Opinión Internacional

Histeria colombiana

(En 1994, reseñé el entonces mas reciente libro de Daniel Samper Pizano, Lecciones de Histeria Colombiana, en una columna que reproduzco, como expresión de simpatía a un país hermano, a cuya suerte está la nuestra ligada estrechamente y merece solidaridad y apoyo, ahora que está verdaderamente jodido)

Nada ni nadie escapa a su ironía. Desde los jefes indígenas Bocachica, Sugamuxi y Tequendama, “con nombre de hotel”; los chibchas pacíficos y laboriosos que instauraron “la colombianísima costumbre de los políticos de dejar un heredero de la familia en el Gobierno”, o los caribes, como el cacique Temalemeque, cuya derrota estrepitosa a manos de Ambrosio Alfinger se atribuye a su ignorancia de la lengua teutona…

La leyenda negra de su canibalismo es rebatida con el rechazo del jefe Chiquichá a la acusación del conquistador Núñez de Jerez, como “tratamiento discriminatorio, vejatorio y peyorativo que revela la típica alienación racista del pequeño-burgués”; aunque a renglón seguido inventase el manjar de los Riñones al Jerez… ¡! con un fragmento del visitante español ¡!
Reportero al fin, el cronista deja a la evaluación de los historiadores los testimonios de los indios presentes en Guanahaní el 12 de octubre de 1492. Desde la anciana aterrorizada que arrastra a su hija (“Yo no ví nada, yo estaba ocupada en ese momento, señor. Si hubo muertos o heridos, yo no sé nada, yo no ví nada. Mejor camine para la casa, hija”), hasta el policía de guardia en aquella madrugada, que pregunta sorprendido: “¿Desembarco, cuál desembarco?”.

Uno de los prodigios que el autor atribuye al realismo mágico es el arribo a la planicie de Bogotá, “la capital de la impuntualidad”, de tres capitanes exploradores, el mismo día 19 de febrero de 1539, a las 8 y 17 de la mañana, exactamente…

No evade Samper Pizano el periodo de la independencia y refuta las licencias poéticas del Himno Nacional sobre “el varonil aliento de los centauros indomables” (“llaneros casi en pelotas y toscos que atacaban con rabia primitiva y ensartaban sin piedad en sus lanzas al enemigo”), que era mas bien “una halitosis de jaguar, capaz de inclinar a su favor todo combate cuerpo a cuerpo”; y cuando esclarece las razones de Miranda para diseñar la bandera tricolor, con el amarillo que le recordaba los trigales de Ucrania donde había hecho el amor con la Zarina, el azul de los ojos de la duquesa de Beauve-Salambert y el rojo de los labios voluptuosos de lady Priscilla Snowball, y denuncia que los historiadores optasen por interpretaciones menos eróticas.

A Bolívar lo describe como “un venezolano bajito, generalmente jovial pero capaz de echar chispas; mujeriego irredimible, un tantico ególatra, mal hablado, bailarín de los que raspan fiestas y se encaraman en las mesas, aficionado al juego, a contar chistes y a empaparse con agua de colonia; ambidiestro; enemigo acérrimo del cigarrillo, degustador de arepas, excelente jinete, cantante amateur, buen bebedor de champaña, maniático del aseo (llevaba tina de campaña para el baño diario) y estratega militar insuperable”.

Un aporte interesante es su revelación de cuánto molestaba al Libertador la afición de Manuelita por el tabaco, al comentar que “en repetidas ocasiones se sentía como si estuviera besando a Fidel Castro”, y prohibirle que fumara puros en el lecho nupcial; lo que hace del prócer, sin saberlo y siempre según Samper Pizano, el precursor de la moderna cruzada contra el cigarrillo.

Y otro, ignorado hasta de investigadores acuciosos como Pino Iturrieta y mi tío Angel Grisanti: la reunión que el Libertador convocó a orillas del Apure el 23 de mayo de 1818 (con tanto sigilo que ni siquiera estuvo presente el fotógrafo de El Tiempo), para comunicar a sus generales la idea de marchar sobre Bogotá en la primera etapa de una epopeya emancipadora que luego seguiría por Venezuela, Ecuador, Bolivia, Perú, Chile, Paraguay, Argentina, Uruguay, Islas Malvinas, Brasil, Centroamérica y Cuba, Guantánamo, Pakistán, Bangladesh, el Congo Belga, Somalia, Rodesia, Irak, el Turkistán, Moldavia, Tajikistán, Nagorno-Karabaj, Gibraltar y Mallorca.

Una campaña, en síntesis, muy verraca, que según el exquisito humorista colombiano “debía terminar con la gran parranda de demolición del Muro de Berlín” pero por razones de tiempo tuvo que contentarse, en el orden señalado, con llegar hasta el Perú…

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