Opinión Internacional

Los K, metidos en Honduras

Durante la semana que concluye, el Diputado Omar De Marchi, miembro del tradicional Partido Demócrata presentó, en la Cámara baja, un proyecto de resolución para promover juicio político a la Presidente Cristina de Kirchner.

La iniciativa del legislador mendocino llevó de la potencia al acto una idea que viene sobrevolando el escenario de crecientes tensiones entre el  kirchnerismo y la oposición. Sin ir más lejos, Elisa Carrió mentó el concepto el último jueves; ese día  señaló que «la Presidenta está al margen de la ley,  ha ingresado en un proceso de ilegalidad muy grave, actúa como una presidenta de facto», y consideró que tal comportamiento era pasible de juicio político.

Lo que determinó este y otros comentarios de paralela dureza, así como la propuesta legislativa del Diputado De Marchi fue, en principio, la conducta de la señora de Kirchner ante la Asamblea Legislativa, en lo que tradicionalmente constituye la solemne ocasión en que los presidentes informan al Congreso sobre el estado de la Nación y sobre sus propios planes para el ejercicio legislativo que se abre. En lugar de una pieza de ese corte, la Presidente dedicó sus dotes oratorias a atacar a opositores, a lanzar acusaciones innominadas e imprecisas sobre corrupción judicial y a reiterar sus golpes contra los medios de comunicación; fuera de ello se empeñó en un pesado catálogo de autoelogios,  basados en información que proporciona el INDEC (un organismo que a esta altura es comparable al espejo de la madrastra de  Blancanieves). Como postre, anunció la anulación del decreto de diciembre, que disponía la apropiación por el Ejecutivo de 6.500 millones de dólares de las reservas del Banco Central (una norma que nunca pudo ejecutar por el rechazo de la Justicia y del Congreso) y, de inmediato, informó sobre un nuevo decreto «de necesidad y urgencia», con el mismo objetivo e idénticos fundamentos que en ese mismo momento, a espaldas del Congreso y procurando eludir a la Justicia, estaba poniéndose en práctica con el acatamiento de la Presidenta (en comisión) del Banco Central y la mayoría de su Directorio.

«La Presidenta de la Nación tendió una trampa a los representantes que la escuchaban– describió el constitucionalista Roberto Gargarella-;el Ejecutivo dispuso del uso de más de 4000 millones de dólares a través de una operación de la cual no pudimos siquiera enterarnos, porque la medida no se había publicado mientras ya se estaba ejecutando (.)En el interín la Presidenta distraía a la oposición e impedía que frenase el uso de las reservas, a través de un largo discurso en el que aprovechaba para agredir a sus críticos, en lugar de solicitar humildemente su ayuda.» El constitucionalista resume y diagnostica: «El acto -el engaño- es tan grave que ameritaría el inicio de un juicio político: se trató de una actuación abusiva, políticamente torpe a más de equivocada, moralmente reprochable y constitucionalmente nula».

A esa altura ya estaba claro que los actos del Poder Ejecutivo, sus reacciones frente al Congreso y la Justicia,  conducían al país a un grave conflicto de poderes, pero la Presidente reservaba un capítulo. Al enterarse de que una Juez (Claudia Rodríguez Vidal) había dictado un fallo que volvía a plantear, como lo habían determinado decisiones judiciales anteriores, que los fondos del Central no debían utilizarse hasta que el Congreso se expidiese sobre el tema, la señora de Kirchner utilizó la cadena nacional de radiodifusión para anunciar que no acataría ese fallo y embistió otra vez contra la Justicia, denunciando (sin dar detalles) que «hay jueces que cometen abuso de poder» y«parecen estar alquilados». Cosas del innovador estilo presidencial: aunque no ofreció precisiones sobre esos presuntos delitos, la dama estimó trascendente ofrecer a través de la cadena nacional un chismecito de ambiente: el nombre y ocupación de «la pareja» de la jueza Rodríguez Vidal.  Para la antología de las «discusiones de alta peluquería» que sabía describir Aníbal Fernández.

En ciertos círculos oficialistas suele definirse a estas seguidillas de ofensivas y ofensas como «duplicar la apuesta». Y al parecer el método conoció tiempos mejores, cuando su aplicación rendía buenos réditos al Gobierno. Pero nada es eterno: ahora y desde hace ya no menos de dos años, como se ha señalado reiteradamente en este espacio, «cada vez que lo hace profundiza su propia crisis.»

