Opinión Internacional

La hora de los premios Nobel de la Paz

El angustioso momento que vive la comunidad mundial exige que las personalidades vivientes que han merecido el premio Nobel de la Paz hagan causa común y cooperen activamente para evitar una guerra que a todas luces puede ser muy negativa para la humanidad. Así lo han señalado en la prensa algunos de ellos, especialmente Jimmy Carter, en un apremiante llamado en el New York Times, titulado Just war…or a just war? , y seguramente todos concuerdan en que hay que hacer algo –y rápido- para evitar que las bombas caigan pronto sobre una población sufrida y virtualmente indefensa, que no tiene mucha culpa de los errores y desmanes de sus gobernantes. Como en cualquier coyuntura crucial, es necesario que las partes en conflicto analicen bien los pro y los contra de sus respectivas posiciones, actualmente intransigentes pero que podrían cambiar de tener incentivos adecuados para hacer ciertas concesiones y convertir así una situación tipo perder-perder en una de ganar-ganar, aún cuando ambos lados están enfrascados en un curso de colisión y convencidos de su aparente victoria.

Las razones para que los contrincantes mantengan a ultranza sus puntos de vista son bastante debatibles, tanto desde el punto de vista práctico como desde un enfoque ético, pero sin entrar en juicios sobre la validez de sus argumentos nos estrellamos contra el hecho ineludible de una fuerte oposición de la mayor parte de la comunidad mundial hacia una solución de fuerza, convencidos como están muchos gobernantes, analistas y ciudadanos comunes de la posibilidad de evitar un conflicto que con mucha probabilidad será fútil y quizás puede intensificar las mismas causas que condujeron a la actual confrontación. Por esto, se impone que cada lado examine más detenidamente sus objetivos –tanto estratégicos como inmediatos- y los medios con que cuentan para remediar los problemas que pretenden solucionar con sus posiciones ahora aparentemente irreversibles.

Evidentemente no se han agotado las vías para una solución pacífica, ya que todavía no se han iniciado las hostilidades, pero habría que hacer algo en los próximos días para detener una guerra absurda e innecesaria, que no puede ser un recurso válido a pesar de que se consiga resultados efectistas a corto plazo. De ahí que mucha gente ve como factible que personalidades prestigiosas intercedan ante los mandatarios para que modifiquen sus posiciones, confiando en que será mejor para todos a la larga, a sabiendas que éste no es un asunto que concierne sólo a las naciones enfrentadas, sino a todo el planeta, especialmente en el mundo globalizado de hoy. En efecto, en todas partes se teme que una guerra unilateral tendrá consecuencias nocivas sobre sus vidas cotidianas, al empeorar la crisis económica mundial e intensificar el terrorismo internacional, mientras se acrecentan las tensiones ya existentes entre el mundo occidental y el islámico, sin olvidar los efectos negativos en la OTAN y la (%=Link(«http://www.un.org/»,» ONU «)%) por las posiciones encontradas entre sus miembros.

Pero no será suficiente que las personalidades a que aludimos al principio -pacifistas preocupadas por una inminente guerra- escriban artículos o se declaren públicamente contra la misma, teniendo ellos en sus manos el prestigio y los medios necesarios no sólo para ofrecerse de intermediarios sino para elaborar un plan factible para evitar el conflicto y proponérselo a las partes encontradas. Y aunque ellos seguramente podrían idear una manera más efectiva para el logro de la paz, nos atrevemos a sugerir en forma preliminar un plan sencillo que podría funcionar, al apelar a los intereses básicos de ambos bandos y ofrecer una salida elegante y digna para los mandatarios enfrentados, actualmente confundidos por las desmedidas presiones políticas que reciben en sus respectivos ámbitos y temerosos de mostrar una debilidad que pudiera afectar los intereses de sus naciones, si llegan a ceder un poco en sus rígidas posiciones. También se observa mucha soberbia, que se hace pasar por simple orgullo nacionalista, en el comportamiento de los gobernantes involucrados, uno de los pecados capitales que han causado tantos estragos a lo largo de la historia.

