Opinión Internacional

Inmigrantes: historia de discriminación a un lado y a otro de la frontera

EL DIABLO ES EXTRANJERO

El culpómetro indica que el inmigrante viene a robarnos el empleo y el peligrosímetro lo señala con luz roja.
Eduardo Galeanol

Un gran país, “lejano de Dios y cercano al poder imperialista”, sufre los efectos negativos de los procesos globalizadores, tales como la agudización de la pobreza, el desempleo o el empleo no digno y la desigualdad social; expulsa un gran porcentaje de su población hacia el norte de su frontera. Muchos nacionales van en busca de mejores opciones de vida para ellos y sus familias. En ese exilio económico, son discriminados por las leyes, maltratados por la policía fronteriza, considerados como mano de obra barata que hoy puede ingresar y mañana no. A pesar de los muros antimigrantes, a pesar del endurecimiento de las leyes migratorias, a pesar de las faltas de respeto mínimo a su trabajo en el extranjero, el gobierno de este gran país necesita de las remesas de los paisanos que se aventuraron al otro lado como parte importante de su economía, y sigue apostando a la benevolencia del país del norte y solicita tratamiento digno para sus compatriotas, que de forma ilegal, se internan en territorio extranjero, arriesgando su vida y su dignidad.

¿Y por casa, cómo andamos?

Este grandioso país, “muy lejano de Dios, y muy cerca del poder imperialista” alberga a una gran cantidad de inmigrantes que, de forma legal, escogieron vivir en él. Aquí hacen su vida profesional y familiar, rodeados de códigos de comunicación que al principio resultan extraños y que poco a poco incorporan a su forma de expresión. Con palabras y tonadas que fueron extrañas y que hoy inundan su prosa y los convierten en extranjeros en su propia tierra.

Ellos han visto a este país transformarse, poco a poco y también abruptamente. En general, y a pesar de la sensación de desorden que percibe la sociedad, los cambios han sido para bien. Y se alegran, porque sus hijos, aquí nacidos, podrán beneficiarse de esos cambios. Es un país generoso y amable con los residentes extranjeros.

Este gran país, orgulloso de sus raíces, celoso de su personalidad, reserva para los nacionales el derecho a votar, a expresarse políticamente, a moverse dentro del país. Los extranjeros están privados de expresarse sobre la política interna, exponiéndose a la expulsión del país, determinada en un artículo de su constitución, tampoco pueden votar a sus autoridades más inmediatas, aunque contribuyan al desarrollo económico y el pago de impuestos deba hacerse muy puntualmente. Si cambian de residencia o de actividad laboral deben avisar a las autoridades, con sanciones económicas muy severas para ellos y los empleadores que no lo hagan. No pueden adquirir inmuebles y tampoco divorciarse sin previa autorización, y los permisos tienen costos muy altos. Existen empresas, sobre todo en el rubro educativo, que tienen como política interna implícita la “no contratación” de extranjeros, aunque presenten mejores perfiles, lo cual, siendo un evidente caso de discriminación, no es denunciable ante ninguna instancia. La calidad de inmigrante “legal” ofrece pocos derechos, muchas obligaciones y control por parte del Estado.

Recientemente llegó a este gran y generoso país un importante estadista, que aventuró, de manera un tanto irresponsable, un juicio sobre lo que él consideraba mejor para el futuro político del país. Este comentario provocó la reacción en la población y las autoridades, y muchos consideraron necesaria la aplicación del artículo constitucional que establece la expulsión de los extranjeros que se expresen sobre la política interna. Más allá de la simpatía o antipatía que provoca este estadista, quien tiene mucha cola que le pisen en el desempeño político en su propio país, me pregunto si es indispensable conocer al pie de la letra la constitución y las leyes de cada país que visitamos. ¡Qué gran obstáculo para la industria turística!

Estoy segura que muchos de los lean estas líneas tendrán alguna opinión respecto a la política internan de los países vecinos o no tanto, sobre qué sistema sería el mejor para el desarrollo de su población, sobre cuál de los candidatos políticos parece tener el mejor perfil o si la política exterior es la adecuada o no.

Nací en un país construido por inmigrantes. Mis abuelos, todos ellos, fueron inmigrantes. Los inmigrantes le dieron el color, el sabor y la fortaleza a mi país. Hicieron maravillosas aportaciones a la cultura, a la economía, a la política. Lo que somos, lo que sentimos, lo que comemos, lo que decimos y cómo lo decimos tiene el irremediable sello de lo que viene de más allá del océano. Nuestra música está marcada por la nostalgia el inmigrante que sabía que jamás regresaría a su tierra. El inconformismo, la rebeldía, el no callarse nunca, el buscar participar, es herencia de esas almas que con dolor dejaron su tierra huyendo de la guerra y del hambre. Ellos también hicieron a mi patria, y la marcaron, para siempre, siendo posible que también hayan sufrido discriminación. Sería injusto que desdeñemos sus aportaciones y que reconociendo en la fisonomía de la ciudad su trabajo y su esfuerzo, no se les diera el derecho mínimo de elegir a sus representantes más cercanos, de un gobierno que respetan y al que aportan gran parte de su esfuerzo. ¿No son ellos también parte de la sociedad civil? ¿No contribuyen también al desarrollo económico?

La nostalgia del inmigrante, que pone todo su esfuerzo en aprender nuevos códigos de comunicación y estilos de vida, en acostumbrarse a sabores, a olores y a sonidos nuevos, que trata de insertarse en un mundo diferente con el profundo dolor de no pertenecer a esa nueva tierra, y dejar de pertenecer a la tierra que dejó atrás, es en sí misma un valor para el país que lo recibe.

La diversidad enriquece. De la diversidad se aprende. En la diversidad convivimos. En la diversidad nos reconocemos y nos respetamos. La diversidad nos muestra nuevos caminos. La diversidad aporta nuevos puntos de vista, a los que debemos estar abiertos.

A pesar de que los tiempos son diferentes a los de mis abuelos, y porque los tiempos son diferentes es que el respeto a la diversidad es más necesario.

Los cambios introducidos por la globalización, particularmente en los sistemas productivos, han provocado movimientos continuos de los recursos y del capital humano. El traslado permanente puede despersonalizar y crear profundos vacío al interior de las personas que no pueden menos que proyectarse al entorno social. Por eso, acoger a los itinerantes, a los inmigrantes, a los diferentes, abriendo espacios para su participación, dentro de contextos legales claramente establecidos, es un reto imperioso para los gobiernos, para crear espacios de convivencia gobernables con estas nuevas aportaciones, sin dejar de respetar las tradiciones y la cultura propia.

No puedo pedir cambios, tengo treinta y tres buenas razones para no hacerlo. Pero sí puedo reflexionar sobre la coherencia entre lo que se solicita para los nacionales que buscan nuevos horizontes de vida y los extranjeros que llegan a este gran y generoso país de nuestra historia.

P.D: Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia

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