Opinión Internacional

La disyuntiva del ELN

El debilitamiento del ELN les ha permitido a las autodefensas meter un pie, al menos temporalmente, en el proceso de paz. Demostrando una capacidad de organización y movilización de masas que hasta ahora solo se le había visto a la guerrilla, los paramilitares se han establecido como un tercer actor con el que habrá de contar, si de hacer la Convención Nacional en el sur de Bolívar se sigue tratando.

La interlocución del ELN con el Gobierno, ya de por sí problemática, quedó ahora interferida directamente por el movimiento campesino e indirectamente por las autodefensas de la región. Así las cosas, para el ELN la situación se ha complicado, pues se encuentra colocado frente a una disyuntiva tipo astas de toro, o sea, con ambas opciones indeseables: o insiste en que la zona de convivencia sea en el sur de Bolívar, pero entonces tendría que convenir las condiciones y la localización que acepten los campesinos y los paramilitares; o abandona esta exigencia, después de haber dicho que era su última palabra, y se resigna a que el proceso arranque en una zona distinta, con lo cual también estaría reconociendo el poder de facto de las autodefensas en el área.

Esta difícil disyuntiva debe haber exacerbado aún más las tensiones en el seno del ELN y que ahora tienen que ver con la celeridad y las circunstancias en que debería adelantarse un proceso de paz con el Gobierno. Esto tiene su expresión crítica, claro, en lo relacionado con la zona de convivencia para realizar la Convención Nacional. Para los más duros, el proceso puede esperar si el Gobierno no satisface todas sus exigencias; para los otros, lo importante es que empiece el proceso aunque haya que hacer más concesiones.

Para los primeros, el sur de Bolívar parece ser una cuestión de honor; los segundos son más pragmáticos y tal vez estarían dispuestos a hacer la Convención incluso en el exterior, con tal de que sea pronto. Los unos juegan a la parsimonia y a la paciencia, mientras para los otros el tiempo apremia.

Mientras para los duros sería impensable aceptar a las autodefensas como un poder de veto entre bambalinas, para los otros lo importante es que las condiciones que se acuerden sean razonables y, eso sí, que no se note demasiado que hubo una transacción indirecta con los paramilitares a través de los campesinos organizados de la región. Pero unos y otros deberán cuidarse de dar la impresión maniquea de que para ellos hay una sociedad civil buena, que los apoya, y una sociedad civil mala, la que los cuestiona.

Tal vez lo que hay en el fondo es una diferencia en cuanto a la forma como perciben tanto las circunstancias y opciones de su propia organización guerrillera, como la situación y posibilidades de sus adversarios. A lo mejor, tampoco comparten una misma visión ni del proceso de negociación ni del «fin del juego», y difieren en cuanto a las reacciones que les genera la incertidumbre de la era postconflicto: temor en unos, expectativa en otros.

En esta falta de claridad y de percepciones compartidas estaría la explicación de la falta de consistencia y de los persistentes zigzagueos del Eln en sus acercamientos con el Gobierno. Lo cual, en medio de una dinámica de extensión y de profundización de la confrontación que amenaza con arrollarlos, ha impedido que el proceso arranque, ha propiciado su creciente rezago en relación con la negociación de las Farc y pone al Eln en el riesgo de ser considerado como un grupo con el que habría que hacer una negociación subsidiaria, con una agenda cada vez más marginal.

Resultado de un debilitamiento inocultable, el ELN ha empezado a ser considerado como un trofeo y un botín de guerra que se disputan por igual, pero todos por motivos diferentes, los paramilitares, las Farc y las Fuerzas Militares. Los paramilitares, para ganar legitimidad so pretexto de una lucha eficaz contra la guerrilla, así sea en la forma de una criminal guerra sucia; las Farc, para impedir que los paramilitares logren su propósito y para quedarse con las fuentes de recursos económicos y las posiciones estratégicas del ELN; las Fuerzas Militares, por evitar que los dos anteriores se salgan con la suya y se fortalezcan.

En medio de semejante acoso y ante la única y dramática opción de quedarse quieto, la salida fácil y peligrosa del ELN ha sido apelar al terrorismo y al sabotaje económico sistemático. Que puede resultar un medio más o menos eficiente para presionar al Gobierno, pero que en el largo plazo puede significar un costo político impagable.

Porque para el ELN, que se convirtió en una rara mezcla entre una ONG en armas y una iglesia belicosa, ver la experiencia de miles de campesinos que hasta ayer no más eran sus apoyos sociales y políticos, empoderados y en alianza con su peor enemigo, las autodefensas, movilizándose en su contra, debe ser como la visión de un purgatorio en el que están expiando todos los pecados políticos y las faltas morales que han cometido en este mundo.

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