Opinión Internacional

La Inexorable Integración Hemisférica

“Es que formamos una familia en América, pero hay un
gigante en la familia. Ni el gigante ni los otros miembros
tienen la culpa, pero los hechos son inescapables.”

Rómulo Betancourt

En el debate sobre la integración continental y sus perspectivas, observamos en ciertos sectores -no sólo en los antiamericanos irracionales- una terca insistencia en mantener separados el Norte y el Sur, como si fueran dos mundos distantes y antagónicos, sin lazos históricos que preservar y un futuro por delante que construir.

Bajo esta postura subyacen la búsqueda de una mítica unión latinoamericana que la realidad se empeña en negar (siguen aprobándose tratados comerciales entre EEUU y América Latina) o la propuesta de una “civilización emergente” que tiene existencia sólo en imaginaciones extraviadas. Lo cierto es que todos ellos se resisten a reconocer incomprensiblemente un dato irrebatible de nuestro entorno concreto: la intensa y profunda interdependencia económica entre los países americanos, cuyo porvenir de manera ineluctable, tarde o temprano, es la convergencia total.

En un mundo que marcha a una velocidad endiablada y en el que la competencia comercial ha alcanzado cotas insospechadas, al punto que las naciones se han visto obligadas a constituirse en bloques para enfrentarla en mejores condiciones ¿Por qué algunos siguen entorpeciendo la integración de las Américas? ¿Por qué oponerse a un instrumento como el ALCA, que nos permitiría enfrentar mejor la concurrencia de los otros bloques? ¿Qué razones válidas hay para continuar recayendo una y otra vez en un refundacionismo de “la integración latinoamericana y del Caribe”, cuyas opciones viables y realistas en la actualidad son cada día más reducidas?
América Latina ha buscado la unión infructuosamente durante casi dos siglos. Este fracaso es sólo atribuible a ella misma. Con sus interminables sobresaltos políticos, disputas territoriales, erradas políticas económicas, marchas, contramarchas, desencuentros, aprensiones, permanentes comienzos y crisis financieras crónicas, ha despilfarrado décadas que otros no se dieron el lujo de desaprovechar. A pesar de contar con ingentes recursos naturales y otras ventajas, no ha logrado, en general, construir sociedades prósperas, exitosas y genuinamente democráticas.

Y ahora que la globalización nos arrastra y desafía, que nuestras opciones se han hecho más estrechas, pretenden unos, con base en ideas utópicas, obsoletas y fracasadas, reeditar nefastos programas, cuyo ejemplo más notorio es el disparate llamado ALBA impulsado desde Venezuela, el cual no es más que retórica y práctica generadoras de pobreza, que ha sido desechado por poco serio.

Estamos convencidos de que a pesar de las asimetrías, los países del continente deben iniciar sin temores, y ahora, su integración total. A partir de la aceleración de los acuerdos comerciales vigentes y en discusión, es menester diseñar y poner en práctica un esquema progresivo fundamentado en principios que propicien, estimulen y faciliten la participación con equidad de todas las naciones del continente, en una estrategia ganar-ganar.

De lo que se trata es de que exista un normativa que permita a los integrantes del bloque en construcción, especialmente los pequeños, desarrollar sus potencialidades a medida que gradualmente se vaya ampliando y consolidando el mercado hemisférico. Obviamente, una responsabilidad mayor la tienen los grandes (EEUU, BRASIL y MÉXICO), a quienes conviene que sus vecinos y socios crezcan económicamente en armonía; de allí la demanda muy pertinente de que, por ejemplo, EEUU, ponga mayor atención a su entorno cercano, en temas más allá de lo estrictamente comercial. Sólo así se asegurará el éxito del proyecto continental.

Correr detrás de quimeras y negarse, por prejuicios o resentimientos históricos, a un destino común compartido con los norteamericanos, es para América Latina el camino equivocado. Crear nuevos entes de ámbito parcial, que excluyan al “gigante de la familia”, es una insensatez, una ceguera frente a lo que pragmáticamente conviene. Jorge Domínguez, profesor de Harvard, ha dicho una gran verdad que nos negamos a aceptar: “Si no admitimos que a los latinoamericanos les interesa mucho más EEUU que a los norteamericanos América Latina, estaremos engañándonos a nosotros mismos.” Las iniciativas latinoamericanas no pueden seguir retrasando la integración continental, pues ésta, a todas luces, nos favorecerá.

Con sus matices y rasgos culturales propios, que ninguna convergencia económica va a borrar, anglos e hispanos formamos parte de un mismo entorno de civilización. Esta plataforma común abierta al mundo y adecuadamente regulada, propiciará la ampliación de las potencialidades de todos.

A pesar de los intentos de escindirnos, todo (la historia, la geografía y la economía) nos conduce a la unión. Los desencuentros no impedirán la conformación de un hemisferio integrado de cara al resto del planeta.

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