Opinión Internacional

Maniqueísmo, semántica y religión en la guerra al terrorismo

(%=Image(4944431,»R»)%)Junto con la avalancha de opiniones y noticias relacionadas con los bárbaros actos terroristas de septiembre, hubo una polémica muy peculiar –casi risible sino se tratara de actos repudiables- en cuanto a ciertos apelativos dados a las operaciones punitivas de EEUU. Conscientes de que un lema ayudaría a manipular las actitudes del personal y público del país, los jerarcas estadounidenses primero bautizaron la confusa campaña militar contra el terrorismo como “Justicia Infinita” (Infinite Justice), provocando una serie de críticas en todas partes. Internamente había dudas acerca de cuan “infinita” sería la justicia impartida por una sola nación, presa de la ira por los agravios sufridos, por lo cual difícilmente sería un juez imparcial, especialmente cuando todos sabían que sería una represalia militar de tipo vengativo,

Pero el golpe de gracia lo dieron las mismas comunidades musulmanas, que – acorde con las enseñanzas mahometanas – insistieron que sólo su dios, supuestamente provisto de sabiduría infinita, podría impartir justicia, pues los hombres son meros intermediarios falibles. Al tratar Bush de lograr una coalición detrás de su campaña, y contando con el apoyo activo de gobiernos árabes, hubiera sido absurdo mantener ese nombre. Así que al poco tiempo de haberse bautizado la singular cruzada antiterrorista, cuando ya habían salido las naves y aviones en plan de batalla, Washington se apresuró a cambiarle de nombre, pero le dio otro igualmente inapropiado, aunque menos polémico para las comunidades islámicas. Nace entonces la operación “Libertad Duradera” (Enduring Freedom), título que sigue sin convencer pues da la idea de que los estadounidenses tienen el monopolio de la libertad y que, además, tienen el poderío para hacerlo durar sólo bajo su égida, reafirmando así la suspicacia sobre sus intenciones hegemónicas. Por otra parte, implica que van a liberar naciones por doquier, a la manera de los patriotas decimonónicos que liberaron naciones oprimidas por el colonialismo europeo. En esto, olvidan que también EEUU fue una potencia colonial, pues cuando reemplazaron el dominio español por el norteamericano en Cuba, Puerto Rico y Filipinas, a fines del siglo XIX, y mantuvieron su control por muchos años.

Volviendo a los curiosos apelativos, quizás el nuevo lema es menos contundente que el de “Tormenta del Desierto”, nombre éste que seguramente alimentó el belicoso patriotismo de las fuerzas expedicionarias que derrotaron a Iraq hace diez años, aunque realmente fue una pelea desigual de tropas altamente equipadas contra un ejército poco preparado para una guerra de alta tecnología. Pero ahora Bush, obviamente poco conocedor de la historia, se topó con otras objeciones al calificar su campaña como una “cruzada”, término que trae infaustos recuerdos a los árabes, pues en los siglos XII y XIII las monarquías europeas libraron sangrientas Cruzadas para desalojar a los “herejes” musulmanes de ”Tierra Santa”, sin tener en cuenta que Jerusalén era y es un lugar sagrado también para la religión islámica.

Entendiendo que el término “cruzada“ sería otro término negativo si querían lograr o conservar el apoyo de los países árabes, Bush y sus ministros no volvieron a mencionar ese término, pero insistieron en que su campaña era una verdadera “guerra” contra el terrorismo. Pero éste resultó otro término inapropiado, pues los vientos de guerra asustan a inversionistas y consumidores, y por lo tanto la denominación belicista fue muy contraproducente para la economía norteamericana -así como la mundial debido a la globalización- dando al traste con muchos intentos de reactivación económica en tantos países. No hay duda que Bush debería ser más cuidadoso y hacerse asesorar por un lingüista ducho en historia y psicología de masas, para no causar tanta alarma por un mal uso de palabras de ambiguo significado o ingrata recordación.

