Opinión Internacional

La vieja Europa y su nuevo despotismo

(%=Image(1676548,»L»)%)Grand Rapids, Michigan (AIPE)- Este año se celebra el bicentenario del nacimiento de Alexis de Tocqueville (1805-1859), uno de los grandes pensadores políticos de la Europa del siglo XIX. Aunque menos conocido que Karl Marx, Tocqueville predijo mucho más exactamente el curso de la historia y nos ayuda a comprender el actual malestar económico y político de la “vieja” Europa.

Tocqueville estaba lleno de contrastes: un noble que apoyó los ideales de 1789, a pesar de que familiares suyos fueron guillotinados por los revolucionarios; se autoproclamó como un liberal que detestaba el rabioso anticlericalismo del liberalismo francés del siglo XIX; un católico practicante que admitía que su fe había sido minada por los pensadores de la Ilustración. Quizás por ello, Tocqueville captó cosas que ningún otro contemporáneo logró hacer.

Tocqueville es recordado principalmente por su libro Democracia en América que explicaba a los europeos la sociedad libre que había echado raíces en Norteamérica. Trataba de contribuir a la transición de las sociedades europeas hacia un orden democrático que consideraba inevitable, sin tener que experimentar las muertes y dictaduras que tuvo que sufrir Francia durante la Revolución.

Vale la pena leer a Tocqueville porque sus preocupaciones sobre el futuro de la democracia tienen gran relevancia para la vieja Europa de hoy y lo que llamó el “despotismo blando.” En “Democracia en América”, Tocqueville alerta que la democracia puede engendrar su propia forma de despotismo, aunque sin los filos de la dictadura jacobina o napoleónica. El libro cubre el “poder protector inmenso” que asume total responsabilidad por la felicidad de todos, siempre y cuando ese poder permanece como “único agente y juez”. Ese poder, según Tocqueville, se “asemeja a la autoridad paterna” y trata de mantener a la ciudadanía en “un infantilismo perpetuo”, al relevar a la gente de “tener que pensar y de todas las preocupaciones de la vida”.

Eso sucede, advirtió Tocqueville, cuando el avance de la democracia es acompañada por exigencias de que sean niveladas las condiciones sociales. El peligro es la obsesión de alcanzar la igualdad a través del aumento y centralización del poder estatal. Nivelar las condiciones sociales, observaba Tocqueville, implica utilizar al estado para destruir aquellas asociaciones intermedias que reflejan las diferencias sociales y que, al mismo tiempo, limitan el poder del gobierno.

Ese despotismo blando corrompe a los ciudadanos y al estado democrático. Los ciudadanos votan por los políticos que prometen usar al estado para suministrarles cualquier cosa que ellos quieren. La clase política cumple siempre y cuando los ciudadanos hacen lo que sea necesario para complacer a todos. La “blandura” de este despotismo consiste en la rendición voluntaria de la libertad ciudadana y la tendencia a esperar que el gobierno satisfaga sus necesidades.

La vieja Europa de hoy muestra los principales síntomas básicos del despotismo blando. En Alemania, las modestas reformas al insostenible sistema asistencial intentadas por Schroeder han confrontado una masiva resistencia. Protestas similares han ocurrido en Austria. En Francia, la izquierda se refiere a la “semana laboral de 35 horas” como un “derecho inalienable” y cualquier modificación es interpretada como violación de los derechos humanos. Recientemente, el gobierno de Jaques Chirac se rindió ante las demandas para que el sector público aumentara los salarios, tras apenas tres días de marchas de un millón de manifestantes.

La Constitución Europea revela una mentalidad despótica blanda. No se limita a resumir los orígenes, divisiones y limitaciones del poder estatal. Por el contrario, sus 511 páginas abarcan una infinidad de temas que van desde la pesca, la ayuda humanitaria, política del espacio, deporte y turismo hasta asistencia económica a la anterior Alemania del Este. En otras palabras, la Constitución Europea les da carta blanca a los funcionarios de la Unión Europea a inmiscuirse en cualquier cosa.

Al fomentar esas tendencias, la Constitución Europea difícilmente facilitaría el crecimiento de asociaciones intermedias que según Tocqueville ayudan a impedir que la democracia caiga en el despotismo blando. Tocqueville vio que asociaciones ayudaban a la joven república Americana a limitar al gobierno, a través de inculcar virtudes requeridas por la gente libre.

Si la reforma política y económica de la vieja Europa va a tener éxito se requiere más que una extensa desregulación y la voluntad política para reducir los exagerados estados de bienestar. Requiere la renovación de condiciones morales y culturales indispensables en toda sociedad libre.

Tocqueville sabía que es la cultura la que eventualmente determina si la sociedad es libre o servil. Más que cualquier otro intelectual, Tocqueville reconoció que el destino de la libertad depende de los hábitos morales y culturales. Así, un aristócrata francés del siglo XIX entiende mejor los dilemas de la Europa contemporánea que los líderes de la Europa contemporánea.

(*): Director de investigaciones del Acton Institute y autor del libro On Ordered Liberty: A Treatise on the Free Society (Lexington Books, 2003). © www.aipenet.com

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