Opinión Internacional

Honduras, la democracia y la OEA

Me ubico entre quienes lamentan el golpe de Estado en Honduras, no solo por atentatorio contra un gobierno electo, sino también -y especialmente- contra el camino institucional que acertadamente venían recorriendo los poderes públicos de ese país para impedir la ilegítima cuarta urna. La salida militar es también un revés para la democracia hondureña.

Comparto la indignación por la cayapa internacional en la condena del golpe sin mención alguna de la responsabilidad del intento de implantación de la franquicia “ALBA” de eternización en el poder, impulsada por Chávez y comprada por Zelaya.

Suscribo la consideración de la actuación de Insulza como infeliz y el acertado bautizo de la OEA como club de presidentes, causante de la crisis más profunda que ha vivido el organismo desde la década de los 80. Al igual que en aquel momento, esta crisis detona en Centroamérica y ha dado paso a la mediación del presidente Arias. La inflexibilidad hasta ahora mostrada por el gobierno de Micheletti hacia sus sensatas propuestas, ha sido minimizada por el ridículo protagonizado por Zelaya y sus aliados en la frontera.

Así como la de los 80 fue una década perdida para la OEA, la de los 90 fue sin duda su década de oro en la defensa de la democracia y la disuasión de los golpes de Estado, iniciados a partir de la resolución 1080 en 1991 y coronados con la aprobación de la Carta Democrática Interamericana en 2002.

Infortunadamente este importante acontecimiento coincidió con la disposición del presidente Chávez de obstaculizar la democracia representativa que se vio obligado a respaldar y de la cual paradójicamente – junto a Zelaya- ha sido beneficiario. El aumento de los precios petroleros permitió al mandatario venezolano la compra de voluntades de buena parte de los países del continente, lo que unido al temor a su insultante retórica, ha transformado a la democracia representativa en una mala palabra que pocos se atreven a pronunciar.

La crisis hondureña ha puesto en evidencia la indiferencia del Secretario General y de los presidentes de los países integrantes de la OEA hacia la democracia- mas allá del respaldo a su legitimidad de origen- confirmada con la escasa voluntad para encontrar una respuesta a las contundentes denuncias venezolanas sobre los atropellos a la democracia por parte del gobierno de Chávez, que evaden al supeditarla a una necesaria reforma de la Carta Democrática.

De cristalizar esta reforma, debería contribuir a la superación de la crisis que hoy vive el organismo interamericano; para ello es indispensable priorizar la reglamentación del desempeño democrático, que limite el poder de la novedosa creciente y modalidad de las dictaduras electas. El problema a resolver es quién le pondrá el cascabel al gato en una región donde a falta de otras opciones, la agenda sigue manejada por el reparto de dinero del presidente venezolano.

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