Opinión Internacional

La compleja reingeniería geopolítica del Mediano Oriente

(%=Image(9360798,»L»)%)A un par de meses desde la supuesta “victoria de la coalición” en la corta guerra en Iraq, la situación en la zona se va tornando cada vez más compleja, arrojando resultados que no anticiparon los ingenuos estrategas anglo-norteamericanos. Los hechos indican que la estabilidad de la región está en franco deterioro, ante los difíciles problemas encarados por los nuevos administradores del país, que no parecen preparados para la ardua tarea de gobernar un país casi destruido y virtualmente anárquico. Asimismo se está notando un resurgimiento del fundamentalismo islámico en Iraq, estimulado desde el gobierno teocrático iraní, que se mantuvo silente antes de la guerra esperando pescar en río revuelto por la confusión que caería sobre un país derrotado, desorientado y empobrecido. Las autoridades militares han sido incapaces no sólo de restablecer los servicios básicos y reactivar la economía, sino de empezar a construir una estructura democrática, en medio de la fuerte oposición de grupos radicales que buscan su parcela de influencia y los reclamos de una población impaciente por constatar las mejoras de una supuesta “liberación”.

A todo esto, la astuta estrategia de Hussein aparece cada vez más visible, sugiriendo que la coalición invasora pueda haber caído en una trampa con su fácil y esperada victoria sobre las fuerzas militares iraquíes. Con los fondos sustraídos a tiempo del erario público, el inefable Hussein -o sus seguidores si éste no viviera- puede estar financiando desde su escondite actividades guerrilleras que causarían sensibles pérdidas humanas a diario en las fuerzas de ocupación, contando que en unos meses la opinión pública norteamericana y británica forzaría la retirada de las mismas. Quizás ese era el plan desde el principio, ante la evidente inferioridad militar iraquí en ese momento, pues es extraño que sus renombradas ‘guardias republicanas’ se hayan esfumado de repente ante el avance de las tropas norteamericanas.

En el plano geopolítico, se evidencia cada vez más la intención de Washington de lograr un cambio en el gobierno teocrático iraní, que ha sido un dolor de cabeza recurrente desde el acceso al poder de los ayatolá en 1979. Irán se siente rodeado de gobiernos hostiles, pues tanto Afganistán como Iraq están dominados por gobiernos pro-norteamericanos y Pakistán sigue cooperando activamente con Washington, como se reafirmó en la reciente visita de Musharraf a EE.UU., a cambio de la ayuda económica necesaria para apuntalar su régimen militarista, conveniente para Washington pero todavía bien lejos de una democracia funcional. De ahí que no extrañe tampoco que Irán tenga un programa nuclear para fines defensivos, iniciado en tiempos de la URSS y continuado subrepticiamente por una Rusia que se debate entre el acercamiento a EE.UU. y las buenas relaciones con el gobierno teocrático, y aunque resienta el auge del fundamentalismo islámico por la ingerencia de éstos en Chechenia, también necesita vender su tecnología petrolera y nuclear a sus vecinos para generar divisas. Una situación bien compleja en la cual Putin ha demostrado cierto talento, a pesar de la evidente ambigüedad de su postura y su anacrónico deseo de seguir siendo una potencia de consideración en Asia, recordando las viejas ‘glorias’ soviéticas.

El reciente énfasis en el programa nuclear de Teherán recuerda mucho la antesala de la campaña contra Iraq, y aunque se descarta una invasión militar, no es impensable un ataque aéreo o misilístico a sus instalaciones nucleares (ya hubo advertencias precisas de Bush), imitando la acción israelí contra el reactor iraquí a principios de los años 80. Un acto punitivo de esa naturaleza sería una seria advertencia contra la camarilla fundamentalista gobernante, que está ofreciendo a los grupos opositores iraquíes un refugio en territorio iraní después de sus ataques, además del apoyo a los grupos chiítas en los nuevos gobiernos locales y no sólo por ‘solidaridad islámica’ sino por sus ambiciones hegemónicas regionales. De este modo, tanto Siria como Irán (y quizás luego Libia y Sudán) están en la mira de Washington en sus planes de reformar a su gusto el panorama geopolítico del mediano oriente, donde teóricamente no caben países hostiles a los intereses occidentales. No es extraño que las protestas callejeras contra el gobierno de Teherán se estén escenificando justamente en estas semanas, animadas por transmisiones satelitales procedentes de refugiados iraníes en EE.UU. y de grupos opositores, afectos al viejo régimen del Sha Pahlevi, que operan en Europa. Curiosamente el gobierno de Chirac, con fuertes intereses comerciales en Irán -y su acostumbrada ambigüedad geopolítica- efectuó una redada oportunista en el cuartel general de estos refugiados en París, tildándolos de terroristas, ante el asombro de la comunidad mundial y reacciones histéricas de exiliados iraníes.

