Opinión Internacional

Kirchner contribuye a que se consolide una alternativa

Desde que se conoció el sanguinario asalto que diez días atrás sufrió en La Plata la señora Carolina Piparo el país ha vivido  estremecido.  Embarazada y atacada a balazos al salir de un banco, la mujer lucha aún por su vida  en la sala de terapia intensiva de un hospital bonaerense mientras su bebé, alumbrado de emergencia y por cesárea, terminó muriendo como producto de los sufrimientos padecidos. 

La desalmada agresión se transformó en una metáfora lacerante de la atmósfera de inseguridad que golpea a la Argentina. Ante el tremendo impacto hubo reacciones saludables, como la del gobernador bonaerense Daniel Scioli, que se  ocupó personalmente de la familia de las víctimas, adoptó una postura activa frente al problema y admitió que aceptará ayuda “de quien sea” para enfrentar el desafío del delito a la seguridad. El puente tendido por el  gobernador fue atravesado por varios dirigentes opositores, que interpretaron ese gesto como una apertura al diálogo sobre un asunto que se ha convertido en  la principal preocupación ciudadana. Después de tanto tiempo de soportar que se afirme  que la inseguridad “es una sensación”,  el reconocimiento de que el problema tiene existencia real y de que el poder del Estado hasta el momento se muestra impotente para abordarlo con eficacia implica al menos un primer paso en la dirección correcta: no se puede remediar un mal cuya evidencia se  ignora o se niega.

De todos modos, ante el clima de pálido desasosiego fue notable el silencio presidencial. La Casa Rosada –con su actual huésped y con el anterior- parece considerar que debe tomar larga distancia de las tragedias. Se recuerda aún su comportamiento cuando ocurrió la de la discoteca Cromagnon: el matrimonio presidencial (entonces las formalidades actuales estaban invertidas) permaneció en silencio en el lejano Calafate, postergando cualquier signo piadoso hasta no verificar su posible rédito político.

Cristina de Kirchner consideró esta semana más  importante concentrarse en varios  párrafos irritados contra los líderes opositores que se sentaron a discutir políticas con la dirigencia del campo y a los que aceptaron una invitación del director ejecutivo del Grupo Clarín, que referirse a lo ocurrido a  la desdichada señora Piparo y a su bebé. En la Casa Rosada  se intuye (con alguna certeza) que la opinión pública  carga la factura de la inseguridad a la cuenta del gobierno nacional y saca en conclusión que ese tema mejor no menearlo.

Con cierta lógica, el gobierno prefiere hablar de otras cosas. De la economía, por ejemplo. La Argentina creció en el primer semestre de 2010 a un ritmo de entre 8 y 9 por ciento (de acuerdo al analista que se consulte). Una performance notable.

La señora de Kirchner la atribuye a lo que llama “el modelo”, un eufemismo para hablar de la gestión K. Si  el crecimiento es indiscutible, sobre las causas hay discrepancias.

En rigor, a varios de los países vecinos (que no gozan del “modelo K”)  las cosas les han ido  igual o mejor que a la Argentina. Chile se recupera vertiginosamente de una catastrófica cadena de terremotos  merced a la pujanza productiva y exportadora de su economía; Brasil es ya una potencia de alcance mundial, líder en alimentos, energía y biocombustibles,  ha incorporado al consumo a decenas de millones de personas que estaban en la indigencia y se ha convertido en una sociedad mayoritariamente de clase media; Perú es el país de mayor crecimiento per capita de la región.

Todos ellos comparten con la Argentina esta coyuntura histórica en la que los cambios globales ofrecen a nuestros países una gran oportunidad.

Nuestro país no contaba con una situación mundial tan favorable desde que concluyó esa fase incipiente de globalización que se extendió desde finales del siglo XIX hasta la crisis de 1930.  Entonces el país estaba perfectamente preparado para  producir y ofrecer mercancías que el mercado recibía y pagaba a buen precio. Argentina no podía dejar de progresar en esas condiciones, y lo hizo a través de administraciones de distinto signo y con distintos acentos sobre las consecuencias en el plano interno y más allá de los errores eventuales de sus gobiernos.

