Opinión Internacional

Historia de una momia

Hosni Mubarak no entendió lo que, literalmente, le dijeron en varios idiomas, diplomáticos europeos y estadounidenses durante años ante el obvio desgaste de su régimen y el descontento de la clase media egipcia que se tradujo, entre muchas otras cosas, en el ingreso de estudiantes y profesionales a grupos islamistas como La Hermandad Musulmana.

Mubarak se escudó en la probable hipótesis de que grupos radicales islámicos llegaran al poder en Egipto – como ocurrió en Argelia en 2001 y Gaza en 2006 – para no liberalizar el tablero político, pero fue presionado por varios gobiernos aliados a su régimen para que al menos condujera a su país, a una gradual apertura por medio de gestos mínimos como la liberación de disidentes políticos y la tolerancia a medios de prensa opositores. No lo hizo, y ahora, con 82 años y según fuentes periodísticas, un cáncer en su sistema digestivo, deshojaba la margarita para elegir como sucesor a su hijo Gamal o a su poderoso jefe de servicios secretos, Omar Suleiman. Con ese objetivo volvió a manipular las elecciones parlamentarias de noviembre de 2010 garantizando el poder casi absoluto del Partido Nacional Democrático (PND) hasta los comicios presidenciales de septiembre de este año (El PND proviene del mismo movimiento cívico-militar liderado por el carismático general Nasser, que derrocó al último rey egipcio en 1952).

De no haber sucedido el precedente de Túnez, quizá Mubarak hubiese logrado controlar el descontento popular anunciando una pronta sucesión de su hijo u otorgando el poder a Suleiman, pero su intransigencia de renunciar y comenzar una transición inmediata, hacen ahora muy difícil que algún funcionario de mediana jerarquía de su partido pueda conducir al país a las próximas elecciones, en caso de que no se detengan las protestas masivas.

Mubarak esperaba ser recordado como el hombre que mantuvo estable por 30 años al país árabe más populoso (hay naciones musulmanas, no árabes, con más habitantes como Indonesia, Pakistán, etc.), y uno de los más estratégicos por ser el puente de comercio entre Europa y Asia a través del Canal de Suez, y por su rol como mediador principal entre israelíes y palestinos. Sin embargo, ahora su imagen es, principalmente, la de un tirano que, en su empeño de momificarse en el poder, oprimió a sus oponentes y disminuyó la calidad de vida de los egipcios.

El efecto Túnez y el destino político de Mubarak podrían determinar, en buena medida, el futuro político del mundo árabe.

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