En términos generales el plan consiste en organizar rápidamente un grupo de Premios Nobel para que viajen a Bagdad y convenzan a Saddam Hussein de que su actitud de resistir una ofensiva aliada es poco realista, -y quizás hasta suicida- ya que muy probablemente tendrá las de perder (como ya sucedió en 1991) en vista de la superioridad militar de los atacantes, por lo que lo más conveniente para la seguridad y el bienestar del pueblo iraquí -y del propio dictador- es dejar el poder a un gobierno provisional moderado, que pueda negociar satisfactoriamente un desarme efectivo y transparente, junto con reformas que involucre una gradual transición a un sistema realmente democrático. Con este viraje, obtendrían a cambio importantes concesiones económicas de las potencias occidentales del primer mundo, no sólo para ese país sino también para todos las naciones necesitadas de la región. Se sabe que Hussein –un militar que ha demostrado ser muy egocéntrico– tiene ya planeada su huida cuando las tropas lleguen cerca de Bagdad, así que el mundo lo castigará severamente por haber expuesto innecesariamente a su pueblo al inevitable daño o sufrimiento causados por una guerra y una ocupación militar, cuando no pensaba resistir hasta el final.

Por esto es mejor que Hussein acceda a un exilio voluntario –para él, sus familiares y allegados– al país de su escogencia que lo acepten, en aras no sólo de evitar mayores penurias a su pueblo sino de promover el progreso para varios países islámicos vecinos –algunos sin recursos petroleros- que recibirían una sustancial ayuda financiera y técnica a corto plazo, utilizando los fondos liberados por la paralización de los planes bélicos, que se han estimado entre unos centenares de millardos y un billón de dólares dependiendo de los daños a reparar así como de la duración de la guerra y de la posterior ocupación militar. Naturalmente, el otro lado tiene que aceptar también un viraje en su enfoque geopolítico, y el plan aquí sugerido cuenta en que Bush y Blair tendrán la suficiente flexibilidad y visión para detener sus planes bélicos y acceder a un uso constructivo de los fondos ahora dedicados a los mismos, en un cambio drástico en su política exterior centrado en la cooperación en lugar de la confrontación, conscientes de que esta última actitud ha tenido mucho que ver en el actual choque de culturas que mantiene angustiada a la humanidad con su resentimiento y la manifestación violenta del mismo a través del terrorismo.

En síntesis, se necesitará dos virajes simultáneos para lograr una solución ganar-ganar para todos, concesiones que son un precio pequeño a pagar por algo tan valioso como la paz y el progreso en el futuro inmediato. El costo de la logística en trasladar tropas y pertrechos militares a la región –y hacerlas regresar- se ha calculado en apenas 25 millardos, con lo cual el logro del objetivo principal –o sea, un cambio de régimen- se habría logrado en forma muy económica y sin pérdidas humanas, que se estiman en miles de combatientes y civiles.

De este modo se lograrían que los mandatarios de ambos lados logren salvar cara ante sus pueblos y el mundo, esgrimiendo el cumplimiento de sus objetivos básicos como la disminución del terrorismo y el desarme de equipos destructivos, mientras se cumplen fines humanitarios y loables, lográndose mejorar de paso la calidad de vida en toda el mediano oriente. Así, los gobernantes –si acceden a tantas peticiones de la comunidad internacional- quedarían como verdaderos estadistas mientras consiguen gran parte de sus objetivos, que no pueden ser otros que la seguridad y bienestar de sus pueblos. Los tribunales internacionales y la opinión pública mundial se encargarían luego de emitir un juicio a sus acciones, pasadas y presentes.