Con el medio centenar de bajas militares yanquis desde el fin de la guerra, (%=Image(7468579,»R»)%) y las nuevas bajas británicas en el sur de Iraq, se podría extrapolar cifras preocupantes para diciembre, ya que habría varios centenares de soldados muertos para entonces, cuando las agresivas prensas norteamericana e inglesa estarán aumentando sus críticas a los gobiernos y abogando emotivamente por un “regreso a casa” para Navidad de las fuerzas de ocupación. Esta posibilidad es cada vez más probable ante las inminentes campañas electorales en ambos países, que exige complacer la opinión pública ante la debilidad que tendrán los partidos gobernantes, no sólo por los frustrantes reveses en Iraq sino por el continuo estancamiento de sus economías, que todavía no dan signos firmes de recuperación.

En particular, Bush será atacado desde varios flancos, y uno de ellos será seguramente lo que los opositores han bautizado como un “nuevo Watergate”, al implicar que hubo una maliciosa tergiversación de la inteligencia disponible para forzar la invasión de Iraq, o una ineficaz labor de espionaje, y que ahora se está tratando de echarle tierra al asunto desde altas esferas. Los demócratas, intentando un regreso al poder, harán todo lo posible por recordar al público las tretas y los aciagos días finales de Nixon, a menos que se encuentren pronto las dichosas “armas de destrucción masiva” o una firme relación entre Hussein y la red Al Qaeda. Asimismo, los costos de la reconstrucción de Iraq, que por ahora corren por cuenta de las potencias invasoras, prometen ser bastante elevados –se estiman en centenares de millardos- empeorando las finanzas de Washington y Londres y entorpeciendo los esfuerzos para recuperar sus maltrechas economías. En naciones tan abiertas y democráticas como EE.UU. y Gran Bretaña, será difícil ‘plantar’ evidencia ficticia para engañar al público, pues la prensa es muy agresiva y denunciaría tarde o temprano cualquier intento deliberado de fraude. Así, ante una estrategia que se perfila como guerrillas mezcladas con protestas callejeras y sabotajes a instalaciones petroleras, es posible que Iraq se convierta en otra Palestina, y eventualmente los seguidores de Hussein logren la salida de las fuerzas de ocupación sin un enfrentamiento militar, una alternativa ciertamente factible que sería la ‘peor pesadilla’ para las potencias vencedoras, convirtiendo su fácil logro militar en una típica victoria pírrica.

En este complicado escenario político, no ayudará en nada la siempre empantanada situación palestina, al contemplar a diario las continuas escaramuzas entre palestinos e israelíes que probablemente seguirán sucediendo en la conflictiva zona, a pesar de los enérgicos intentos de apurar la implementación del optimista ‘mapa de ruta’ propuesto por los cuatro lados decisivos en la región, EE.UU., ONU, UE y Rusia. Aunque se anuncie desganados planes israelíes de desmantelar los asentamientos en las zonas ocupados, y promesas de la autoridad palestina de controlar el terrorismo islámico, y de las curiosas ‘treguas’ ofrecidas por organizaciones extremistas, muy probablemente los grupos más radicales de ambos lados tratarán de sabotear esos planes constructivos, en vista de la plétora de intereses ocultos y estimulados desde el exterior. En efecto, a los iraníes, sirios y sauditas que financian actividades de grupos terroristas, no interesa que prosigan los planes para una solución pacífica, pues la inestabilidad ha sido siempre su objetivo, para fastidiar los planes hegemónicos anglo-norteamericanos en la región, tanto en el plano político como en el económico, y alimentar sus ambiciones de poder.

