Opinión Internacional

Más socialización: pidió el pueblo en el debate del discurso de Raúl

Hubo dos posiciones, dos intereses clasistas: la de los trabajadores y la compartida por el enemigo y los inmovilistas. El pueblo fortaleció su unidad, desenmascaró al oportunismo y pidió avanzar hacia un socialismo más participativo y democrático. La dirección tiene ahora la palabra.

Todavía se escuchan los ecos del debate del discurso de Raúl el 26 de Julio, acogido favorablemente por la mayoría del pueblo y los trabajadores, quienes abogaron por más socialización, más participación en la toma de decisiones y apoyaron el llamado de Raúl a realizar cambios de estructuras y conceptos en la construcción socialista. No hay una sola información de que en lugar alguno, alguien haya clamado por el capitalismo o los planes restauradores del enemigo imperialista.

Pero en las discusiones no faltaron las voces que trataron de mediatizar el debate y mellar su filo cortante contra el sistema burocrático, tratando de convertirlo en monserga, a lo que apostaron juntos, confundiéndose, contrarrevolución, oportunismo e inmovilismo. Es evidente que algunos totalmente desconectados de la realidad objetiva siguen aún sin entender que nos orientamos pronto al arreglo profundo de nuestro socialismo, no a un simple retoque de mascarilla, o nos iremos al desastre. El pueblo lo advirtió con toda claridad en este debate.

En el debate, estuvieron presentes dos posiciones principales, expresiones de la lucha de clases que se verifica hoy en Cuba: la de los trabajadores, pidiendo avances y claros cambios hacia más socialización en la economía y en la sociedad en consonancia con el llamado revolucionario de Raúl, y la del enemigo, cuya representación estuvo a cargo del estancamiento burocrático criollo, quienes (ambos dos, redundancia popular que reafirma la complicidad) coincidieron en ignorar la polémica, trataron obstaculizarla, minimizar su importancia y presentarla como “más de lo mismo”, para minar la confianza del pueblo en el socialismo y en sus dirigentes.

El enemigo imperialista y la contrarrevolución hace rato que apuestan y empujan a la autodestrucción de la Revolución, peligro definido con toda precisión por el Comandante en Jefe en su discurso del 17 de noviembre del 2005, razón por la cual decidieron desconocer el debate que no les conviene porque propende a la solución de nuestros problemas, reivindica la participación democrática que ellos suponen al capitalismo y les arrebata el arma de la crítica para ponerla en manos de los revolucionarios; todo, con el adicional propósito de dejar el campo abierto a la lucha fraccional en el seno revolucionario, buscando divisiones y enfrentamientos en nuestras filas que faciliten sus planes. Los que les hicieron el juego desde dentro a tales artimañas, por cobardía o ignorancia, sirvieron a esos intereses.

Aunque contó con aliados y tontos útiles en la burocracia, que en algunos lugares lograron frenar el debate, una vez más la táctica contrarrevolucionaria no resultó efectiva y fue descubierta y derrotada, pues en la mayoría de los lugares las fuerzas revolucionarias y valientes presentes en el Partido, los trabajadores y el pueblo discutieron abiertamente y consolidaron su unidad en torno a la dirección que pidió y defendió el debate hacia más socialismo, mientras quedaba desenmascarado el oportunismo que trató de camuflarse en la defensa del estatus quo y el ocultamiento de los errores para que continuaran repitiéndose hasta la debacle, única hojita de parra que encontraron para oponerse a la esencia del discurso movilizador, esperanzador y revolucionario de Raúl.

Por eso este ejercicio democrático señaló a los partidarios del anquilosamiento, con los cuales -en verdad- nunca podrá contar la Revolución a la hora del avance decisivo. Los que hoy se opusieron al debate, difícilmente saldrán mañana al combate cuando haya que tomar las armas para defendernos de una agresión militar o un intento de restauracionista. Por mucho que quieran enmascararse en lo sucesivo ya quedaron señalados ante el pueblo, los comunistas y los trabajadores como opuestos a los cambios que pidieron Fidel y Raúl y que la Revolución necesita para consolidarse y seguir avanzando. A esos no hay porque molestarlos, ellos mismos se separarán, engañaron a otros, pero nunca al pueblo que siempre ha sabido que no puede contar con ellos, ni lo necesita.

Los tontos útiles, que por descreimiento mostraron indiferencia, conciente o inconcientemente les hicieron el juego. Muchos no participaron porque no confían ya en que seamos capaces de sacar la Revolución y el Socialismo del actual dilema, lo dan todo por perdido. Esa confianza perdida necesita ser recuperada.

