Opinión Internacional

La Guerra Kitsch

En un artículo titulado Miel y Sangre, el escritor argentino Juan José Saer propone una relación entre el arte kitsch (exagerado, pedante, que surgió en el siglo XIX, en Alemania), con el discurso político y diplomático contemporáneos. El argumento central es que el discurso político trata de darle sentido ético a las acciones beligerantes, en un tono descaradamente poético. Saer sugiere que el discurso de los días actuales, de inspiración postmoderna, es típicamente kitsch, una reconstrucción deformada de la grandiosidad del mundo Griego y Romano antiguos: rascacielos hasta las alturas, patriotismo excesivo, guerra, guerra por la supremacía del ideario humanista. A pesar de todo, el rascacielos se transforma en ruinas en pocos segundos, el patriotismo es seguido por censura a las manifestaciones contrarias a las orientaciones del poder central, la democracia norteamericana elige representantes con votos de la minoría de sus electores y queda marcada por dudas sobre su sinceridad. Falta convicción.

La guerra contra Irak es un acto kitsch, un rito gubernamental de gusto más que dudoso, vacío de sentido. Lo que Saer no profundiza es el origen de ese discurso en la cultura política norteamericana. La política de los EUA es kitsch desde la década de los 70 del siglo pasado. En los años 90 se expresó a través del multiculturalismo, que sustentaba una tolerancia frente a las diversas manifestaciones culturales. En la práctica, segregó tales manifestaciones en ghetos de chinos, latinos, negros. Hay reacciones frente al multiculturalismo, es verdad, que no tienen repercusión en la gran empresa, como las de actores que se niegan a ser llamados afro-americanos.

“Somos americanos, como todos los americanos, y no necesitamos adjetivos”, dice Whoopi Golberg. Afirmaciones como esa se apoyan en la percepción de que la exaltación extrema de la diferencia puede destruir la noción de humanidad. Perciben que el origen cultural no puede significar ciudadanos diferentes, por la simple razón de que el estatus de ciudadano es definido por la igualdad política.

Richard Sennet ya había percibido la cultura política norteamericana kitsch en los años 70, en su libro “La Declinación del Hombre Público”, cuando Nixon apareció con discurso en red nacional de televisión al lado de su perro. Un perro tratado como de la familia Nixon, siendo utilizado públicamente para revelar el lado “humano” del entonces senador, acusado de corrupto.

La guerra contra Irak es parte constitutiva del discurso y de la cultura exagerada, sin fundamento racional, encubierta por un llamado emocional endulzado. Utiliza valores universales para justificar objetivos particulares. Se basa en la defensa de la paz y la democracia, pero no respeta las reglas de la convivencia internacional. La coalición se enarbola como defensora del mundo libre sin delegación para tanto, contradiciéndose en el irrespeto a la decisión de la mayoría de los países que supuestamente componen su “quiñón político”. El discurso kitsch destruye a la razón política.

Esta guerra, todos lo sabemos, se fundamenta en la mentira y en el irracionalismo, en un ansia imperialista que hiere a la razón política y a la legitimidad de la ONU, justamente porque donde nace la guerra, pierde la política, el arte de la negociación y de la tolerancia. Jacqueline de Romilly nos enseña que la noción de tolerancia nace de la palabra griega epieiceia, que significaría “comprender al otro”, más allá de la justicia. A partir del siglo V, se abomina a todo lo que ofendería a la tolerancia: la salvajada, la falta de equidad, la brutalidad. La tolerancia. Como decía Menandro, se fundamenta en la humanidad: “nada de lo que es humano me es extraño”. La política, en cuanto acto de tolerancia, frente a la diferencia y la búsqueda de negociación, es lenta por definición y debería ser la esencia de la humanidad. La guerra, por el contrario, está volteada hacia la acción inmediata, es espectacular por excelencia, parece combinarse con los tiempos actuales. Es el fin de la política. Y, con el fin de la política, plagiando a Baudelaire, la esperanza se vuelve un “caballo que tropieza y cuya pata resiste”.

(*): Doctor en Ciencias Sociales, Profesor de la PUC-Minas y Director de la CPP (Consultoría en Políticas Públicas). Autor de “Terra de Ninguém” (editorial Unicamp).

Sitio Web: (%=Link(«http://www.portalcpp.com.br»,»www.portalcpp.com.br»)%). Traducción de Carlos Armando Figueredo

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