Opinión Internacional

La verdadera revolución

Obama no es un ángel, ni el redentor de Estados Unidos que algunos aseguran.

Tampoco es la encarnación del resentimiento social y racial que, disfrazado de demócrata, llevará hasta el “Imperio” una revolución a-la-Chávez. Es importante que esto se entienda para que nadie se levante con un tremendo ratón después de pasada la fiesta.

Es cierto que Obama ha generado expectativas que podrían convertirse en su propio talón de Aquiles. Y es que si bien gran parte del mundo está dispuesto a darle tiempo, la crisis financiera en casa, la recesión mundial, Al Qaeda y Rusia son amenazas que no esperan. Tiene que hacer cambios importantes en un avión que vuela en plena tormenta. Por ello, en un tono más realista, me voy a concentrar en las aéreas donde se pueden esperar cambios en su presidencia.

Por primera vez desde la esclavitud hasta nuestros días, los norteamericanos tienen una oportunidad real de afrontar el tema racial sin los complejos de inferioridad o culpa macerados de parte y parte.

Tiene el mandato para hacerlo. Es cierto que Obama atrajo 95% de los votos de la población negra, pero esta minoría sólo representa 13% de la población norteamericana.

Triunfó también porque logró 66% del voto latino y 56% de los blancos. Es decir, una importante mayoría de todas las etnias y clases se conectó con su mensaje que tocó el nervio de la razón de ser de Estados Unidos: una alianza tras ideales mucho más grandes que la suma de sus partes. Por eso muchos vibraron con esperanza al escuchar su leitmotiv: “Estos no son los estados rojos, ni los estados azules, ni los estados negros, ni los blancos, estos son los Estados Unidos de América”. Sí, con este mantra, Obama tiene la oportunidad de golpear dos pájaros de un tiro: el racismo blanco y el tabú de la minoría negra que culpa a ese racismo de todos sus problemas.

Segundo, el resultado de estas elecciones refleja lo importante que es para el pueblo americano recobrar su prestigio y su liderazgo moral ante el mundo. Esa misión de hacer el bien que sentían perdida durante los ocho años de Bush, ahora podrán recuperarla.

Obama tiene una oportunidad real de hacerlo, y así los esperan entusiasmados 69% de los jóvenes que sufragaron por él al depositar sus votos por primera en la vida.

Por último, si bien en materia de política internacional no habrá cambios dramáticos, es innegable que se abrirán espacios para nuevas alianzas. Por ejemplo, Europa apoyará más cómodamente a un presidente como Obama para enfrentar a Al Qaeda o Rusia –país para el cual el triunfo de Obama es una puñalada a su discurso antiamericano– que como lo hubiera hecho con un McCain.

Estados Unidos ha vuelto a ser la promesa que era. La encarnación del sueño americano es hoy el negro, hijo de inmigrante criado en un hogar de clase media que llegó a Harvard y a la Casa Blanca. Ese es también el sueño de los marginados del mundo desde Afganistán hasta Nicaragua. Con esta elección, el antiamericanismo no desaparecerá pero tendrá dificultades para sobrevivir y, definitivamente, tendrá que cambiar su mensaje. Ojo con esto, presidente Chávez.

La noche de su triunfo, Obama se dirigió con respeto a casi la mitad del país que no votó por él. Afirmó que escuchaba su voz y les pidió que se incorporaran a la reconstrucción de la patria “bloque a bloque, ladrillo a ladrillo, mano encallecida sobre mano encallecida».

Este puede ser el comienzo de una verdadera revolución.

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