Se identificaron claramente en el campo del oportunismo y la contrarrevolución, todos los que obstaculizaron el debate a pesar de la intervención de Raúl en medio de las discusiones, los que con distintos métodos se opusieron a que la militancia expusiera abiertamente sus posiciones, los que trataron de impedir la discusión amplia y procuraron que las intervenciones solo se refirieran a los problemas de su estrecho ámbito.

Los guardianes defensores de las actuales estructuras y conceptos que debemos cambiar, que no intervinieron simplemente para garantizar sus cargos nombrados desde arriba, sus nichos de poder, otras prebendas y los carros estatales que funcionan a costa de las ingresos que producen los trabajadores y que el sistema centrista y antidemocrático les impide controlar, custodiaron sus intereses de clase y también fueron identificados.

Los pocos que participaron defendiendo la continuad -sin cambios- del sistema burocrático actual de dirección de la economía y la sociedad y lo hicieron desde el convencimiento creyéndose defensores del socialismo, merecen respeto por su honestidad, aunque tengamos diferencias.

Hay que reconocer que este debate reverdeció laureles en esta Revolución, vivimos otra vez días que nos recordaron los primeros años por la combatividad, el honor, el sentimiento patrio, proletario y revolucionario demostrado por muchos compañeros en reivindicación de los intereses de los de abajo. Entre los más fieles defensores de la Revolución desde la crítica constructiva de sus errores estuvieron las generaciones que andan entre los 40 y los 60 años, donde encontramos muchos profesionales formados precisamente en los primeros 30 años del proceso. Hay que decirlo: la mayoría de los jóvenes se mostraron indiferentes y esto es muy peligroso para el futuro de la Revolución. Ese segmento no se siente comprometido, tenemos que rescatarlo, enamorarlo para el socialismo, pero uno que no sea ese del periodo especial que ellos rechazan. Nuestra UJC debiera transmitir esta valoración con toda claridad a la dirección revolucionaria, si no lo ha hecho ya.

El pueblo y la militancia expusieron sus puntos de vista, a pesar de las presiones burocráticas que ejercieron algunos dirigentes intermedios e instructores del Partido (que pueden ser muy buenos compañeros, pero que nadie eligió) para limitar las discusiones en contra del libre debate orientado por el Partido y el reiterado llamado a que la gente expresara libremente críticas y opiniones.

Las informaciones que nos han llegado desde diferentes puntos de la geografía y la sociedad cubanas, nos permiten las siguientes consideraciones:

En el debate se abordaron con claridad todos los problemas generales y casi todos los particulares que presenta actualmente la sociedad cubana, sin paños tibios: la burocratización del Partido, del Estado y el Poder Popular, la falta de efectividad de los Sindicatos y otras organizaciones políticas y de masas, la ausencia de una critica social responsable en los medios de difusión dedicados sólo a la apología, los privilegios de una casta burocrática que comparten los nuevos ricos, las graves problemas de la economía que afectan el nivel de vida de la población, la doble moneda, la discriminación a los propios cubanos, los bajos salarios, los altos precios, y los desastres en la agricultura, la industria y los servicios, los graves problemas de todo tipo en transporte, comunicaciones, alimentación y vivienda, los problemas actuales de la salud pública y la educación a todos los niveles, el deficiente acceso a Internet y a las técnicas modernas de la computación y otros cuya relación sería interminable.

Pero el pueblo no solo presentó un completo inventario de problemas. También se valoraron con toda objetividad sus causas profundas principales como la centralización excesiva; la ausencia de dirección colectiva en el Partido, sin Congreso, funcionamiento del Buró Político ni del Comité Central; los resultados desastrosos del estatismo, el dirigismo y la centralización en la agricultura, la industria y los servicios (incluidos la alimentación popular, la educación a todos los niveles y la salud pública); las políticas voluntaristas y los enfoques desprofesionalizados en la toma de muchas decisiones; las desestimulantes políticas impositivas; el control absoluto de todos los medios de expresión en función de políticas no consensuadas (ejemplo: la ausencia de este debate popular y revolucionario en la prensa); la falta de participación real de los trabajadores y el pueblo en la discusión de los problemas y la toma de decisiones; las sistemáticas violaciones y múltiples prohibiciones contrarias a la legalidad y la Constitución; la falta de poder real del Poder Popular por no ser un controlador efectivo de los recursos del pueblo y otras muchas por el estilo. El pueblo demandó una revisión profunda de todo el funcionamiento de la sociedad cubana actual.

