Opinión Internacional

Librarse del miedo

«Librarse del miedo», junto a librarse de la necesidad, de la miseria, son dos de las prioridades que plantea Kofi Annan en su Informe del Milenio, que bajo el título de Nosotros los pueblos -más hubiera valido traducirlo por las gentes, pues pone a las personas en el centro- se propone renovar la ONU, creada hace 45 años, y que ha de adaptarse a la globalización, so pena, de no hacerlo, no tanto de morir, cuanto de caer en desuso. La Cumbre del Milenio que tendrá lugar en Nueva York en septiembre debería marcar nuevas pautas, si bien no cabe albergar excesivas esperanzas cuando la reforma crucial, la del Consejo de Seguridad, para hacerlo «más eficaz» y que llegue a disfrutar de una «legitimidad incuestionable», se ve frenada por intereses nacionales y regionales encontrados.

El secretario general de la ONU propone muchos aspectos renovadores para una organización en parte anquilosada y hace gala de buenas intenciones, como el objetivo de reducir la pobreza y el número de personas que no tienen acceso a agua potable a la mitad para 2015, superar la división digital del mundo, y usar las tecnologías de la información para casi todo, incluso con un Cuerpo de Voluntarios para enseñar a los e-desposeídos, creando redes para el cambio, o instaurando un Servicio de Tecnología de la Información de las Naciones Unidas. La ONU intenta ponerse también a la hora digital. Pero quizás una de las deficiencias estructurales del mundo se apuntaba estos días en la coincidencia del llamamiento de Annan para evitar una nueva hambruna en África con un pronóstico del FMI de crecimiento este año del 4% para la economía mundial.

Si la ONU intenta adaptar su imagen a los tiempos, también requiere de nuevos o mejores instrumentos para conseguir que las gentes se libren del miedo, que se llegue a instaurar eso que cabría llamar un derecho a la tranquilidad, a menudo demasiado olvidado, y que requerirá algo más que un ejército de cibernéticos. Las cifras cantan: en los 90, cinco millones de personas han muerto, y muchos más han tenido que abandonar sus hogares, en guerras crueles, a menudo «entre pobres». Casi todos estos conflictos, en esta post guerra fría, se han dado en el seno de sociedades, y no entre Estados. Y, sin embargo, la Carta de la ONU, y muchos convenios internacionales que le siguieron, se diseñaron para los Estados, no para este tipo de guerras. El nuevo derecho debe ahora asumir que el Estado a veces incumple su función protectora, y la nueva seguridad, como recomienda Annan, debe centrarse más en la protección de grupos e individuos, especialmente los más vulnerables, frente a violencias internas. Se trata de reforzar y aplicar los convenios internacionales que versan sobre cuestiones humanitarias y derechos humanos, entre ellos el estatuto de Roma del Tribunal Penal Internacional. Annan se propone poner todas las facilidades para que en la Cumbre del Milenio, los Estados que no lo hayan hecho, puedan suscribir estos acuerdos.

Pese a la creciente «interacción de grupos e individuos a través de las fronteras», Annan no propone ni llegar a un Gobierno Mundial ni suplantar al Estado. Más bien lo contrario. Cuando se creó la ONU, recuerda el documento, dos terceras partes de su actuales Estados miembros no existían como entes soberanos, y el planeta contaba con 2.500 millones de personas, cuando hoy somos más de 6.000 millones. Annan ve para la ONU un papel de catalizador para «estimular la acción» de los Estados, y gobernar conjuntamente, algo que ciertos efectos de la globalización empiezan a reclamar a gritos. No es el abandono de la política, sino su recuperación bajo una nueva forma.

Todas las organizaciones internacionales están pasando por una profunda reflexión sobre su futuro y su utilidad. La ONU, cuya impopularidad ha crecido, no podía escapar a este debate en el que lo más importante es que se adapte y demuestre que, en la nueva situación, no sólo seguirá, sino que ganará en pertinencia, agilidad, y democracia. Éste es el reto que le plantea la globalización a la única institución verdaderamente global.

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