Opinión Internacional

Las victimas de Pinochet

EL CULPABLE DE LA MAYOR TRAGEDIA DE LA HISTORIA DE CHILE

La capacidad de mentir y la deslealtad del ex dictador chileno Augusto
Pinochet quedó demostrada hasta el último minuto de vida del régimen del
presidente Salvador Allende. Hasta que el engaño quedó transformado en
traición.

En la mañana del 11 de septiembre de 1973, cuando el golpe ya está en
marcha, el embajador de Estados Unidos, Nathaniel Davis, no tiene claro
en qué bando se encuentra Pinochet. En su libro The last two years of
Salvador Allende, escribe Davis, que iniciada la sublevación, el general
Pinochet, designado por Allende, a propuesta del general Carlos Prats,
comandante en jefe del Ejército, no realizó una acción militar a la cual
se había comprometido. Es decir, juega hasta el último momento con su
pretendida lealtad constitucional.

Horas más tarde del mismo día, el almirante golpista Patricio Carvajal
ocupa el Ministerio de Defensa y desde allí pide instrucciones a
Pinochet, que se encuentra en la guarnición de Peñalolen. ¿Qué hacemos
con el presidente?, pregunta el almirante. ¿Ponemos un avión para
Allende y su familia? Eso es, y a mitad del vuelo el aparato se cae, es
la respuesta de Pinochet, entre risas.

El general leal se quita la careta y se dispone a encaramarse por la
fuerza de las armas al poder en Chile, rompiendo su larga tradición
constitucionalista de un país y un ejército sin parangón en América
Latina. A partir de ahí, la obra del general Pinochet durante 18 años de
férrea y sangrienta dictadura es sobradamente conocida. Los familiares
de sus víctimas son el mejor testimonio.

Un año después del golpe, Pinochet confesó en estos términos la
deslealtad y traición a su comandante en jefe (el general Carlos Prats),
a su presidente y a la ciudadanía chilena: «El día 20 de marzo de 1973
firmé un documento que le mandé al general Benavides, en el que estaban
estudiadas las posibilidades políticas por las que atravesaba el país y
llegamos a la conclusión en forma muy clara que ya era imposible una
solución de carácter constitucional. El Ejército planificó en ese
momento la forma de actuar. Se mantuvo en secreto y, a Dios gracias, fue
muy bien guardado, porque de otra forma hace rato que no estaríamos
mirando la luz del sol. Fuimos ocho oficiales los que planificamos o que
recibimos órdenes de llevarlo a cabo». Así relató la conspiración
militar en un discurso pronunciado en Santiago el 7 de agosto de 1974.

Salvador Allende murió en el asalto de los golpistas al palacio
presidencial de La Moneda aquella mañana del 11 de septiembre de 1973.

El general Carlos Prats fue asesinado un año después, cuando una potente
bomba hizo volar por los aires su automóvil en el barrio de Palermo, en
Buenos Aires. La larga mano de la policía política pinochetista (DINA)
estuvo detrás de aquel atentado, como de tantos otros cometido en el
exterior contra los opositores de la dictadura.

Desde el golpe de Estado de 1973, cerca de cuatro mil opositores
desaparecieron o murieron asesinados, entre ellos varios españoles.

Según el informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, los
cadáveres «fueron por lo general enterrados clandestinamente, arrojados
al mar desde helicópteros o a algún río». Los asesinos con nombre se han
seguido paseando a rostro descubierto por las mismas calles que regaron
con la sangre de sus víctimas, a las que sometieron a terribles
tormentos. Los asesinos con nombre han seguido insultando a los
familiares de sus víctimas. El propio Pinochet mostró su satisfacción
por la idea de sus compinches de enterrar de dos en dos en ataúdes a más
de un centenar de opositores, así el Estado ahorraba dinero en madera y
clavos.

Es difícil entender que el culpable de la peor tragedia de la historia
de Chile, acusado de los delitos de genocidio, terrorismo internacional,
torturas y desaparición de personas y responsable de tantos crímenes se
haya sentado en el Senado de la nación chilena. Es una aberración que
Pinochet sea senador vitalicio y una vejación para una alta institución
del Estado.

Si criminal era atentar contra la voluntad del pueblo chileno y el
proyecto libremente elegido que encarnaba el presidente Salvador
Allende, peor fueron los métodos utilizados después. El encanallamiento
general de las fuerzas golpistas demuestra que, una vez rotos los diques
del respeto a la legalidad, los servidores del Estado tienden a
deslizarse vertiginosamente -por obediencia, cobardía o miseria moral-
por la pendiente de la deshumanización.

Veintisiete años después de aquella villanía, hay muchas cosas que han
cambiado. Aquellos que traicionaron, aquellos que asesinaron, aquellos
que torturaron y sobrepasaron todos los fueros de la piedad y todos los
limites de la violencia, han sido puestos en evidencia por la detención
del sangriento general Pinochet. Hoy son despreciados incluso por los
que le instigaron. Son parias internacionales, como Pinochet.

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