Opinión Internacional

¡Llegaron los rusos!

En principio, eso no tiene nada de particular ni debe causar preocupación. De acuerdo con el derecho internacional cualquier país puede recibir en sus puertos naves de guerra de países amigos. Además, nada le impide efectuar maniobras navales con cualquier otro país, siempre y cuando éstas se realicen con pleno respeto de las normas del derecho internacional, no constituyan una amenaza para un tercer país y no pongan en peligro la libre navegación marítima. Suponemos que esos ejercicios se llevarán a cabo en altamar, en la región marítima que no se encuentra sometida a la jurisdicción de ningún país. Concretamente, fuera del mar territorial venezolano y el de cualquier otro país. Sin embargo, hasta ahora no ha habido ninguna información pública acerca de la zona donde se llevarán a cabo esas maniobras. Esto constituye, de por sí, una grave omisión porque cuando se van a efectuar ejercicios de esa naturaleza existe la obligación de advertirlo a todos los demás países y publicar anuncios indicando con toda precisión las coordenadas del área dentro de la cual se realizarán para evitar inconvenientes al tránsito de la navegación pacífica.

La flota rusa viene liderada por el navío de guerra más grande del mundo en su género, el crucero a propulsión nuclear Pedro El Grande. La Armada rusa ha tomado buen cuidado en aclarar que ese buque, aun cuando puede portar armas nucleares, no trae armamento de esa naturaleza y por ello su presencia en el Caribe no representa ninguna amenaza. Lo contrario, además de constituir una peligrosa provocación, configuraría una grave violación del tratado sobre la prohibición de armas nucleares en América Latina. (Tratado de Tlatelolco)

Hasta aquí todo está bien. Sin embargo, esa visita de navíos de guerra rusos a nuestra región geográfica, la primera en la historia de la Armada de ese país, no deja de suscitar justificadas inquietudes.

Del lado venezolano todo parece indicar que se trata simplemente de un capricho del teniente coronel presidente. Como se recordará, la primera noticia de esta visita trascendió, como es su costumbre, en unas improvisadas declaraciones que ofreció a los medios cuando se encontraba en Moscú en julio pasado. «Yo creo que Rusia tiene suficiente capacidad de movilización de aeronaves y de barcos para aparecer en cualquier parte del mundo. Que aparezca en Venezuela no sería raro. «Serán bienvenidos»… «Si algún día una flota rusa llega por el Caribe, izaremos banderas, tocaremos tambores… porque sería la llegada de un amigo, que llegaría a dar la mano, sería la llegada de un aliado nuestro. Rusia se ha convertido en uno de nuestros grandes aliados en todo el planeta».

El teniente coronel presidente se comporta como un muchacho grande, un adulto que sigue teniendo caprichos infantiles. Cuando compra armamentos siente el placer del niño que quiere satisfacer el antojo de poseer el juguete más caro y más moderno. Pero ya no le basta tenerlo en su cofre de juguetes y quiere ver cómo funciona. Las imágenes mostrando al teniente coronel presidente en el puente de mando del Pedro El Grande simulando que dirige las maniobras le darán la vuelta al mundo y servirán para darle satisfacción a su narcisista y bufonesco histrionismo.

Pero claro que detrás de todo esto hay algo más. Es una nueva oportunidad para dar nueva rienda suelta a su antinorteamericanismo, para provocar al «imperio» y proclamar a los cuatro vientos que Venezuela es un país soberano (como si alguien no lo supiera o lo pusiera en duda).

Del lado ruso, ese capricho del gobernante venezolano le viene como anillo al dedo. Ni cortos ni perezosos acogieron favorablemente la iniciativa que les permitirá incursionar con sus buques de guerra en aguas que hasta ahora no habían osado surcar. Además, no podían dejar de complacer a un cliente tan magnánimo que les compra armas al por mayor. A pesar de las seguridades ofrecidas a las autoridades norteamericanas en el sentido de que la presencia de sus naves de guerra en el Caribe no debe interpretarse como una amenaza para ese país, esa operación contiene evidentemente un mensaje subliminal en momentos en que Rusia aspira restituir su presencia como gran potencia en el escenario internacional.

En todo caso, se trata de un acto innecesario -y peligroso- de provocación del teniente coronel a la primera potencia mundial en el cual está siendo involucrada Rusia también innecesariamente. Quizás la consecuencia más directa para Rusia consiste en el desprestigio que significa prestarse para servir de instrumento de un gobernante pueril y antojadizo.

Pero son nuestros vecinos inmediatos los que observan con preocupación esas veleidades del teniente coronel presidente. No le falta razón a la ex ministra de la Defensa de Colombia, Marta Lucía Ramírez, cuando en una reunión sobre seguridad internacional realizada recientemente en Rio de Janeiro planteó que el Consejo de la Defensa de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), debe examinar la cooperación militar ruso-venezolana por el riesgo que plantea para la seguridad de la región. «Las relaciones de Venezuela con Rusia son algo para ser tratado por la Unasur porque riesgos que hoy parecen una utopía pueden ser una certeza de mañana»… «Esa cooperación no es un tema menor y merece toda la atención del vecindario» (Cadena Global-EFE, 20/11/08).

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