Después de la crisis del 30 y de los cambios mundiales que sobrevinieron (guerra, proteccionismo, guerra fría, un crecimiento de posguerra que se centró en el comercio entre países avanzados)  el pais, que parecía haber tenido todo servido sufrió una pérdida grande. En principio, perdió un rol de importancia en  el mundo. La nueva globalización y el papel creciente que en ella juegan las potencias emergentes como China, India y el propio Brasil, le ofrecen ahora a la Argentina una nueva oportunidad. Una vez más el mundo quiere comprar (y con precios que ascienden) lo que Argentina produce con calidad, eficiencia y en cantidades que no han encontrado un límite. Es esa circunstancia (y no el “modelo”) lo que explica el crecimiento.

El “modelo K” más bien explica los límites de ese crecimiento y sus deformaciones: la inflación creciente, la ineficiencia, el despilfarro de los subsidios cruzados y  el desaliento a la inversión de las políticas tarifarias, la burocracia y la cleptocracia. Si el verdadero motor del modelo se encuentra en la existencia de cadenas de valor eficientes y globalmente competitivas como, en primer lugar, la cadena agroindustrial alimentaria, la lógica del modelo K reside en sofocar y expoliar ese motor, para derivar los resultados de su productividad y su competitividad  hacia el barril sin fondo de la ineficiencia y el clientelismo, obstruyendo el genuino proceso de acumulación y desarrollo y, así, los caminos para el progreso social y la transformación de las masas clientelizadas en  trabajadores en blanco y en ciudadanos libres; con sueldos y sindicatos, no con “capangas”; con derechos propios y no retenidos por los  mecanismos  subyugantes de la limosna arbitraria. Forma parte de esa lógica la baja calidad institucional. Sobran ejemplos: la provincia de Santa Cruz incumple la intimación de la Corte Suprema de reponer en sus funciones al Procurador que Kirchner desplazó; organismos de inteligencia le retacean información a la comisión del Poder Legislativo que debe monitorearlos; un gobernador (el de la Capital Federal) denuncia maniobras para destituirlo impulsadas por el marido de la Presidente con la colaboración de la Policía Federal y la SIDE; en fin, es público y notorio el bicefalismo institucional: el esposo de la Presidente ejerce porciones de poder que legalmente pertenecen en exclusividad al titular del Poder Ejecutivo. Esa baja calidad institucional se traduce en reticencia de la inversión local y extranjera y en un  aislamiento que perjudica las posibilidades del país.

La lógica política de ese “modelo K” es la confrontación permanente, una guerra que no se limita a la puja con  rivales partidarios,  sino que  procura la eliminación de  quienes puedan  ponerle límites en la influencia sobre la sociedad o quienes se resisten al proceso  rentístico, centralizador y confiscatorio  que ese modelo encarna.

La mecánica de esa política tiene a Kirchner como  el impulsor máximo del conflicto político y, si se quiere, el organizador de las partes de ese conflicto. Es el mismo Kirchner el que, con su afán  de concentrar poder, agrupa y desagrupa sus propias fuerzas, impulsando al ruedo a aquellos en quienes ve menos posibilidades para  hostigar y esmerilar a otros  que se perfilan con más posibilidades y mejores cifras que él mismo como eventuales  candidatos del sector.

Es él, asimismo, el que contribuye a  la convergencia del campo adversario, al impulsar al conjunto de sus enemigos a  la ayuda mutua para  enfrentar el peligro de su estrategia destructiva.

Las reuniones que provocaron las últimas  iras de la Presidente y de los voceros de Olivos–el encuentro de líderes del peronismo federal en el domicilio de Héctor Magnetto, el CEO de Clarín y la reunión de dirigentes opositores con el ruralismo- son manifestaciones de esa tendencia. Kirchner lo hizo. El modelo K pone en la misma vereda  a las fuerzas de la producción competitiva, al peronismo disidente, al resto de la oposición, a los medios acosados por la presión estatal.

El mundo se hace cargo de darle a la Argentina una oportunidad de crecimiento sostenido y prolongado.  Kirchner se ocupa de agrupar a la oposición. Sólo hace falta que la alternativa exponga su programa y se corporice.

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