Opinión Internacional

Las nuevas guerras

Es lamentable que en la disciplina de las relaciones internacionales sean tan pocas las voces femeninas; cuando una de ellas aparece es capaz de producir los más lúcidos textos. Esto es lo que ocurre con el excelente libro New & Old Wars: Organized Violence in the Global Era, de Mary Kaldor. Ella analiza la transformación de los conflictos armados internos, algo que merece la más detenida atención en Colombia.

Desde los 80, afirma Kaldor, la violencia organizada en el mundo se ha modificado de manera elocuente. Han aparecido «nuevas guerras», en las que la distinción entre lucha revolucionaria, crimen organizado y violación de los derechos humanos se hace borrosa. Este nuevo tipo de guerra se ha exacerbado con el avance de la globalización. El proceso globalizador en lo político, económico y militar ha erosionado la autonomía del Estado y está conduciendo, en muchos países, a su desintegración. Esto, a su vez, ha reducido de modo drástico la capacidad estatal de usar legítimamente la fuerza.

Las diferencias entre las nuevas y las viejas guerras se dan en varios aspectos. Primero, los objetivos ideológicos se eclipsan; no se trata ya de luchas orientadas a la liberación nacional, estimuladas por proyectos emancipatorios de naturaleza amplia, sino de la reafirmación de particularismos que tienden hacia la fragmentación y la exclusión. Segundo, las estrategias de combate cambian; los grupos armados combinan tácticas de guerrilla (búsqueda de dominio territorial a través del control político de las personas) y de contrainsurgencia (desestabilizar al oponente mediante el miedo y el odio). Por lo tanto, la estrategia de guerra predominante se ha vuelto una conjunción de férreo dominio de la población que adhiere y masiva expulsión y aniquilamiento de la población que difiere.

Tercero, el escenario de la confrontación no se presenta con enfrentamientos entre unidades de dos bandos opuestos, sino con el entrecruzamiento de insurgentes, paramilitares, «señores de la guerra» (warlords), grupos criminales, policías, mercenarios y ejércitos. Todos estos actores operan de manera descentralizada y mediante un esquema mixto de confrontación y cooperación; incluso entre aquellos que se suponen adversarios.

Cuarto, la economía de la guerra se ha alterado. En medio de una globalización que genera fuertes desequilibrios nacionales y un Estado debilitado, los agentes armados de distinto signo imponen una economía del saqueo a los ciudadanos a través de la extorsión, el contrabando de mercancías lícitas e ilícitas (drogas, armas, petróleo, diamantes, etc.) y los impuestos de diverso tipo.

Estas «nuevas guerras» son, para Kaldor, difíciles de resolver. Por ser conflictos armados en los que se confunde la guerra política, la violencia criminal y la violación sistemática de los derechos humanos, cualquier solución supone el genuino remedio de esa realidad.

Con base en aportes como el de Kaldor, parece fundamental reflexionar sobre la naturaleza de la guerra en Colombia hoy. Muchos diagnósticos hechos en el país y en el exterior todavía se basan en premisas del pasado. Muchas expectativas de paz, en el terreno interno y en el externo, obedecen a iniciativas que pudieron ser válidas hace unos lustros. A mi modo de ver, la «nueva guerra» en Colombia -como en muchos otros sitios – carece de principios y, por la tanto, la eventual paz estará ausente de honor.

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