Opinión Internacional

La nueva revolución americana

De nuevo EEUU exhibe al mundo su extraordinaria vitalidad, su excepcionalidad y enorme capacidad de auto-transformación. A pesar de que su imagen se ha derrumbado para muchos en los últimos años, ese gran pueblo está demostrando una vez más porqué es la primera democracia del planeta y está en el lugar que está.

El rotundo triunfo de Obama, que muchos creyeron improbable, constituye más que un cambio político crucial, una revolución cultural y espiritual, que venía gestándose en las últimas décadas, particularmente, entre los jóvenes norteamericanos.

Quien haya observado con detenimiento el desarrollo de la sociedad estadounidense de finales de siglo XX, esta modificación de los patrones y de las preferencias políticas electorales hacia figuras femeninas (Hillary Clinton) o provenientes de minorías étnicas por siglos discriminadas (Obama), no podía tomar de sorpresa.

Mucho se había dicho que el EEUU profundo, el eminentemente blanco, conservador y racista (los WASP), sería determinante en la elección que acaba de culminar. Un mulato, en consecuencia, sería muy difícil que entrara como inquilino de la Casa Blanca y dirigir la potencia más grande de la tierra.

Esa perspectiva tradicional no tomaba en cuenta la transformación profunda que estaba teniendo lugar en el alma de los norteamericanos. Unas cuantas evidencias ya habían indicado que algo estaba sucediendo. El ascenso de importantes figuras a cargos de enorme responsabilidad en la estructura del Estado, hacían ver que las resistencias seculares estaban siendo vencidas y los valores fundamentales se imponían. Las destacadas participaciones de los Secretarios de Estado Colin Powell y Condolezza Rice confirmaban el cambio de patrones. Senadores, representantes y Alcaldes electos a lo largo y ancho del país, pertenecientes a minorías negra, hispana u otras, iban en la misma dirección.

Lo que era impensable hace 30 o 40 años se ha hecho realidad. Ahora le tocó al cargo de Presidente, y vemos ascender a esa alta magistratura a un mulato, hijo de un inmigrante africano y una mujer blanca norteamericana, educado en los mejores institutos educacionales de su país, con una labor social de varios años, y con una carrera política, sin embargo, meteórica.

La enorme trascendencia, incluso simbólica, de este hecho político no puede ser esquivada, ni menospreciada. Para EEUU significa un reencuentro con los valores más preciados que dieron lugar a su nacimiento como Nación y que lo convirtieron en modelo a seguir. Ya sabemos que la esclavitud y la discriminación racial son grandes manchas que gravitan sobre su historia republicana. A pesar de que algunos de los fundadores de EEUU se opusieron en su momento a tal práctica inhumana, las circunstancias políticas de la emancipación obligaron a mantenerla, lo que no debería extrañarnos a nosotros, latinoamericanos, que hicimos algo parecido.

No obstante, la discriminación se prolongó en el tiempo, y en el siglo XX pudimos aún ver esta repudiable y odiosa práctica, que en mucho contribuyó al descrédito de esa gran nación y a la proliferación de un antiamericanismo irracional.

¿Qué puede depararnos tal cambio político y cultural a los vecinos del resto del hemisferio?
Lo hemos dicho en otra ocasión. Posiblemente veamos una modificación de estilo desde la Presidencia norteamericana hacia el resto del continente. Obama parece una figura más dialogante y sensible a los problemas del mundo en desarrollo, aunque son ingentes y de gran envergadura los asuntos críticos que deberá afrontar en su país y en el mundo. No estoy seguro de que haya muchos cambios sustantivos hacia América Latina, aparte de temas políticos muy puntuales.

Lo que sí esperamos, desde Venezuela, es que reafirme su compromiso con los valores de la libertad y la democracia. Los venezolanos que estamos amenazados por la instauración de un gobierno tiránico esperamos su activa e inequívoca solidaridad.

Por otro lado, y en relación con las políticas comerciales y energéticas que adelante, estamos seguros que tendrán repercusiones sobre la economía tanto hemisférica como mundial. Habrá que esperar, desde luego, qué curso seguirá la actual crisis financiera.

Por lo pronto, para los norteamericanos, el triunfo de Barack Obama podría significar una gran oportunidad de reanimar o refrescar la política interna de EEUU. Son muchas las expectativas que se han creado y defraudarlas puede ser nefasto. El Partido Demócrata ha retomado, prácticamente, todos los espacios políticos, y su responsabilidad es mayor. No obstante, el “checks and balances” seguirá funcionando.

El discurso de Obama en la noche del triunfo ha sido el de un estadista generoso, integrador y conciliador de la sociedad norteamericana, en cierto modo fracturada en los últimos tiempos. La imagen proyectada fue de reencuentro histórico entre sus distintos sectores sociales y étnicos. Pero las tareas por realizar deberán ocupar mucho de su tiempo, habida cuenta de las dificultades presentes.

Para el nuevo gobierno, existe igualmente una oportunidad para recobrar la mejor imagen de EEUU en el planeta, la de ser un faro de libertad y de democracia, hoy muy deteriorada por las grandes torpezas cometidas. Aunque hay una lógica estructural de potencia de la que no podrá zafarse Obama, hacemos votos por que la arrogancia sea apartada a un lado, y el ánimo de cooperación e integración sea el que inspire al nuevo mandatario estadounidense.

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