Opinión Internacional

La política de Washington hacia Hugo Chávez

Es imperativo comenzar este artículo con una aclaratoria: Los problemas venezolanos nos conciernen esencialmente a los venezolanos. Nosotros los hemos creado, y a nosotros toca resolverles. Ello incluye las dificultades que se derivan del régimen “revolucionario” conducido por (%=Link(«http://analitica.com/bitblioteca/hchavez/»,»Hugo Chávez»)%). Ahora bien, sería pecar de ingenuos dejar de tomar en cuenta la importancia, para lo bueno y lo malo, de la política de Washington a nivel global, y hacia América Latina en particular. Lo que hace y deja de hacer el coloso del Norte, lo que hace acertadamente y lo que hace erradamente, tiene y tendrá un peso innegable en el desarrollo de los eventos acá y el resto del mundo por mucho tiempo. De allí la relevancia de estudiar sus reacciones y saber a qué atenerse respecto a sus posturas. En ese orden de ideas, cabe preguntarse en qué consiste la actual política de Washington ante el desafío que representa el panorama venezolano? Cuáles son sus motivaciones y objetivos

Desde hace algunos años, al menos en teoría, el Departamento de Estado ha hecho de la defensa y la promoción de la democracia y los derechos humanos, una de sus líneas estratégicas claves para la América Latina. En la práctica, no obstante, la manera concreta en que se ha desarrollado esa posición principista ha experimentado flexibles variaciones. En lo que tiene que ver con Venezuela, el triunfo de Hugo Chávez ha significado un novedoso y complejo desafío para Washington, y su respuesta ante el mismo tiene implicaciones que no podemos pasar desapercibidas.

En síntesis, Washington ha decidido que lo importante es que Chávez acepte participar en elecciones, las realice, y las gane. Lo demás: cómo las gana, qué limitaciones impone a sus adversarios, qué controles y mordazas aplica a la oposición, de qué manera asfixia a sus adversarios, qué calidad real tiene la famosa “democracia revolucionaria”, son asuntos que obviamente tienen muy poca trascendencia a ojos de un Departamento de Estado posiblemente fastidiado y agotado a raíz de los incesantes vaivenes de la política latinoamericana. Además de la fachada democrática, Washington espera —por supuesto— que el petróleo venezolano continúe siendo embarcado hacia los puertos de Tejas y Nueva Inglaterra. El resto es música.

Durante cuarenta años, Fidel Castro ha demostrado, entre otras cosas, lo siguiente: Primero, la única manera de que Washington se ocupe de modo sistemático de algún asunto latinoamericano es que amenace la seguridad nacional de Estados Unidos; si se trata solamente de que algunos intereses nacionales se ven perjudicados (como la “defensa de la democracia”), Washington está dispuesto a ser tolerante y asumir una posición de “negligencia benigna” (“benign neglect”). Segundo, el coloso del norte respeta únicamente a quienes se hacen respetar. Resulta paradójico, pero a Castro han aprendido a respetarle porque Castro les agrede, les insulta, les molesta. Los demócratas latinoamericanos, en cambio, tenemos usualmente que conformarnos con no más que una condescendiente benevolencia, y a veces tan sólo un perceptible desdén.

Hugo Chávez parece haber aprendido la lección de Castro. De allí su insólita acción, pocos días atrás, al revocar la solicitud de ayuda formulada por el propio Ministro de Defensa venezolano, y enviar de regreso a sus muelles dos barcos repletos de maquinarias e ingenieros norteamericanos, en misión de buena voluntad con Venezuela. Viniendo de Chávez, semejante actitud poco tiene de sorprendente. Peqo qué hizo Washington al respecto? Cómo reaccionó la única superpotencia restante en el planeta? Pues a los dos o tres días, el Embajador norteamericano designado en Caracas, acompañado de varios miembros del Congreso de la Unión, se hizo presente en el Palacio de Miraflores, lleno de sonrisas y alabanzas hacia el gobierno venezolano, minimizando lo ocurrido como algo banal, sin especial importancia, un incidente minúsculo que nada representa dentro del maravilloso contexto de las relaciones con la “revolución” chavista.

De hecho, yo puedo dar testimonio personal de una realidad. Basta conversar con algún funcionario de la Embajada norteamericana en Caracas para caer en cuenta de esto: Chávez les parece muy bien, en tanto no rompa con esa engañosa abstracción que denominan “continuidad constitucional” (y mientras siga enviando petróleo al Norte). Lo demás es de poca monta. Los fastidiosos, los que no entendemos, los que colmamos la paciencia de los a veces irritables funcionarios yanquis, somos los que cuestionamos a Chávez y su atrabiliaria “revolución”, los que advertimos acerca de los peligros que representa y las amenazas que plantea, los que intentamos, en medio de crecientes dificultades, defender los principios del control civil ante la militarización de la gestión pública, los que —en resumen— levantamos a duras penas la bandera de la oposición democrática en una Venezuela en que la misma está dejando de existir. Somos nosotros, los escasísimos opositores del gobierno “revolucionario” los que somos vistos con menosprecio y en ocasiones abierta irascibilidad por los funcionarios norteamericanos. Así que Hugo Chávez puede sentirse tranquilo en ese aspecto: sólo tiene que seguir avasallando, copando todos los rincones del poder, aplastando a sus enemigos bajo una montaña de votos: Washington le aplaudirá.

Hasta cuándo? Una fuente confiable me dijo que, en privado, el Embajador de los Estados Unidos en Caracas afirma que: “Colombia nos preocupa, Venezuela nos interesa”. En serio? Cabría comentar: Qué visión! Qué extraordinaria comprensión acerca de los riesgos que implica el radicalismo chavista para Venezuela y América Latina!

Los venezolanos hemos tenido muy mala suerte de que la fase aguda de la crisis de la democracia, a partir de 1992, haya coincidido con la presencia en Washington de una administración demócrata, y en particular de una administración presidida por Bill Clinton. Decir que la política de Washington hacia América Latina durante ese período ha sido de “negligencia benigna” sería exagerar las cosas. Ha sido una política de negligencia, y punto. También hemos sido especialmente desafortunados con los Embajadores que nos han tocado estos años, quizá con la única excepción de Jeff Davidow. El coloso del Norte ha decidido que Venezuela se merece lo que tiene, y en eso no le falta razón. Tenemos a Chávez, nos lo buscamos, y ahora aguantémosle. Washington, por su parte, se encargará de hacerle cumplir algunas reglas mínimas para que gobierne con una admisible fachada “democrática”. Y eso sí: que el petróleo siga fluyendo. Con esto, dicen tranquilos en el Departamento de Estado.

Aníbal Romero es Politólogo. Profesor titular de la Universidad Simón Bolívar

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