Opinión Internacional

La intelectualidad argentina y su compromiso con la verdad

Tras un reciente escrito acerca de la “falta de compromiso intelectual”, los amigos y colegas de ChacoMundo nos plantearon profundizar la reflexión con respecto a “la intelectualidad argentina y su compromiso con la verdad”, en razón a ello arrimo algunas líneas.

Marco que cada grupo social como actor en el mundo de la producción económica crea y forma a sus equipos de intelectuales a través de sus escuelas, sus colegios y finalmente, sus universidades, de la misma manera, la dinámica del sistema pone en evidencia a un peculiar ejército de aduladores que – contando con la razón científica– insisten en hacer ver una realidad que, a simple vista, sólo se encuentra en su imaginario.

Cuán alejado queda el rol social que debería desempeñar el intelectual argentino, aportando verdaderas soluciones a un proceso de cambio, mejorando la percepción de los problemas que afectan a nuestra sociedad, ávida de orientaciones científicas que le permitan ver, interpretar y finalmente modificar la realidad.

Sin estas orientaciones y bombardeados por slogans oficiales comprendemos el por qué tenemos hoy un pueblo degradado, fácil de dominar, ya que mientras los adulones intelectuales hacen la vista gorda, convirtiéndose en cómplices y parásitos de un sistema, paradojamente cuando éstos ya no les sean útiles a los detentadores del real poder, terminarán en el mismo basural donde hoy se encuentran la mayoría de aquellos que los demandan.

Mi visión es que hay mucho de lo que marcó Arturo Jauretche al decir «los intelectuales argentinos suben al caballo por la izquierda y bajan por la derecha».

El lechoncito a la parrilla de Cristina, el botón verde o rojo del Senado, el casamiento homosexual, el mundial de fútbol, horas de noticias con temas que sorprenden a los ciudadanos del otro lado de la General Paz, los programas de televisión con nefastos personajes mediáticos, que ocupan toda el día la pantalla de todos los canales, el nuevo hombre formoseño de Gildo Insfrán, en nuestros canales locales, el 3 y el 11, etc., por citar un mínimo de ofensas, son motivos más que suficiente para que cualquier ilustrado salte por los techos a exclamar “NO”, “BASTA” de insultar al pueblo, sin embargo, en muchos casos son demasiados de esos esos intelectuales los que escriben esos libretos para ofendernos.

El sistema que prioriza el dinero sobre el trabajo, desde sus inicios, ha desarrollado canales de distracción, verdaderos altares de embrutecimiento de nuestro pueblo, como los estadios, la televisión, la radio o las grandes casas comerciales, por citar algunos, surgidas a partir de una clara necesidad que es potenciada, empezando quizás por un espacio que primero, bien podría ser experimental o de lujo, o bien desde un espacio incipiente. Pero lo fundamental de estos canales, dentro de una formación socio – económica capitalista, es la de mantener a las masas sumergidas perpetuamente en las oscuras y ocultas funciones de la fantasía o el miedo, la mentira, la estupidez, la embriaguez y la emoción fútil.

RESCATE

Por ello, se hace perentorio rescatar la auténtica figura de las personas inteligentes que ponen al servicio de la humanidad toda, y sobremanera a la de su entorno, su valioso conocimiento , su capacidad para resolver problemas de todos los días aquellos que verdaderamente preocupan en el quehacer y sentir diario.

Cada intelectual – cada persona que se precie de tal – que toma conciencia de su capacidad para responder a las preguntas de la vida, desde cualquier órbita, sobre todo del interés social, tiene un compromiso escrito en su libro de instrucciones: no olvidar los orígenes descubiertos de la especie humana cual es la cooperación para revalorizar continuamente la capacidad de preocuparse por los demás, sobre todo los demás desfavorecidos desde cualquier ámbito que se quiera analizar, porque hay mucho por dignificar.

El verdadero intelectual comprometido era pensado-no hasta hace mucho-en términos políticos, o sea, un compromiso con el pueblo o con la ideología política que pretendía su reivindicación social, pero prefiero adherirme a lo que considero el verdadero compromiso cual es el debido a su propia obra, ya lo dijo García Márquez, “el deber revolucionario de un escritor es escribir bien”.

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