Igualmente, la ultraderecha israelí, ayudada por influyentes grupos judíos cómodamente asentados en Occidente -y que no sufren los embates de la violencia- seguirá insistiendo en retener dichos asentamientos, con excusas basadas en la una cuestionable historia de predominio judío en Palestina en tiempos bíblicos, ignorando los cambios políticos que tuvieron lugar en diferentes épocas, todo mientras los grupos ultraradicales árabes insisten en desalojar totalmente a los judíos de la región, sin considerar su derecho a una patria segura después de siglos de éxodos obligados por potencias invasoras y genocidas. Aunque hay argumentos válidos de ambos lados en algunos puntos, la intransigencia e intolerancia que han demostrado hasta ahora no augura nada bueno en los esfuerzos para una coexistencia pacífica de los dos bandos, a pesar de que ambos reconozcan –en sus momentos más racionales- que representa la única solución práctica para asegurar el progreso económico de la región. Como lo dijo hace poco en Jordania el mismo Colin Powell, en su discurso en el Foro Mundial Económico: “Para lograr una paz duradera se necesita desarrollo económico, de otro modo nadie se beneficia de la paz”.

El egoísmo y la ambición siempre ha dado resultados negativos en situaciones tan complejas, y se necesitará un liderazgo sensato para convencer a mentalidades recalcitrantes de ambas comunidades para abandonar sus absurdas y fútiles posiciones. Para Israel, como potencia dominante en la región, sería conveniente –aunque doloroso- volver a la estrategia visionaria y pacifista de estadistas como Begin y Rabin, desocupando rápidamente los asentamientos en Cisjordania y Gaza, y las alturas del Golán, sin importar las consecuencias políticas ni ceder ante las estridentes voces radicales. Si lo hiciera, los grupos extremistas islámicos se verían en desventaja para continuar sus planes desestabilizadores y podrían ser más fácilmente controlados desde adentro y afuera. Sin embargo, este plan –el único que luce realista para lograr la paz – sería difícil de implementar mientras haya un gobierno derechista en el poder que responde mayormente a intereses de colonos y grupos ultranacionalistas. Bien lo decía el judío Einstein, cuando consideraba que el excesivo nacionalismo es como el sarampión, o sea una enfermedad infantil propia de mentes inmaduras.

En retrospectiva, vemos como Bush y Blair se embarcaron audaz e imprudentemente en una especie de “misión imposible”, quizás estimulados por el fantasioso optimismo que exuda de estas series fílmicas, donde ‘los héroes’ (o sea los anglos) siempre logran el objetivo y las ‘fuerzas del mal’ (o sea, los terroristas foráneos) son inevitablemente derrotadas. Ambas naciones están comprobando que en el mundo real todo es bien distinto y mucho más complejo, ante las dificultades de estas naciones en comprender de manera más profunda las variadas culturas islámicas que existen en la conflictiva región, que no ha tenido muchos años de paz desde que en la misma se explota los productivos yacimientos petrolíferos. En este momento, todo indica que las consecuencias políticas de los eventos desencadenados por la invasión, pueden ser bastante dañinos para los líderes occidentales, tanto en las potencias anglosajonas como en las europeas que apoyaron activamente la invasión, v.g. España e Italia. Por su parte, Francia, Alemania y Rusia tratan de derivar a posteriori algunos beneficios políticos y económicos de esos reveses, en medio de su empeño por ser líderes de la nueva Europa y formar un nuevo polo mundial para hacer contrapeso a la actual superpotencia americana. Mientras tanto, la coalición anglo-norteamericana está comprobando a diario que es más fácil ganar una guerra contra un país tercermundista, que restablecer la paz en la región y estimular la democratización dentro de poblaciones atrasadas, acostumbrados a regímenes autocráticos y paternalistas.

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