Pasando al campo islámico, suena irónico que el mismo Saddam Hussein, derrotado y humillado en la guerra del Golfo, se atreviera a hacer recientemente un llamado para una Yihad o “guerra santa” para desalojar a los judíos de Jerusalén, que fue tomado en serio por su población, pues una multitud de ciudadanos iraquíes se alistaron en el acto para la misma. Al final, fue otro patético ejemplo del uso de un lema muy emotivo para arengar las masas y mantenerse en el poder. Ese hecho demuestra como los países islámicos recurren muy alegremente a llamados a la Guerra Santa, tratando de revivir un sentimiento similar al que prevaleció durante la oposición a las cruzadas del medioevo. De hecho en las reuniones de la Liga Arabe se amenaza a cada rato con ese tipo de guerra para atemorizar a Israel, hasta tal punto que ha perdido todo sentido, pues todo se queda en palabras no sólo por la poca unidad entre las naciones árabes, sino porque sería una empresa insensata la destrucción del estado judío dada su evidente superioridad militar y el apoyo asegurado de la superpotencia mundial. Los talibanes de Afganistán también acaban de declarar su propia guerra santa contra EE.UU. en vista de los preparativos para invadirlos o bombardearlos, invitando a otras naciones musulmanas para unírseles por solidaridad islámica. Y hasta ha habido líderes que creen que Pakistán, ahora una potencia nuclear, debería unirse a esa misma guerra santa para amenazar a Israel con la destrucción atómica de sus ciudades, algo que tiene preocupado a media humanidad, pues se sabe que Israel también posee armas nucleares y se defendería. Esto, sin contar que algunos terroristas puedan apropiarse de alguna bomba portátil de destrucción masiva y causar un terrorífico holocausto si logran ubicarse sobre alguna ciudad. De este modo, se sigue viviendo todavía bajo el terror nuclear aún a una década del fin de la guerra fría…

Estamos viendo, entonces, como el oportunismo político sigue utilizando frases altisonantes para inflamar los ánimos, con el fin de conseguir un incremento del nacionalismo y una unidad religiosa entre países árabes que otro modo no existiría, pues aunque compartan la misma religión hay diversas tendencias dentro del Islamismo, al igual que en las confesiones cristiana y judía. Esto, sin contar los fanáticos extremistas que interpretan el Corán a su modo y se sienten portadores inequívocos de “venganzas divinas” hacia los supuestos “infieles” que contaminan su fe y pisan tierra islámica, lanzando aviones con pasajeros aterrorizados contra torres habitadas por gente desprevenida, causando una catástrofe de inmensas proporciones que marcará de una u otra forma, las relaciones internacionales en el futuro previsible. Como se puede ver, seguimos en la misma onda de las absurdas guerras de religión de siglos pasados, cuando los monarcas llamaban a las armas para “defender su fe” u masacrar a los que tildaban de herejes, una maña que siguió aún en la modernidad con la satanización de ideologías recalcitrantes y opuestas. Basta recordar cuántas muertes se han causando en plena guerra fría con el estímulo a dictadores y guerrillas, sean capitalistas o comunistas, gracias a la etiqueta colocada al que no sirviera a los intereses de cierta potencia. Así, la ideología reemplazó a la religión durante ese período que creíamos terminado, pero al parecer se sigue etiquetando a corrientes opositoras con epítetos patrioteros o excluyentes.

Destaca igualmente, en esta reciente guerra de palabras, como se abusa ante los medios de calificativos simplistas como “bueno” y “malo”, para así obligar a la ciudadanía poco crítica a tomar posición, sin evaluar los conflictos bajo varios aspectos. Esos términos son los favoritos de los norteamericanos, acostumbrados al recurso simplista de sus tramas cinematográficas, donde siempre hay una clara distinción entre los que apoyan a los héroes y los que representan personajes antagónicos, caracterizados éstos por actores con atuendos, gestos y diálogos antipáticos. Ahora se vuelve a utilizar este maniqueísmo para combatir el terrorismo, aprovechando que no hay ninguna duda de que fueron los “malos” los autores de tan cobardes atentados. Pero quizás también los estadounidenses deberían hacer un examen de conciencia para analizar las causas subyacentes de tanta resistencia a su benévola hegemonía y la visible irritación en ciertos ámbitos geográficos contra sus métodos para sostenerla en el tiempo.

Posiblemente un lema más apropiado para la actual guerra contra el terrorismo hubiera sido “Paz Duradera”, pero naturalmente se tendría otro tipo de campaña y se utilizaría otros métodos, distintos al militar, si realmente se quiere revertir décadas de dominio y confrontación, provocadas tanto por las potencias colonialistas de antaño como por la actual y polémica intromisión anglosajona en la región del Mediano Oriente. Esta campaña implicaría el uso de métodos policiales y sus servicios de inteligencia para identificar y ubicar a los grupos terroristas responsables de la reciente catástrofe, todo mientras se aplican presiones diplomáticas y económicas, así como ayudas financieras para mejorar la calidad de vida de los pueblos de la región, con el fin de persuadir a ciertos países a no seguir apoyando o cobijando a grupos belicosos en el futuro. Es decir, un cambio de enfoque y de estrategia para lograr el mismo objetivo, pero quizás esto es mucho pedir en medio de la actual paranoia antiterrorista.

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