Opinión Internacional

Incondicional del futuro

Che nunca murió, porque no es una fotografía, una boina negra, ni un mortal al que había que rendirle honores, era un luchador incansable por un futuro mejor, un romántico soñador de siempre.

Muchos no tuvimos el privilegio de conocerlo personalmente, pero para buena parte de mi generación, sencillamente era nuestro arquetipo humano; tratando de imitarle –“ser como el Che”- hicimos nuestra juventud, después vino la entrega incondicional a las tareas que por la Revolución nos fueron asignadas, hasta que las circunstancias históricas lo permitieran. Ni más si menos, ésa, en pocas palabras, ha sido la vida de una generación, la que algunos llamamos la Generación del 68 que tuvo en el Che y su obra, su máxima inspiración.

Otros en esta fecha escribirán del Che sus experiencias revolucionarias y su pensamiento político, económico y militar. Yo voy tratar de significar, brevemente, mi visión sobre el impacto de su figura en esa generación cubana, mozuela al triunfar la Revolución, hoy por los 60, la de Silvio y Plabito, y no pido que nos comprendan o nos acepten, simplemente que conozcan de su existencia.

Nuestra niñez -adolescencia fue marcada por la batalla de todo el pueblo cubano contra el régimen tiránico de Batista. La lucha clandestina en las ciudades, de una u otra forma nos llegaba a todos, las sirenas de los autos patrulleros, los tiroteos esporádicos, las explosiones de bombas, los jóvenes presos y asesinados que aparecían por doquier, las banderas roji-negras, los apagones provocados por las cadenas lanzadas al alumbrado público, “aquí radio rebelde….”. En las provincias orientales todo era más marcado. Algunos pocos de los mayores de nuestra generación llegaron a tener alguna participación directa en aquellas luchas.

La leyenda de la Sierra crecía aceleradamente en los meses finales de 1958. Desde la ciudad de Santiago de Cuba se apreciaban los aviones de la tiranía bombardeando y ametrallando las zonas montañosas cercanas, donde todos sabíamos estaban “los rebeldes”, cada vez los mayores se cuidaban menos y los niños accedíamos a sus planes para alzarse, sus ideas para hacerse de algún arma, los escondites donde se guardaban los uniformes verde olivo que se cocían por madres, tías y abuelas, los bonos del 26 que se guardaban pegados debajo de las gavetas de los escaparates.

El triunfo del 1 de enero de 1959, lo disfrutó apoteósicamente mi generación, a la llegada de los barbudos nos tirábamos fotos con ellos, eran como reyes magos y los ídolos: Fidel, Camilo y el Che. Fidel quedó al frente de la Revolución, como figura cimera, Camilo desapareció en el mismo 59, pero el Che seguía haciendo leyenda cercana al pueblo, ahora en la economía y nos contagiaba con sus trabajos voluntarios, sus cortes de caña, su vinculación con los hombres del sudor, su industrialización, sus libros sobre la lucha en la Sierra, sus discusiones sobre economía política del socialismo, sus teorías que claramente confrontaban algunos de los planteamientos que veíamos en los manuales que leíamos porque queríamos o porque empezábamos a estudiarlos en las escuelas de la Juventud o el Partido. Su amplia sonrisa nos inspiraba una confianza, casi ciega.

Fidel era el líder, el estadista, el campeón del enfrentamiento político al imperialismo, el Che el más metido en la economía, el más cercano, el que criticaba el sabor de los refrescos y le espetaba dulcemente a la burocracia en su cara su naturaleza anti-socialista, el que mandaba para la península de Guanahacabibes a los que cometían errores, para que se reeducaran con los mosquitos y el trabajo duro en la ciénaga.

Y en eso se nos va, como mismo hizo el ingenioso hidalgo, a cabalgar el mundo, a luchar contra molinos imperiales en cualquier parte, inspirando “la era está pariendo un corazón” con la que Silvio nos hacía vibrar de emoción. Quienes lo habíamos convertido en nuestro ídolo desde que lo vimos en una foto con su brazo en cabestrillo en medio de la batalla de Santa Clara, no pensábamos ya en otra cosa que en “entrenarnos para incorporarnos a la guerrilla” y, en el deporte abundante, maratónico, buscábamos románticamente prepararnos para subir las lomas y practicábamos tiro al blanco donde podíamos, esperando “trabajando” nuestra oportunidad guerrillera, que finalmente llegó, de alguna manera, para unos pocos.

La carta del Che a Fidel leída por éste, sorprendió a muchos pero no a la generación del 68, que se “la olía hacía rato”: ¿por donde andará el Che que hace rato no sale en ningún trabajo voluntario? Ese está metido en el Congo o en cualquier país de América Latina. ¡Quien pudiera estar con él!

El asesinato del Che nos golpeó a todos. Ese sí que no lo esperábamos. Era para nosotros un invencible, como Abel, “un animal de galaxias” y en verdad lo era y lo sigue siendo. Pero las noticias del cerco, de su posible caída se convirtieron en una pesadilla para la generación del 68. Asidos a la radio, oímos la confirmación de Fidel…entonces el deseo de ser como él, de luchar como él y de morir como él, se convirtió en necesidad, o no sé si en necedad, pero así fue, era una especie de enfermedad que llegó a esa generación y que todavía hoy, inconcientes muchos de nuestras ya limitaciones, “inmaduros todavía”, seguimos padeciendo.

Para nosotros el Che nunca murió, no es una fotografía de mirada perdida en el tiempo,
una boina negra con su estrella dorada, ni un mortal al que había que rendirle honores,
alguien de la historia de atrás, o de la presente que pasará; era sí un luchador incansable por un proyecto humanizador, un romántico soñador por un futuro mejor, de esos necesarios siempre –¡ay de los que ya no sueñan!-, como le gusta ser a buena parte de los jóvenes que, confiada en el triunfo final de la justicia, la libertad y la democracia verdaderos, que llegará con o sin ellos, poco le importa caer en cualquier combate, en cualquier selva, en cualquier calle…

A eso, en él, seguíamos entonces y hoy todavía no pocos, todos canosos, de esa generación cubana del 68 –aún soñadores impertinentes-, a lo que era y sigue simbolizando: un incondicional del futuro.

Hasta la victoria siempre, Comandante.

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