Opinión Internacional

La crisis argentina

Hay definitivamente algo de teatral en la crisis política que estamos viendo desarrollarse en Buenos Aires. Lo que no es claro es el género de la pieza que se representa. Unas veces parece comedia, otras sainete, y es inevitable el temor de que termine siendo drama.

La obra se inicia con un prólogo, en el que asistimos a un episodio político insólito: la renuncia del vicepresidente de la República. Carlos (Chacho) Álvarez, al no transigir con la reacción del gobierno, que estimó endeble, frente a algunos senadores que vendieron sus votos. Dimitió… ¿para alejarse de la política? ¿Para abandonar el partido del que es cabeza, por seguir éste integrando el gobierno? En modo alguno: se le vio reanudar enseguida su contacto casi cotidiano con el presidente, y considerar la aceptación de otros cargos, el último –cuando se escriben estas líneas- el de jefe de gabinete, una especie de coordinador del consejo de ministros. Y desde entonces ya no se sabe si hay o no hay “alianza”, ni quién es gobierno ni quién oposición.

Al subir propiamente el telón –si se me permite continuar con el símil- vemos al ministro de economía, Machinea, en un duro trance. Están por llamar a su puerta los acreedores del país y no tiene con qué pagar. Negocia furiosamente, y logra concretar un “paquete” de 40 mil millones de dólares con el FMI y otras entidades multilaterales. Desde entonces a esa asistencia financiera se la llamará “blindaje”, porque se supuso que opondría a la cesación de pagos una barrera infranqueable. Completado lo cual, renuncia. No queda claro por qué, pero se estima que el presidente de la República aspira tener en su lugar a alguien que suscite más confianza en los operadores económicos. Entonces la atención del público, y la del presidente de la Rúa, se concentra en dos personajes: Ricardo López Murphy, del partido radical como el presidente, de gran prestigio en medios académicos y empresariales, y Domingo Cavallo, famoso por su gestión junto a Carlos Menem, que operó una verdadera revolución económica en materia de privatizaciones y desregulaciones, así como de estabilización monetaria, ahora convertido en jefe de un partido menor. ¿Cómo elegir entre ellos?

Sus respectivas ventajas e inconvenientes presentaban semejanzas. Dos economistas graduados en EEUU (López Murphy en Chicago, Cavallo en Harvard), ambos de alto prestigio profesional; dos hombres de carácter fuerte, rasgo indispensable en la coyuntura; experimentados los dos en el quehacer gubernamental, Cavallo por el ejercicio directo de la cartera de economía, López Murphy por el seguimiento próximo de la política económica como economista jefe de FIEL, primer think-tank del país. Al mismo tiempo, por su ortodoxia y carácter, resistidos ambos por el grueso de la opinión pública, en los ambientes en que todavía se cree que, en un país con alto déficit y altísimo endeudamiento, el ajuste financiero es opcional, por tanto soslayable.

Fernando de la Rúa se inclina por López Murphy, el correligionario, a quien había designado ministro de Defensa sin duda para tenerle cerca como pieza de recambio en su especialidad. El designado acepta y se encierra en su gabinete de trabajo. A preparar un plan de ajuste. Lo que el país necesitaba.

Un plan de ajuste… ¿qué clase de cosa es? Pues viene a ser lo que hace un matrimonio cuando se da cuenta que seguir pagando los intereses de lo que debe con más deuda va a terminar con el alguacil tocando el timbre para llevarse el auto, la heladera, el televisor y otros adminículos igualmente imprescindibles. Tendrán que quedarse en casa en vacaciones, cambiar el coche por otro que gaste menos combustible, emplearse la señora, y también Pepito, por más que quiera seguir estudiando, cancelar la suscripción a la revista de automovilismo del papá, y -¿qué más remedio?- mudarse a una casa más barata. Cada ítem es un sacrificio, pero se asumen porque la alternativa es claramente peor. Yo no sé por qué a la gente le cuesta entender cuando su país tiene que ajustar.

López Murphy sale de su escritorio con su plan de ajuste. Había hecho los deberes. Proyectaba, con todo detalle, una reducción de gastos para 2001 de 2 mil millones de dólares, con previsión de subir a 3 mil en 2002 y una profunda reforma del estado que quedaría completada en 2003, lo que implicaría una reducción apreciable de la plantilla de funcionarios.

Hecho público el plan, siguió una explosión de protestas. Hasta cierto punto, comprensibles. Los subsidios son con frecuencia privilegios. Pero, con el tiempo, los privilegios se visten de derechos. Y por sus derechos, la gente pelea. Los cultivadores de tabaco se alzaron como un solo hombre. Que la Argentina no pueda competir con tabacos importados sin subsidios que no había con qué pagar no quitó la indignación a los que contaban los trabajadores que vivían del subsidio y los años que éste duraba. Y los estudiantes universitarios, beneficiarios de la redistribución más regresiva de ingresos, también calibraban su rebelión por la antigüedad de la prebenda. Etcétera. Los ahorros viables en la emergencia, según López Murphy, y según la razón, fueron anatema para los doloridos.

Éste era el momento del presidente. Tenía que defender su opción. Ante la grita generalizada, se necesitaba una sola cosa: liderazgo. En lugar de lo cual, de la Rúa llama a Cavallo. Entonces la comedia de errores toma cariz de sainete. Cavallo entra a escena en el papel de “buen muchacho”. Él no hará un ajuste. De todos modos, sin embargo, mantendrá la convertibilidad. Mejorará la competitividad argentina (cociente entre el precio medio de los bienes internacionales y los bienes domésticos) en cosa del 20%, poniendo un impuesto a los cheques. Y protegerá la industria nacional implantando un arancel del 35% sobre los bienes de consumo importados (justamente cuando, al haber mejorado la competitividad, de la economía ya no sería necesario).

Me dio mucha pena oírle decir tanta tontería y tanta falsedad a un hombre cuya obra como ministro de Menem admiré y respeté. Me deprimieron todos los comentarios de líderes políticos y sindicales argentinos que parecían estar en Babia. Porque Cavallo no anunció nada que vaya a mejorar la competitividad argentina, ni que vaya a salvar al país de la cesación de pagos, ni a mejorar su nivel de empleo. De modo que, o esto es un truco para que lo comparen favorablemente con López Murphy –el bueno de la película contra el malo- y las verdaderas medidas las anunciará más tarde, lo que en todo caso sería humillante para los argentinos, o la crisis financiera se avecina. Él hizo la convertibilidad, él la habrá terminado; pero no con la elegancia que la gente esperaría. Y entonces –lo que tal vez sea lo más grave- ¿a quién recurrirán?

Ramón Díaz es un Abogado uruguayo, ex presidente de la Sociedad Mont Pelerin y del Banco Central del Uruguay.
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