Opinión Internacional

La política y el debate

M ientras miraba el debate Obama-Romney pensaba en Venezuela. Pensaba que la gran diferencia entre los gobiernos de EEUU y el de Venezuela no reside en que el primero sea un imperio y la segunda una nación colonizada, sino que el primero es una democracia viva y la segunda una autocracia electoral. En la primera, el debate es el eje de la política. En la segunda, el debate es suprimido en aras de una política para sordos y mudos.

Que las elecciones del 7 de Octubre de 2012 en Venezuela no estén cruzadas por debates entre los dos contrincantes es un hecho escandaloso y por eso llama la atención de la opinión pública internacional.

Tanto más escandaloso si se toma en cuenta que Henrique Capriles no sólo ha desafiado a debatir, sino incluso, en los mejores términos, así lo ha solicitado al Presidente recibiendo en cambio andanadas de insultos, cada uno más grosero que el otro.

¡Qué lástima! Lástima, porque la de Venezuela no será cualquiera elección. En ella se encuentran enfrentadas nada menos que las dos formas predominantes de gobernabilidad que priman en América Latina. A un lado el autocratismo político que une a Chávez con Ortega, Morales, Correa, y en parte con Fernández. Al otro lado el proyecto de democracia social representado por Capriles, muy cerca de Rousseff, de Mujica, de Fúnez, de Humala e incluso de Santos.

Las dos principales formas de gobernabilidad latinoamericana están avaladas por sus respectivos paradigmas, teorías y culturas políticas ¡Cuánto ganarían las nuevas generaciones si pudiesen presenciar o leer un debate entre dos de los exponentes más dilectos de ambas formas de representación! ¡Cómo se enriquecería el bagaje político latinoamericano si Chávez hubiera salido de su autismo ideológico, aceptando un debate que hasta sus huestes ­y sobre todo sus huestes­ requieren escuchar! En todos los países democráticos los candidatos debaten entre sí. Ahí ponen a prueba su prestancia, su dicción, sus proyectos, sus programas. Es en esos momentos de discusión cuando la política alcanza su máxima expresión. De ahí que un proceso electoral sin debate, es decir, sin el elemento fundamental del hacer político, es un procedimiento democrático a medias. Porque, y esa es la experiencia democrática, cuando dos contrincantes debaten, ese debate continúa al interior de las familias, de las asociaciones, en el trabajo, e incluso en los bares de la llamada sociedad civil. A través del debate pre-presidencial la nación discute consigo misma, buscando su destino común.

La política nació con el debate en la polis griega. A través de argumentos antagónicos la ciudadanía de origen se convertía en una de ejercicio. Desde esos momentos la polis solo podía existir sobre la base de la polémica. Eso, y no sus riquezas, o su poderío militar, o su cultura, fue lo que más diferenció a los griegos de los pueblos bárbaros. Hoy en día ocurre lo mismo: la política sigue portando consigo el sello ateniense: el debate. Las democracias no sólo son institucionales. Son, además, discursivas. Esa es la razón por la cual cuando un político niega el debate, no sólo niega el debate, niega, además, su propia condición política.

No están claras las razones que incitan a Chávez a no aceptar el debate. Hay quienes dicen: su propia formación militar lo impide pues la deliberación no es arte preferido en los cuarteles. O que sus limitaciones de salud le impiden realizar el esfuerzo físico y mental que implica discutir. No pocos piensan: ya se le acabaron las ideas y no tiene nada nuevo que ofrecer. En cualquier caso las razones menos válidas son las presentadas por el presidente. No son, por cierto, razones políticas. Son simples razones avícolas.

Pero no solo las águilas, tampoco las gallinas cazan moscas.

No obstante, cualquiera sea la razón predominante, lo cierto es que si la política es debate, sin debate no hay política.

Cuando alguien niega el debate niega a la política. Es por eso que afirmo y sostengo: un político que no se atreve a debatir no merece gobernar.

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