Opinión Internacional

Hombres de Estado

Barrionuevo, filosófico constructor de presidentes, pudo finalmente conseguir que Duhalde sostenga -públicamente- que “no descarta ser” aquello que sigilosamente quiso, en el fondo, siempre ser. Candidato, otra vez, como en el 99, a la presidencia.

Es la especialidad edilicia de Barrionuevo. Colaboró para construirlo, como presidente, a Menem. En 1989, cuando la fórmula era Menem-Duhalde. Dupla que extinguió, inesperadamente, el breve reinado peronista de Cafiero. Para entregarse después a las tensas ceremonias de la autoextinción recíproca. Como consecuencia del letal conflicto entre Menem y Duhalde, emergió -también inesperadamente- Kirchner. El desconocido del sur que los fulminaría. A los adversarios Menem y Duhalde. Aparte, para cerrar el circuito, Kirchner acosaría, infatigablemente, al jactancioso arquitecto Barrionuevo. Hasta en Catamarca.

Consígnase otra curiosidad olvidable de la historia. La noche en que Duhalde clausuró, junto al ídolo popular Palito Ortega, en el 99, la campaña infortunada, para perder con De la Rúa, Luisito Barrionuevo le organizó, a Menem, en Mar del Plata, en simultáneo, una cena de homenaje. Para despedirlo. Entonces Menem estaba convencido que iba a volver.

Hoy Barrionuevo se dedica a construir la presidencia de Duhalde.

Mientras tanto, El Filósofo dilata las apetencias de los buenos amigos, que prefieren ayudarlo, mientras pasean en barquito, a construir la alocada presidencia de Barrionuevo.

Preparaban, incluso, una excursión para visitarlo a Lula.

Como Moyano, el adversario del universo sindical (actualmente desbordado por izquierda), Barrionuevo estimulaba el deseo de ser otra reproducción doméstica de Lula.

Los cacatúas del tango también soñaban con la pinta de Gardel.

Patologías

La paranoia de Kirchner es contagiosa. Es imitada hasta por el ministro Tomada, el buenista desbordado.

La paranoia sugiere que Duhalde se encuentra detrás de cada conflicto.

Del amontonamiento de sospechosas obturaciones que ensombrecen el horizonte social. Detrás de la comisión interna del Kraft. De cualquier piquete intrascendente, declamatorio de migajas de fondos. Y hasta, acaso, de los adolescentes que toman el Colegio Nacional de Buenos Aires, para demoler la inocencia banal de Miguel Cané.

El inmanente Duhalde, Piloto de Tormentas (generadas), es, lo dijimos, el beneficiario y la víctima de la fantasía de los otros. Los que lo convierten en un enigma. En un fantasma gris.

Pero Duhalde es, sobre todo, el clásico puntero del conurbano que se las ingenió para evolucionar. Con la suficiente sagacidad como para conservar la cultura del bonaerense de barrio. Del pragmático que aprende sobre la marcha. Que crece durante la gestión.

En definitiva, Duhalde representa la máxima marca de la patología política nacional. Muestra que, en la Argentina, puede alcanzarse la magnitud de “hombre de estado”, antes de conocerse las claves elementales del funcionamiento del mundo. Lo saludablemente positivo, en Duhalde, es que las aprendió. Supo digerir los discursos y las formas de los líderes que indirectamente lo cimentaron.

Hoy se encuentra en superiores condiciones para transformarse en estadista. Más que cuando se asomó a la vicepresidencia, en 1989, después de ganarle el lugar a Rousselot. O cuando intentó la presidencia en el 99. O cuando le arrojaron, por la cabeza, la presidencia que ansiaba. En la tormenta, aún no aclarada, de la agonía del 2001.

Peronismo vacante

Queda atrapado -Duhalde-, en adelante, en el veredicto de las encuestas.

