenta se retransmitía un programa de la Televisión Española en un canal venezolano (no recuerdo cuál) que se llamaba Trescientos Millones; aludía al número de hispanoparlantes en el mundo, y se festejaba, con razón, semejante cifra. En apenas veinte años el número ha pasado a ser 350 millones y no para de aumentar. Recientemente la Oficina de Censos de Estados Unidos ofreció unas proyecciones asombrosas: en sus informes se puede leer que para el 2009 la población hispana en Estados Unidos llegará a ser de 40 millones de habitantes, representando 13,6% de la población total del país más poderoso de la tierra. Para el 2050, es decir, ya, será de cerca de 81 millones y representará 25% de la población y, además, la minoría más grande, ya que a partir del 2015 los negros dejarán de ser la minoría principal, una vez que los hispanos la superen en su línea indetenible, entonces los hispanos tocarán el porcentaje de 15%, mientras los negros quedarán rezagados con 13,7%.

Estos guarismos también nos recuerdan que el español es el cuarto idioma, como lengua materna, más hablado en el mundo (en 23 países), ya que es sólo superado por el chino, el hindi y el inglés. Este último, como idioma adquirido, es el de mayor demanda. Por otra parte, las cifras del mercado hispano en Estados Unidos son de un empuje superior a cualquier otra minoría, y ya va siendo costumbre que en las señalizaciones de los estados fronterizos con México y en la Florida el español sea segunda lengua. Al paso que vamos, Estados Unidos de Norteamérica en menos de un siglo podría ser un país absolutamente bilingüe.

De modo que el español, como idioma, está muy lejos de deprimirse, y la importancia planetaria de los que hablamos esta lengua seguirá en aumento, ya que estamos en las zonas del planeta de mayor crecimiento poblacional. Caso contrario al de la mayoría de los países europeos, donde la población ha comenzado a decrecer alarmantemente, y ya las autoridades contemplan la apertura a olas migratorias calificadas, con el objeto de no romper el equilibrio del Estado de Bienestar que se alcanza gracias a los sistemas tributarios eficientes.

Todas estas razones, y muchas otras que el espacio no me permite ventilar, nos llevan a pensar que la manera como se haga llamar la comunidad histórica a la que pertenecemos es importante. La denominación Latinoamérica responde más a patrones tribales que a precisiones geográficas, y esto puede ser excluyente, ya que muchos nacidos en esta patria lingüística del español son hijos de tribus distintas a la latina, y no hay ninguna razón para escoger una denominación que segrega. Si adoptáramos el criterio geográfico, pues nadie por razones raciales, tribales o religiosas quedaría fuera del concepto. Además, la denominación Hispanoamérica incluye un dato fundamental: la lengua y, como bien decía José Antonio Ramos Sucre: «Un idioma es el universo traducido a ese idioma.» ¿Si en el vocablo Hispanoamérica se alcanza la combinatoria geográfica y la idiomática por qué no adoptarlo definitivamente?

Quizás en la propagación del uso del vocablo Latinoamérica hayan influido razones políticas alimentadas desde metrópolis europeas que, a su vez, respondían a esquemas ideológicos que la desaparición de la guerra fría dejó colgando. Si bien es cierto que el término «latino» incluye a los franceses y a otras naciones de raíz latina, no es menos cierto que debilita la fuerza del idioma como catalizador comunitario y, ya se sabe, el idioma es otra forma de patria, como también lo es el afecto. Pero, insisto, el vocablo Hispanoamérica contempla en su seno a todos aquellos que siendo naturales de nuestros países, son herederos de otras razas e incluso de otras lenguas y de distintos valores o creencias. ¿Exagero si afirmo que es una denominación más democrática?

No deja de ser curioso que el nombre para nosotros persista como un problema irresoluto. A lo largo del siglo XX los estadounidenses han vaciado el contenido plural del vocablo América y lo han singularizado, excluyéndonos. Han logrado identificar esta denominación con su territorio y su cultura, quedando la mayoría al margen, como anónimos, sin verbo, ¡vaya metáfora! Pero el equívoco comenzó antes, cuando se denominó al continente como tal y no Colombia, como ha debido ser en homenaje a su descubridor, y no en tributo al sortario cartógrafo florentino de los viajes iniciales.

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