Opinión Internacional

Las elecciones de Taiwan, el futuro de China

El destello de millares de lámparas de papel rojas y amarillas se reflejaba en los ojos de los dragones de porcelana del Templo de Lungshan, donde hace unos días los taiwaneses quemaban dinero dorado, a 30 centavos el manojo, en un alto horno ornamental. Algunos pedían la bendición de Kuanyin, la diosa del dinero; otros hacían reverencias ante la estatua roja de un antiguo general chino, el dios Kuan Kung.

La gente rezaba en el templo por la paz y la seguridad, pero en Pekín los generales rojos hablaban de guerra. Mientras en Taiwan comenzaba la campaña para elegir a un nuevo presidente, el Consejo de Estado de China hacía público un informe oficial en el que amenazaba con utilizar la fuerza si Taiwan se negaba a iniciar negociaciones con vistas a la «reunificación». El candidato taiwanés que causa más preocupación en Pekín es Chen Shui-bian, uno de los líderes de la oposición.

Durante una manifestación a la que asistí, celebrada en un pueblo de las afueras de Taipei, Chen habló de asuntos que le habrían resultado muy familiares a cualquier ciudadano occidental: el bienestar social, la educación, la vivienda, el transporte. Apenas se refirió a las relaciones con China.

Sin embargo, su electorado está formado en gran parte por fuerzas con las que Beijing no está acostumbrado a lidiar, los nuevos adversarios del Kuomintang, partido que ha gobernado en Taiwan desde que se vio forzado por los comunistas en 1948 a exiliarse en esta isla.

Es posible que los partidarios de Chen, que desean establecer un régimen democrático y participar en el Gobierno, sean enemigos políticos de los enemigos de Beijing, pero no parece probable que se conviertan en aliados de Beijing. En la manifestación, el candidato a vicepresidente de Chen pronunció un discurso abiertamente populista en el que apeló a la aversión de los taiwaneses hacia «los continentales», es decir, al Kuomintang, aunque esta aclaración no tranquiliza en absoluto a los nuevos continentales que ahora miran hacia oriente.

La última vez que el pueblo de Taiwan acudió a las urnas para elegir presidente, en 1996, los chinos lanzaron misiles sobre el estrecho que separa la isla del continente, y Estados Unidos respondió enviando varios buques de guerra a la zona. Por un instante, parecía que el Extremo Oriente sería escenario de una crisis similar la que se produjo en Cuba por motivo de los misiles rusos.

En esta ocasión una delegación de alto nivel de Estados Unidos ha pasado antes por Beijing, principalmente para reanudar las relaciones entre ambos países tras el bombardeo de la embajada china de Belgrado por parte de la OTAN, pero también para evitar que vuelva a escucharse el ruido de sables antes de las elecciones de Taiwan, como ocurrió en 1996. Sin embargo, da la impresión de que algo muy parecido está sucediendo, pues el gran hermano del otro lado del estrecho intenta descaradamente intimidar a Taiwan.

En una entrevista con el Washington Post, publicada antes que el mencionado informe oficial de China, Lien Chan, candidato presidencial del Kuomintang, advirtió del «peligro de invasión» en caso de no ser elegido. Con ello insinuaba que votar por su partido tranquilizaría a la China comunista, promesa que a primera vista parece un tanto extraña. Después de todo, el Kuomintang fue el enemigo de los comunistas en la guerra civil de China. Este es el partido que ha proclamado, mientras gobernaba en Taiwan con una brutal dictadura, representar a la verdadera China y ha logrado mantener estas pretensiones durante décadas gracias a la protección de Estados Unidos.

Sin embargo, a lo largo de estos años, Taiwan ha desarrollado su propia identidad, basándose, al menos superficialmente, en el modelo estadounidense. Y es precisamente esta evolución, en lugar del histórico enfrentamiento con los nacionalistas, lo que realmente enfurece a los comunistas.

Lo que llevó a China a denunciar airadamente el verano pasado a Lee Teng-hui, presidente de Taiwan, fueron sus declaraciones de que las relaciones entre ambos países debían entenderse como «relaciones especiales de Estado a Estado», dando a entender que Taiwan era un Estado.

Lien Chan, a quien Lee ha nombrado su sucesor, intenta ahora quitar importancia a la aspiración de Taiwan de constituirse en Estado independiente. «No queremos atizar discordias», me dijo en su inglés de Washington.

Si bien el candidato favorito de Beijing en las elecciones de Taiwan es James Soong, que abandonó el Kuomintang para presentarse como independiente, está claro que China prefiere a Lien Chan antes que a Chen Shui-bian.

Chen Shui-bian es quien tiene mayores posibilidades de avanzar hacia la consolidación de la democracia en Taiwan. Así como las instituciones democráticas se han fortalecido desde el levantamiento de la ley marcial en 1987, el Partido Progresista Democrático (PPD) de Chen Shui-bian también ha crecido.

El PPD pertenece al tipo de partidos que surgen después de una larga dictadura, pues buena parte de sus miembros fueron encarcelados por motivos políticos bajo el antiguo régimen represivo. En una recepción conocí a un legislador que había cumplido una condena de 11 años de prisión; a un ex presidente del partido que pasó 25 años en la cárcel y se le conoce como el Mandela de Taiwan. Chen Shui-bian, quien había actuado como abogado defensor de activistas de la oposición, fue procesado por cargos falsos y sentenciado a ocho meses de cárcel.

Muchos de estos líderes de la oposición están comprometidos a fondo con la democracia. Pero muchos son también nacionalistas, empeñados en hacer realidad las aspiraciones de la mayoría taiwanesa, resentida por haber sido apartada del poder por los continentales en 1948.

En el fondo, probablemente desean la independencia plena para Taiwan, como Estado propio, soberano y reconocido internacionalmente. Ambos compromisos -con una democracia plena y con la independencia de Taiwan-, los convierte en elementos odiosos a los ojos de Beijing.

Chen se muestra tan conciliador y práctico como sus adversarios en su política hacia China. Sus partidarios me dijeron que a China le resultará más fácil lidiar con «las posturas radicales» de Chen, de la misma manera que las autoridades chinas se llevaron mejor con Richard Nixon que con los demócratas. Sólo un hombre con las credenciales nacionalistas de Chen, dicen, puede hacer concesiones a China sin miedo a ser acusado de traidor. Es posible, pero no es lo que piensa Pekín.

La amenaza china puede llevar al indeciso electorado taiwanés a curarse en salud y votar una vez más por el Kuomintang, o por Soong, el candidato más cercano a China. Pero también es posible que las recientes amenazas de Pekín aviven la animadversión de los taiwaneses hacia el continente y los continentales, y acaben votando por Chen.

Al margen de la algarabía, en realidad todo el mundo sabe que durante muchos años el futuro de Taiwan no pasará por la unificación con China ni por la creación de un Estado independiente, sino a través de la prolongación de lo que Chen llama «la tercera vía». No obstante, un cambio de gobierno contribuiría a desmantelar los vestigios antidemocráticos de un Estado controlado por un solo partido, el Kuomintang.

Aunque esto dificulte a corto plazo las relaciones con Beijing, sería beneficioso a largo plazo para el mundo entero. A pesar de sus fallos, Taiwan ya es un caso sorprendente: la primera democracia en los 5.000 años de historia de China. Si sale bien, dará un buen ejemplo a la gran nación que constituye una quinta parte de la Humanidad.

Timothy Garton Ash es miembro del St. Anthony’s College de Oxford, y autor de History of the Present: Essays, Sketches and Dispatches from Europe in the 1990’s (Historia del presente: ensayos, borradores y despachos de Europa en los 90).

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