Opinión Internacional

La Cumbre de Cancún y el agua tibia

El presidente de México, país que retomó la iniciativa presentada en Bahía, Brasil, de conformar un nuevo mecanismo latinoamericano de concertación, señaló en el discurso inaugural de la Cumbre de Cancún que Latinoamérica no puede abordar su futuro con éxito sobre la base de sus diferencias y que debe hacerlo sobre sus coincidencias, las cuales, afirmó, son mucho mayores que aquellas. Asimismo, el presidente Calderón expresó que la región cuenta con dos poderosos mecanismos, el Grupo de Río y la Cumbre de América Latina y el Caribe (CALC), que consideró como pilares fundamentales para construir esa concertación necesaria, los cuales podrían transformarse en una sola voz que ayude a borrar la tradicional separación entre nuestros pueblos. Como sabemos, la Cumbre terminó aprobando la creación de un nuevo mecanismo de concertación, cuyo nombre y estatutos serán definidos en las próximas reuniones de Caracas (2011) y Santiago (2012), no sin antes haber ofrecido Venezuela y Colombia al mundo entero una buena muestra de las “coincidencias” que supuestamente nos unen y que constituyó el asunto más noticioso de la misma.

Aunque los mandatarios acordaron unánimemente la constitución de la nueva entidad, parece haber bastantes divergencias en el grupo sobre lo que piensan debe ser el futuro de la OEA, organismo al que muchos señalan como inoperante e ineficaz para resolver conflictos regionales, pero al que siempre acuden como en la reciente crisis de Honduras. El presidente de Brasil se limitó a calificar el acuerdo como histórico, mientras que Piñera, de Chile, recordó que era “muy importante no pretender remplazar a la OEA, puesto que es una organización permanente con sus propias funciones.” Los Estados Unidos parecen descartar que exista la intención de construir una OEA paralela, a juzgar por lo expresado por el embajador Shannon en Brasil, quien calificó la idea como positiva, “porque refleja un momento de profundización del diálogo y la integración”.
 Sin embargo,  destacó asimismo que la «OEA es sumamente importante para construir el diálogo político en el hemisferio” y que ese carácter se incrementará con el paso del tiempo.»

Por su parte, el más absurdo de los invitados, Raúl Castro, destacó igualmente la “trascendencia histórica” que supone la creación de una comunidad de estados latinoamericanos y caribeños y afirmó además que la próxima reunión de Caracas en 2011 debería ser el “momento idóneo” para ponerla en marcha, pues “no tendría sentido dilatar ese proceso», en una muestra evidente de que no verían con buenos ojos que la discusión pase de Caracas a Santiago sin que se concrete la dudosa empresa.

México, país que últimamente tiende a percibirse un poco como ni de aquí ni de allá, en virtud de su accidentada aunque exitosa relación con sus vecinos del Norte y a pesar de su común acervo cultural y pertenencia geográfica regional, probablemente haya sentido la necesidad de avanzar la propuesta para hacerle frente a las recriminaciones de que su país se ha distanciado de la región, privilegiando su relación con los EEUU y Canadá. Con ello, México podría disputarle el liderato latinoamericano a Brasil y de paso tratar de acallar algunas de sus voces altisonantes, mediante el señuelo de un mecanismo sin los EEUU ni Canadá. Pero la propuesta parece haber partido de varios supuestos discutibles y obedecer a propósitos un tanto distintos a los expresados.

En primer lugar, es necesario tener en claro que la idea de crear una organización que excluyese a los EEUU y Canadá para poder tener un espacio de concertación exclusivamente latinoamericano no tiene nada de nueva. Ya se le ocurrió a alguien antes y se concretó en 1975 con la firma del Convenio de Panamá, que dio origen al Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (SELA). A pesar de la negligente actitud de muchos países de la región, que ha terminado por sofocar al organismo, el SELA se resiste a desaparecer, lo dirige por cierto un mexicano, y tiene su sede aquí en Caracas. Así que la novel idea de Cancún es más o menos equiparable al descubrimiento del agua tibia. Más aún, el SELA podría haber servido perfectamente de punto de partida para el establecimiento de un mecanismo de concertación que trascendiese el mero ámbito de lo económico, comercial y financiero, e incluyese la concertación política.

En segundo lugar, cuando el presidente Calderón dice, además, que estamos ante una oportunidad inédita de construir un espacio común sobre los valores que nos unen y afirma que no se trata de un asunto de ideologías de izquierda o de derecha, habría que preguntarse entonces cuál es el verdadero propósito de crear un nuevo mecanismo, cuya única lógica de existir pareciera ser la exclusión de los EEUU y Canadá, por razones precisamente ideológicas. Como inevitables vecinos del hemisferio e indispensables socios comerciales que son, lo lógico sería que, en vez de desdeñarlos, estableciésemos canales de entendimiento y negociación cada vez más profundos para beneficio mutuo. Pero por el camino que vamos, no debería sorprendernos que en un próximo encuentro surja la propuesta de dragar exhaustivamente el Río Grande para separarnos definitivamente del Norte.

Por último, contrariamente a lo que afirmó el presidente mexicano, el anacrónico y trasnochado “debate” ideológico regional entre izquierdas y derechas sí constituye un problema; es más, constituye el problema y es además un formidable obstáculo para el entendimiento y avance de nuestros países. La región latinoamericana se encuentra hoy más desunida que nunca y es más lo que nos desune que lo que nos une. Es evidente que nos une un pasado, así como una serie de problemas comunes; pero no nos une un proyecto, un camino o una esperanza común. Resulta en todo caso incoherente hablar en Cancún de valores tan universales como la Libertad y la Democracia y darle al mismo tiempo la bienvenida a Cuba, mientras se excluye a Honduras.

La Declaración señala como objetivos primordiales la intensificación del diálogo político a través de la concertación con miras a la interlocución con otras regiones y países, como vía para aumentar su influencia en el escenario internacional. Para ello establece una agenda de trabajo integrada, sobre la base de los acuerdos alcanzados previamente en el Grupo de Río y la CALC, la cual recoge una amplia gama de temas considerados como prioritarios, que constituyen en realidad una extensa reiteración en más de 80 párrafos de anteriores manifestaciones de voluntad.

En realidad hay pocos elementos nuevos en el documento; pero llama especialmente la atención el silencio absoluto que hace el mismo sobre la existencia del SELA, cuando se menciona toda una serie de otras instancias de menor trayectoria e importancia. Pero uno se topa con otras cosas igualmente insólitas al pasearse por la parte resolutiva de la Declaración y ver que los presidentes reafirman: “que la preservación de la democracia y de los valores democráticos, la vigencia de las instituciones y el Estado de Derecho, el compromiso con el respeto y la plena vigencia de todos los derechos humanos para todos, son objetivos esenciales de nuestros países.”

Al igual que antes, la afirmación no tiene nada de nueva; pero sí mucho de ironía y sarcasmo de parte de algunos de sus más notables firmantes. Vaya desfachatez y desvergüenza: mientras el dictador caribeño suscribía la Declaración de Cancún como un representante más de las “democracias” latinoamericanas, en las mazmorras de la isla fallecía un preso de conciencia sometido a torturas por exigir libertad para su país, en medio del pasmoso y cómplice silencio de sus compañeros de reunión.


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