Opinión Internacional

Insustancialidad

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A través de la pluma impertinente de Carolina Mantegari, ascendente editora del AsísCultural, el Portal decide iniciar el relevamiento minucioso del discurso político predominante en la Argentina contemporánea, coyunturalmente preelectoral.

La serie arranca con “Insustancialidad”. Es el desmenuzamiento del discurso del candidato Néstor Kirchner. Aún en su debacle, es el político principal, porque domina en el escenario de la propia decadencia. Del ciclo kirchnerista.

Con valentía intelectual, Mantegari asume el desafío que se le encarga. El de estudiar, con seriedad metodológica, el lenguaje utilizado por los políticos que componen la “nomenklatura”. A pesar del raquitismo ideológico imperante. De la abrumadora inanición conceptual, característica de la mayoría de los discursos que exhiben los postulantes. Los que se preparan, para suceder a los protagonistas del ciclo conyugal que agoniza. Serán objetos, también, de los próximos desmenuzamientos analíticos de nuestra colaboradora.

Menos que el peronismo, lo destacable en Kirchner es el “perinismo”. Por el rescate infundamentado que eleva, sin mencionarlo, a Emilio Perina.

Trátase de la heteronimia de Moisés Kostantinovsky, el intelectual que fuera el asesor valorable de Menem. El antecesor que Kirchner no se atreve, siquiera, a nombrarlo.

Perina compuso “La máquina de impedir”. Su libro clásico, editado en 1981, con aportes ideológicamente liminares del denostado Martínez de Hoz.

De aquel texto sólo sobrevivió el título. Convertido, en la actualidad, en el slogan que Kirchner, como insuperable artesano de la contradicción, utiliza diariamente para degradar a los opositores. Que son presentados, en bloque, como ”La máquina de impedir”.

Lenguaje televisivo

En general, Kirchner monologa ante auditorios accesibles, sin sorpresas. Siempre con interlocutores pasivos, inhabilitados para la menor réplica. En actos minuciosamente preparados. Con participantes que conforman la escenografía. El pretexto ideal para el formato televisivo.

El lenguaje de Kirchner está (mal) pensado para la televisión. Como las calculadas imágenes que complementan su voz. En sitial de privilegio, con la ventaja relativamente apreciable de ser los primeros en abrazarlo, siempre se destacan, protocolarmente sentados, el ministro Florencio Randazzo, El Killer domesticado, y el gobernador Daniel Scioli, al que Rocamora inmortaliza como el indiscutible titular de la Línea Aire y Sol.

Randazzo y Scioli son los dos actores secundarios del elenco estable. Con disciplinado arrojo, celebran cotidianamente el mismo discurso. Generados entre las siete y siete y media de la tarde-noche, para la coincidencia programada con los noticieros.

Kirchner los comienza, invariablemente, con el agradecimiento al intendente de la comuna respectiva. En el último caso, el de ayer, en Ensenada, fue Mario. Por Mario Secco. La disertación guionada es seguida por el saludo que Kirchner siempre les trae, para los pueblos, de Cristina.

Invierte luego algún minuto para evocar la melancolía de la mitificada militancia en la Juventud Peronista. Acorde con la existencia del personaje que construye, impunemente, el pasado rescatablemente heroico. De luchador infatigable por los derechos humanos. Es el prólogo de ”las reflexiones”. Las que Randazzo y Scioli conocen de memoria. Pero las atienden, como si las escucharan por primera vez.

Rating
El discurso de Kirchner es de una liviandad estremecedora. Carece de la estructuración de lenguaje, de la perfecta dicción que utiliza, con altiva distancia, Cristina. La Elegida, que convive con la sistemática condena del descenso del rating. Ocurre que la imagen y la voz de Cristina conducen, a la mayor parte insensible de la ciudadanía, al reflejo condicionado de tomar el control remoto, a los efectos desestabilizadores de expulsarla del hogar. Tendencia natural hacia el zapping que, hasta hoy, pasa en menor medida con Kirchner. Pero la atención hacia Kirchner dista de atribuirse a las virtudes inherentes del buen comunicador, que infortunadamente recurre a la facilidad del discurso guionado. Un límite que le despoja lo más atrayente, la desmesura. El desequilibrio o desborde. La agresividad oral, la posibilidad polvorienta de la sorpresa. La contundencia de alguna descalificación. Son los atributos que le garantizan, al discurso de Kirchner, la persistencia de la atención.

Rimbaud
Los ejes narrativos del relato de Kirchner son, generalmente, los mismos. Repetidos, para colmo, hasta el hartazgo.

Por ejemplo, reflexiona: “No nos puede volver a pasar lo que nos pasó”.

Alude a la “temporadita en el infierno”, menos bello que el infierno de Rimbaud.

El objetivo movilizador ofende la inteligencia del argentino medio. Porque, para que “no nos vuelva a pasar lo mismo”, albricias, está Kirchner. Con Cristina. Entonces se advierte sobre los riesgos de los dos modelos que acechan al gobierno superador. El suyo, ejemplarmente conyugal. Con la obra que la sociedad ingrata no valora. Ni siquiera reconoce, lo suficiente.

