Opinión Internacional

Humanizar la globalización

El director de la CIA le dijo al senador: «El golpe está a la vuelta de la esquina… Cada aspecto de la cultura y de la sociedad rusa está resquebrajándose y quebrándose. La democracia es un chiste. El capitalismo una pesadilla. Pensamos que podíamos ‘macdonaldizar’ el endemoniado lugar y ha resultado un desastre… Veinte por ciento de la población no tiene trabajo.

Diez por ciento no tiene vivienda. Veinte por ciento está hambrienta. Cada día las cosas van peor».

Este diálogo ficticio, ‘ma non troppo’, sirve para desencadenar la trama de la última novela de J. Grishman, «The Brethren» (dos millones ochocientos mil ejemplares en su primera edición). En cambio no es ficción el que, el año pasado, 200 millones de personas más que en 1987 sobrevivieron en la pobreza extrema (con menos de un dólar diario). Hoy suman mil millones. Tampoco lo es el que, entre 1980 y 1996, sólo 33 países lograran mantener un crecimiento anual de 3% de su PBI; mientras que en 59 países decreció. En la actualidad, en 80 naciones los ingresos per cápita son menores que hace un década.

Lo anterior ayuda a explicar la creciente insatisfacción respecto de la globalización. Sentimiento que se plasma, entre otras manifestaciones, en los incidentes que enturbiaron recientes encuentros mundiales en Seattle, Davos y Bangkok.

La internacionalización sin precedentes de la vida económica y política ha hecho la vida difícil para no pocos en el mundo. Ello explica el creciente respaldo mundial al Jubileo 2000, movimiento orientado a la condonación de la deuda de los países pobres. Lo apoyan destacados cantantes populares internacionales (Bono, Quincey Jones, Pavarotti, Bob Geldof, entre otros) profundamente activos en gestiones de cabildeo con los principales dirigentes de los países del Grupo de los 7.

Dado que la globalización y el cambio acelerado parecen realidades inexorables resulta indispensable que se tomen medidas para reducir su tendencia a generar exclusión social y para evitar sus externalidades negativas de volatilidad institucional y creciente desigualdad. ¡Se hace necesario humanizar la globalización!

Como lo han señalado voces autorizadas: si el mercado global va a sobrevivir, debe beneficiar a las mayorías… y las mayorías se sentirán beneficiadas si logran insertarse ventajosamente en él.

Ello coloca el trabajo en el centro de la agenda pública mundial; pero no cualquier tipo de trabajo. Sólo el trabajo decente permitirá que la aldea global sea un espacio de civilización y no de barbarie, de progreso y no de empobrecimiento, de esperanza y no de frustración.

Para ello habrá que volver a la tradición de economistas como Smith, Malthus o Mill, quienes tomaron en serio las consideraciones éticas. Smith, por ejemplo, fue profesor de filosofía moral en la Universidad de Glasgow. Muchos recuerdan su obra «La riqueza de las naciones»; pero habría que revisar también su «Teoría de los sentimientos morales».

Como lo señala el Premio Nobel de Economía 1998, Amartya Sen, en su último libro «Development and Freedom», se hace necesario contrastar las consideraciones de la eficiencia económica con sus consecuencias sociales, en un marco ético.

Hoy sabemos que mejores ingresos no son suficientes, aunque sí necesarios, para asegurar el desarrollo. También resulta claro que la ‘macdonaldización’ del mundo no es garantía de progreso común y, sin este tipo de progreso el nuevo orden económico mundial está bajo amenaza de colapso.

La armonización, en democracia, de libre mercado y trabajo decente parece ser condición ‘sine qua non’ para un desarrollo humano sustentable y con justicia social.

La globalización no es un demonio; pero necesita ser gerenciada a partir de principios superiores para encauzar positivamente su dinamismo.

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