Si se rechazara un plan de este tipo, ofrecido públicamente por personalidades prestigiosas, ello implicaría que cada gobernante tiene objetivos ocultos, que pueden ubicarse entre rencillas personales, provecho político o ambiciones de poder, y que realmente no quieren salidas pacíficas y constructivas que beneficien a todos, quedando muy mal ante la historia. Algo que seguramente no desearían tanto Bush y Blair como el mismo Hussein a juzgar por sus posturas públicas, que se van pareciendo cada vez más a una pelea de escolares, con posturas inmaduras, donde nadie quiere dar el brazo a torcer para “que no se diga que fueron cobardes”. El que más tendría que ganar con el plan es Hussein -con una reputación muy discutible- que de una derrota segura pasaría a ser un campeón de los pueblos árabes sin recursos. Esto es evidente, al desactivarse la amenaza de guerra y beneficiarse con los fondos liberados a todos sus vecinos, que podrían estar esencialmente en Palestina, Jordania, Egipto, Líbano, Siria, Pakistán y Afganistán, aunque otros países islámicos podrían recibir ayuda tanto financiera como técnica (por ej. del tipo Cuerpos de Paz) de acuerdo con sus necesidades y voluntad.

Este gesto de acercamiento entre Occidente y el mundo islámico lograría reducir en forma efectiva e inmediata la creciente amenaza terrorista, enraizada en antiguos prejuicios colonialistas y el resentimiento por el bienestar aparente de los pueblos occidentales. Al contrario, la vía militar no haría sino exacerbar esos sentimientos y crearía un mundo más violento y pobre, donde el turismo, el comercio y la inversión serían más difíciles de realizar, con pérdidas para todos. Este aspecto socioeconómico debería ser la consideración más importante en este momento, apartando los motivos geopolíticos en un mundo que ya no acepta las posturas hegemónicas. La imposición de una solución militar -aunque pudiera lograr un cambio de régimen- sería una victoria pírrica y complicaría aún más el panorama regional, haciendo más difícil la solución del conflicto israelí-palestino, el más álgido de la región y que simboliza el enfrentamiento entre ambos mundos, una confrontación a la cual no se le ven visos de solución por la vía de la violencia después de medio siglo de hostilidades. Es de estadistas el reconocer que la vía constructiva puede ser lenta, pero a la larga es la más conveniente para todos, y ciertamente la manera más sencilla y menos traumática de mejorar las probabilidades de paz en el siglo XXI.

Contamos en que los premios Nobel que lean este llamado, aún dispersos en la vasta geografía mundial, querrán unir esfuerzos y cumplir con el deber moral que implica el galardón que recibieron en su ocasión –reafirmando así los valores que les mereció ese reconocimiento-, al tener ahora la enorme responsabilidad de instar a los mandatarios envueltos a desistir de su intransigencia, ante el incentivo de mayores ventajas por la vía pacífica. Su sola presencia en Bagdad, mientras esperan la decisión de los actores del drama, bastará para frenar el inicio de las hostilidades y dar un bienvenido respiro ante la frenética amenaza belicista que se percibe en el ambiente. Los mandatarios involucrados deberían oír el clamor de los premios Nobel de la Paz, que coincide con el de tanta gente de buena voluntad que sólo ansía un mundo pacífico para progresar y obtener un mejor nivel de vida. Si se ignora ese clamor en esta coyuntura histórica, se estaría admitiendo que ya no existen estadistas en la actualidad, mientras se niega el avance progresivo de seis mil años de civilización, al resolver conflictos geopolíticos con medios poco civilizados y que corresponden visiblemente a épocas superadas.

Ojalá que los Premios Nobel de la Paz que lean esto se decidan prontamente a tomar un camino más activo para evitar esta guerra injusta y absurda, producto de posiciones intransigentes y de objetivos distorsionados, más que de reales necesidades defensivas. Instamos a los que conozcan o sean allegados a estas personalidades, de transmitirles cuanto antes este mensaje, que seguramente interpreta el deseo de amplios núcleos humanos a todo lo largo y ancho del planeta, aunque provenga de un pequeño país tercermundista, actualmente asolado también por una severa crisis de gobernabilidad, que está provocando situaciones muy desfavorables para toda la población, y por lo tanto conoce de cerca los estragos de la intolerancia y la intransigencia.

(*): El autor es colaborador en temas Internacionales y sociales de esta revista electrónica y otras publicaciones venezolanas, y participa en actividades de asociaciones comunitarias y humanistas a nivel nacional.

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