La sociedad le muestra, numerológicamente, la espalda. Para Oximoron tiene un 32 por ciento de imagen favorable. Pero acaba de oficializarse, en el interior del bolillero.

Merced a la zona liberada y disponible del poder vacante.

Merced a las vacilaciones tradicionalmente indescifrables de Reutemann.

O acaso merced al optimismo de Macri, que no se decide a nacionalizar el partido casi vecinal.

Macri adhiere a la estrategia de esperar que vayan, desde el peronismo vacante, por mal de carencia, y en situación de súplica colectiva, a buscarlo.

Como si Macri fuera Palermo, el salvador.

Tampoco descartar a La Elegida

“A Kirchner le gano por abandono”, expresó Duhalde.

Se refería a la interna partidaria. Pero la insolencia provocativa implica, aparte, un ninguneo hacia La Elegida.

A la que tampoco, según enuncia Verbitsky, hay que descartarla.

Prospera, en general, el desconocimiento del clima que transcurre en el interior de lo que queda, aún, del kirchnerismo. El virus que Duhalde aspira a sacar del cuadrilátero, “por abandono”.

Entre los que adhieren a la epopeya, nadie se explica por qué razón La Elegida, si es que llega a la frontera del 2011, debería resignarse a la mezquindad de un solo mandato. Cuando se encuentra constitucionalmente habilitada para dos. Es el mensaje de Verbitsky.

Que El Elegidor instale, desde la más absoluta fragilidad, su propia candidatura para el 2011, es una manera escasamente elegante de precipitar el regreso. Hacia el lugar que sólo formalmente abandonó.

El Elegidor desaprueba, en la práctica, la gestión de La Elegida.

En todo caso, con la idea del retorno, El Elegidor acepta que se equivocó ferozmente al elegir, como sucesora, a La Elegida.

Justamente cuando La Elegida, tardíamente, comienza a desmarcarse. Para resolver una parte, lo que pueda, de “los desastres seriales del gobierno trivial”, que heredó de El Elegidor.

Es la lectura que Oximoron sugiere de los desplazamientos, también retornistas, del ministro Boudou. Con las instrucciones de La Elegida, de resolver el estéril alejamiento del Fondo Monetario Internacional. Y con la línea que emite Mario Blejer. Es el economista que supo compartir cuerpos y expedientes con Strauss Kahn, el titular del Fondo. La constelación que Argentina integra, y con la que debe establecerse la relación menos inmadura. Sobre todo si se aspira a continuar como miembro activo del selecto G-20. El Club del que se participa gracias, sobre todo, a la gestión del diabolizado Menem.

A los desplazamientos del funcionario de Economía deben incorporársele los lineamientos racionales de Domínguez, el Ministro de Agricultura. Quien intenta -con ayuda eclesiástica- de conciliar con aquellos miembros de la Comisión de Enlace. Los que El Elegidor quiso “poner de rodillas”.

Final con Aníbal

Aníbal, El Premier Fernández, a propósito, tendrá que enfrentar un dilema interno. Ideal para Ibsen. Si es que Duhalde no se descarta, de verdad.

Porque Aníbal -el muchacho que caminaba de la mano de Angelito Abasto-, se autodefinía, con influencias levemente tergiversadas de Asís, como un “portador sano de duhaldismo”.

De Duhalde, Aníbal se alejó -como cuenta-, sólo cuando el Jefe decidió retirarse de la política. A la pugna que ahora justamente vuelve.

En cierto modo, aunque esté en la otra vereda, con El Elegidor y La Elegida, Aníbal despunta como el discípulo natural de Duhalde. Es lógico que el objetivo inicial de Aníbal sea también la gobernación de Buenos Aires.

Es Aníbal otro representante de la cultura del suburbio.

Del perspicaz que aprende sobre la marcha. Del que evoluciona -y crece- durante la gestión.

Hasta convertirse -quién iba a decirlo-, como Duhalde, en otro boceto de “hombre de estado”.

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