Opinión Internacional

La incómoda Isabelita Perón

Debió estar algo senil el general Juan Domingo Perón al ocurrírsele poner a su propia esposa como compañera de fórmula en la elección presidencial de 1974. Porque entonces él era un hombre septuagenario, con severos achaques de salud y muy limitada capacidad de trabajo. Ahora se sabe que en esa tercera presidencia, su horario productivo era de sólo tres horas de trabajo por día.

Entonces, no era un vicepresidente sino un potencial Jefe de Estado, sustituto suyo, a quien el viejo general estaba designando en aquella posición. La selección de la señora era tanto más desafortunada por su personalidad. María Estela Martínez sólo había trabajado de bailarina, corista, y en absoluto se había formado o por lo menos informado de los asuntos públicos. Cuentan que en el apoteósico viaje de retorno, venía leyendo la revista “Hola”.

Tres décadas después, la misma mujer, ahora una anciana enferma, sola pero no desvalida, con aparentes desequilibrios mentales, es rea de la justicia argentina. El juez español ante quien concurrió debió sentir pena ajena por su circunstancia. Abrevió el interrogatorio, le otorgó de inmediato un beneficio procesal pero llegando a la casa otro magistrado argentino produjo otra orden de aprehensión.

Todavía hoy el argentino promedio siente asco de rememorar esa historia. Cómo fue que una mujer de tan inconveniente historial llegó a ser la Presidenta de la Nación. Cómo se dejó manejar por un oscuro personaje, manipulador, represor, brujo, José López Rega, quien llegó a constituirse en el poder detrás del trono. Cómo abrieron la caja de Pandora de la represión, los desaparecidos, la corrupción, la estimulación de los militares para desencadenar el nuevo golpe de estado, los muertos y desaparecidos, la hiperinflación, hasta la Guerra de las Malvinas.

Sorprende que quien tomó tan desafortunada decisión haya sido el gran motor de la política argentina desde los años cuarenta. Un coronel de asombroso olfato político quien antevió la prioridad de lo social por encima de todas las áreas del desempeño público. Porque a Juan Domingo Perón nadie le fabricó su nicho, él mismo lo encontró y lo potenció. Pudo quedarse como un simple burócrata más en los gabinetes militares, pero le bastó una subsecretaría de bienestar social para entroncar con los anhelos más distendidos de la pobrecía argentina y asumir un liderazgo supremo que conservó hasta después de muerto.

Perón fue un “zoom politikon” de prodigiosa habilidad. En el camino al poder topó con Eva Duarte y tuvo la audacia de dejarla ser, estimularla, auparla y a la vez contenerla para que se convirtiera en su mejor aliada y sostén. Claro, ya él era un hombre de mediana edad, viudo y supo encaminarla con suavidad. Tan así que ante el reclamo popular que quería poner en la Vicepresidencia a la segunda esposa, la hizo renunciar pero convirtió aquella renuncia en la apoteosis de su figuración.

Ya derrocado, Perón siguió rigiendo la política aún desde el exilio. Su apoyo inclinaba la balanza a favor de los candidatos permisados por el régimen de turno. Y bastaba la agitación soterrada para que luego cayeran. Esa es la clave de la prolongada inestabilidad presidencial en todos los años de su ausencia. Tan así que a la postre terminarían permitiéndole el regreso.

Claro que el punto de inflexión del viejo militar no fue con la última esposa. Había llegado meses atrás con Héctor J. Cámpora, un dirigente de poco brillo pero con la debida experiencia como para cumplir una buena presidencia. En 1973, ante la imposibilidad de postular al propio caudillo, los justicialistas lo habían elegido como Jefe de Estado. Ya en la Casa Rosada, se produjo el retorno triunfal de Juan Domingo Perón, a quien le bastó un detalle en el protocolo para exigirle la renuncia al presidente-mayordomo para convocar nuevas elecciones y poder repostularse él mismo.

Imagine usted semejante primitivismo: un presidente constitucionalmente electo, con sólido piso político, en plena luna de miel, quien debe renunciar por imperativo del Jefe, sólo porque en el vocativo de un acto protocolar lo mencionaron de primero¡

Cuando Perón “destituyó” a Cámpora inició la triste saga que desencadenaría en el fin de la democracia. No sólo burló el acto comicial, el multimillonario costo de una elección presidencial, también vulneró la Constitución, el respeto al poder público, la vida interna partidista y acabó con el relevo generacional. Un proceso lleno de tanta soberbia y egolatría como el de Rafael Caldera entre 1988 y 1993, para liquidar el viejo sistema de partidos venezolano.

Diera lo que fuese por leer las memorias de los médicos que lo trataron entonces. El General debió estar enfermo, limitado intelectual y cognóscitivamente a la hora de tomar decisiones tan desafortunadas. Imagino que sería alguna camarilla de intereses subalternos la que presionó tras bambalinas. Así le dañaron su sitial en la historia y le endosaron al gran país sureño todo género de traumas y sufrimientos.

Esa camarilla influyente, fundamental pero anónima no aparece indiciada, no se deja ver, ni siquiera a la distancia de treinta años. Fueron los que cultivaron la vanidad enfermiza del anciano expresidente, los que concibieron todos los golpes de estado, los que se beneficiaron de los experimentos económicos, quienes gobernaron por igual con Estelita, con Videla y con Galtieri.

Todo esto me reafirma en la concepción original sobre la importancia de la política como ciencia, como arte, como suma de conocimientos. Los argentinos, pueblo brillante, líder, productivo, pagaron de forma terrible su incultura política. La señora Perón permitió que naciera la Triple A y preparó el camino para su propia deposición por pura impericia e incapacidad. Los años que le resten los va a pasar como Pinochet, sólo por haber sido lo que no podía, para lo que no sabía nada.

Moraleja: si la política es la más delicada y trascendente de todas las actividades, asumámosla como tal. Un programa completo de formación histórica, social, económica, jurídica, psicológica y propiamente política desde la primaria y hasta los postgrados. Formar los Estadistas que gobiernen y los Estadistas que influyan como el mejor patrimonio de cada país.

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