El Gobierno perdió el miércoles 3 su hegemonía sobre el Congreso y su influencia sobre los Tribunales se desliza por un tobogán; la pelea contra los jueces, los medios y los legisladores parece la búsqueda deliberada de una catástrofe.

Será difícil convencer a los funcionarios (políticos o de carrera) de que  desacaten fallos judiciales como prometió la señora de Kirchner: eso es algo que implica un delito de desobediencia a la Justicia, como recordó el viernes la Juez Rodríguez Vidal. 

Muchos miembros de lo que, hasta ahora, ha sido propia tropa del oficialismo observan con preocupación esa conducta y han comenzado a resistirla. La búsqueda de diálogo con la oposición que parece protagonizar el Senador José Pampuro es una señal de esa resistencia: la actitud de Pampuro refleja el punto de vista de muchos legisladores oficialistas de ambas Cámaras, preparados para aceptar una convivencia con la oposición y a admitir que la elección del 28 de junio consagró una nueva relación de fuerzas, en la que el kirchnerismo es minoría. «A lo que no estamos dispuestos es a la rendición incondicional», acotó el jefe del bloque de diputados K, Agustín Rossi. ¿Una rendición con condiciones, pues?

«Necesitamos el consentimiento del Poder Ejecutivo para obtener una salida de esta crisis», subraya el dialoguista Senador Pampuro.«Alguien desde arriba tiene que abrir otra oportunidad».

Ese «alguien» tiene nombre y apellido: Néstor Kirchner. Parece difícil, sin embargo, que en la módica paz calafateña en la que se ha enclaustrado el matrimonio presidencial este fin de semana se evalúe ninguna rendición. Los Kirchner saben que la «convivencia» a la que aspiran muchos de sus subordinados en definitiva no los incluye en las condiciones a que ellos aspiran. ¿Acaso la  oposición, en su deseo de diálogo y en los ensayos que dibuja con Pampuro y otros, está dispuesta a rever el rechazo a Mercedes Marcó como Presidente del Banco Central? ¿Acaso el reclamo de las provincias de coparticipar el impuesto al cheque va a ser abandonado? Si hubiera opositores dispuestos a hacer esas concesiones, habría voces fuertes de ese costado, denunciando, como ya lo hace Elisa Carrió,  que no hay que confundir prudencia con miedo.

En el «relato» de los Kirchner ingresó hace varios meses el modelo Honduras, como uno de los escenarios probables a los que podrían enderezarse. Y quizás el preferible en ciertas circunstancias.

Manuel Zelaya, el ex Presidente hondureño, se vio forzado a dejar el cargo en medio de un conflicto de poderes con el Poder Judicial y con el Congreso de su país, cuando él pretendió desafiar normas constitucionales (y disposiciones de la Justicia) contrarias a la reelección y a la realización de un plebiscito con ese sentido.  Perdió esa chance pero mantiene alguna fuerza política en Honduras, trata de sostener una imagen de demócrata irredento expulsado por golpistas y reaccionarios y ahora se ha convertido en un funcionario explícito del proyecto de Hugo Chávez, conchabado en Caracas como directivo de Petrocaribe.

Por estos días otra imagen, paralela y ominosa, se despliega en el escenario: la del Gobernador de Brasilia, José Roberto Arruda, sometido a juicio político y detenido en una cárcel policial, mientras se investigan casos de corrupción. En Calafate no ignoran que los casos por irregularidades ya abiertos en los Tribunales argentinos adquieren creciente velocidad al compás de la evidente anemia del Gobierno.  

Las denuncias preventivas contra una Justicia que no se le somete, la agresividad contra la prensa cuando se despliegan investigaciones sobre corrupción, la falta de disposición para convivir con las fuerzas que expresan electoralmente el divorcio de la opinión pública con el oficialismo, son otras tantas señales de que la  reducida cúpula del kirchnerismo difícilmente habilite esa «oportunidad» que quieren abrir  algunos de sus cuadros y que le reclama la oposición. El espejo de Zelaya es mucho más atractivo.

Son los Kirchner, voluntariamente, los que buscan meterse en honduras.

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