Opinión Internacional

Incierto destino para Kosovo

La tensión entre albaneses y serbios en Kosovo le muestra a Occidente la imagen de una realidad inmodificada pese a la sangre y a la destrucción que han corrido en esa porción de los Balcanes. Es cierto que nada de lo que ha acontecido en estas semanas puede compararse con las matanzas y persecuciones perpetradas contra minorías étnicas ni con los bombardeos de la OTAN, cuyo objetivo era precisamente detener aquellos crímenes, por cierto a un alto y cruel costo.

Una fuerza militar de las Naciones Unidas, 30 mil soldados de la KFOR, mantiene el control territorial de esa provincia, ahora con autoridad europea, e intenta impedir los enfrentamientos entre la mayoría albanokosovar y la minoría serbia, la cual hasta hace un año ejercía su dominio sobre Kosovo.

La ciudad de Mitrovica es ahora el epicentro del conflicto. Dividida por un río, la comunidad mayoritaria vive en el sur e imperan allí las reglas de la antigua guerrilla albana, hoy convertida en policía legal. Al norte, miles de serbios se recluyen y viven protegidos por las fuerzas internacionales de paz. Son éstas las que evitan que víctimas y victimarios de ayer inviertan hoy sus papeles.

Lo que está en juego, además de la necesidad de garantizar la paz en esa región, es el principio fundamental que puede regir la convivencia entre las dos comunidades.

Kosovo, de hecho, está corriendo el mismo destino de Bosnia; esto es, la imposibilidad de lograr países multiétnicos, donde convivan en un mismo espacio las distintas minorías nacionales. Por el contrario, prevalece la separación territorial según las identidades de origen de su población, con fronteras internas militarizadas y control internacional para evitar nuevos enfrentamientos. Los diplomáticos llaman a esta fórmula «coexistencia vigilada».

De este modo, la intervención internacional en Serbia, como años atrás en Bosnia, logró detener el horror de las «limpiezas étnicas» practicadas por las milicias serbias. Pero su presencia no pudo evitar, o terminó consumando, el objetivo que se propuso el nacionalismo étnico y que motivó la reacción internacional: el reagrupamiento de las poblaciones según su identidad nacional, étnica o religiosa.

Si así fuera, se estaría convalidando una situación que violenta los valores universales de la dignidad humana, y sólo la imposición prolongada de la fuerza militar podría impedir que las guerras étnicas, la intolerancia y el odio sigan su curso en los contornos de Europa.

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