Los riesgos terribles son representados por los dos modelos que pugnan para que la Argentina retroceda. A los efectos de deslizarla, otra vez, en la temporada en el infierno de Rimbaud. Sin Verlaine.

Primero, es el modelo neoliberal. Los neoliberales, los que aplicaron el nefasto esquema entregador de los noventa, con aquel recetario que “remató” las empresas del Estado.

Un discurso sostenible sólo con el beneplácito de no ser tomado rigurosamente en serio. Desmoronable, tan solo, por los prontuarios de la dirigencia que mayoritariamente lo rodea. Invalidado, aparte, por la propia biografía.

El otro riesgo que altera la irreconocida felicidad que proporciona el kirchnerismo, es el de la “Alianza residual”. La irresponsabilidad que termina en la recreación del helicóptero. En la hecatombe del 2001. A la que, en el relato vulnerable de Kirchner, se nos quiere volver a arrastrar.

Sin embargo no todo está perdido. Porque los argentinos -si lo siguen a Kirchner- “nunca lo van a permitir”. Por lo tanto, Kirchner aquí pide enfáticamente el voto. Reclama el apoyo porque “se jugó siempre con todo”. Junto a Cristina. Ellos lucharon denodadamente para que en la Argentina se utilizara, otra vez, dinero en efectivo. En reemplazo de aquellos Patacones, de los Lecop. Se diferencia, en fin, en el acopio de las virtudes. Mientras le adjudica, al otro, la sucesión interminable de desastres.

Con la síntesis crítica de la Alianza Residual, Kirchner es aún menos sostenible que con la destrucción retórica del modelo neoliberal. Porque justamente fue Kirchner quien se apropio de los “residuales” del Frente Grande. Y de los Radicales Kash, que participaron de la misma experiencia histórica. Porque el kirchnerismo se nutre, en gran parte, de la oportunista combinación sumatoria. Colaboracionistas del modelo neoliberal, con aliancistas residuales. Perdonablemente purificados, tan sólo, por haberse acercado a Kirchner.

Tellier
Un festival de incongruencias. Una apuesta por la vacuidad de las palabras. Reducidas a la concepción poética del chileno Jorge Tellier.

“Un poco de aire movido por los labios”.

Kirchner despotrica entonces contra los aliancistas residuales que recortaron el presupuesto de las universidades. O contra los neoliberales del innombrable, que “nos dejaron un millón ochocientos mil jubilados tirados en la década del noventa”.

Conste que, en el discurso arrebatadamente memorizado, adquiere importancia el aluvión de cifras indemostrables. Indicadores del descenso de la indigencia. Del índice de pobreza. En contraste absoluto con el ascenso extraordinario del crecimiento. De los millones de puestos de trabajo.

La ostentación de los logros se detiene expresamente en la recuperación de la “línea de bandera”, la que fuera “rematada” en los noventa. O en la estatización de los fondos de pensión, por el manotazo a las AFJP.

Se arriba a la clave primordial del discurso de Kirchner. Consiste en hablar con el convencimiento del que protagoniza una revolución.

Desde la patología del lenguaje, Kirchner se permite la osadía de comunicar que, durante el ciclo que encabeza, se favoreció a los más pobres. Y se caracteriza por “la redistribución del ingreso”. Para deslizarse, a esta altura delirante del discurso disociado de la realidad, en la demencia audaz que describe “la profundización de la transformación educativa”. Es demasiado. Sin límites para la tergiversación. Conocida, en lenguaje popular, como chantada.

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Quedan al margen, para el presente relevamiento, las chicanas coyunturales contra los adversarios que suele descalificar (”con todo respeto”). Así se trate de la Comisión de Enlace, del Grupo Clarín, u hoy de “ese hombre rico que hace tanta propaganda”. Sujetos intercambiables que de ningún modo atenúan la insustancialidad, característica principal del discurso del peor Kirchner. El que no resiste el menor cotejo con las propias contradicciones.

Pero la insustancialidad intelectual del político que hegemoniza el ciclo que se termina, refleja, concientemente, la insustancialidad de sectores mayoritarios de la sociedad argentina. La cual, paulatinamente, reacciona. Espantada ante la obra que la sociedad también generó. La consagración del truchismo conceptual, elevado a la máxima expresión.

Pero admirablemente, Kirchner aún se atreve a la ceremonia de concluir con las evocaciones superficiales de próceres ilustres. Estigmatizados como nombre de calles. A los pobres que, con la misma impunidad, también el discurso banaliza. Como Belgrano, San Martín, Irigoyen. Últimamente, Kirchner hasta menciona a Perón. En la antesala triste del primer abrazo, que es siempre de Scioli, el líder de la Línea Aire y Sol. Y el segundo, de Randazzo, el Killer domesticado. Titanes que lo acompañan en la cruzada insustancial contra La Máquina de Impedir.

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