Los comunistas de base y los trabajadores con absoluta claridad identificaron sus soluciones en los marcos de una sociedad socialista. Entre las medidas más demandadas por la militancia y el pueblo, donde no hubo ninguna sugerencia que pudiera identificarse con medidas de tipo capitalistas o privatizadora, se encuentran: la realización del VI Congreso del Partido y de reuniones sistemáticas del Buró Político y el Comité Central para hacer realidad la dirección colectiva, cambios en la ley electoral que posibiliten una participación más efectiva de la población en la formación de las candidaturas a niveles superiores y la elección de los dirigentes del Poder Popular, la eliminación de la doble moneda y la unificación de todos los mercados, promulgación de una nueva Ley de Reforma Agraria que entregue en propiedad o usufructo la tierra ociosa a los campesinos, familias y cooperativas; la desestatización de muchos servicios menores y su entrega a trabajadores cuentapropistas o cooperativas, mayor participación de los trabajadores en la gestión administrativa y técnica de las empresas tanto de producción como de servicios así como en las ganancias que generan, creación de cooperativas de transporte, cambios en la actual ley impositiva que bloquea la producción de alimentos; revalorización social y económica de los trabajadores de la medicina y la educación, libre acceso a la telefonía pública, celular e Internet, eliminación de las diferencias en los derechos de los trabajadores según el lugar donde trabajen, que los sindicatos asuman su papel como defensor de los trabajadores y no como simples transmisores de orientaciones del poder central, revisión de la ley de pensiones, creación de cooperativas de constructores de viviendas y mantenimiento y construcción de calles y caminos, entregar del control presupuestario a los Municipios del Poder Popular y otras muchas de este corte.

No se cuestionó el socialismo, sino la forma de hacerlo. El pueblo, los trabajadores y los comunistas de base defendieron el socialismo en las discusiones, la construcción de una nueva sociedad sin explotadores ni explotados, sin capitalismo, pero se hizo un cuestionamiento total a la forma que actualmente están funcionando y se encuentra estructuradas la economía y la sociedad cubanas, basadas en la excesiva centralización y el estatismo, solicitando dejar atrás las ideas del socialismo de Estado que nos han llevado al actual sistema burocrático de dirección. Los grandes logros de la Revolución en salud y educación, no fueron cuestionados en su esencia, pero si en sus actuales concepciones y resultados. No verlo así es cerrar los ojos ante la realidad.

Pero lo más importante: el conjunto de esas medidas propuestas indican la extendida creencia, en la parte más politizada del pueblo -la que habló- que la solución definitiva a todos nuestros problemas radica en el avance hacia un tipo de socialismo más participativo, más democrático, más humano, y con un mayor componente cooperativista, sin desconocer la necesidad de un mercado regulado, la existencia de un Estado democrático, dirigido por el Partido Comunista, capaz de organizar la defensa de la Revolución y redistribuir el presupuesto contando democráticamente con los intereses generales y también con los de las regiones, las ramas de la economía y los ciudadanos.

Los comunistas cubanos, podemos estar satisfechos y orgulloso de este debate. Especialmente sus principales inspiradores. Hemos sido capaces de movilizar la opinión de las bases, a pesar del inmovilismo de partes importantes del oficialismo. La dirección del país cuenta ahora con elementos suficientes para estructurar una nueva propuesta concreta de cómo seguir en lo sucesivo la construcción del socialismo en Cuba.

Todas las medidas principales planteadas por las bases son de factible aplicación, siempre que haya disposición a implementarlas. Están relacionadas fundamentalmente con mecanismos organizativos, esquemas y estructuras internos, por lo que el bloqueo imperialista no puede impedirlas, ni tampoco demandan recursos extraordinarios, antes al contrario, generarían enormes ahorros y estimularían la producción, la oferta de bienes y servicios, la circulación monetaria y el bienestar racional económico y social del pueblo que es el objetivo supremo del socialismo. Son propuestas de índole subjetiva –fundamentalmente- cuyas soluciones no demandan un saco más de cemento ni un kilogramo más de pollo congelado importado.

Un compañero preguntaba si estos cambios trascendentales y necesarios, podrían ser implementados por los mismos que hasta ahora han defendido las formas del viejo socialismo fracasado. El socialismo es un proceso en el que todos vamos aprendiendo y donde siempre han existido distintos enfoques. No se trata de combatir a los burócratas, sino al sistema burocrático, ya se ha dicho. Con los cambios necesarios en el sistema de dirección y organización de la sociedad y la economía, surgirán también otros métodos más democráticos, afines, y los que no estén dispuestos a avanzar al ritmo que demandan las masas y la realidad, se irán auto-decantando ellos mismos o los trabajadores y el pueblo se encargarán de hacerlo.

Los que siempre han acudido al expediente del bloqueo y a la permanentemente esperada agresión imperialista para justificar su inercia, se quedaron sin argumentos ante los discursos de Fidel el 17 de noviembre del 2007 y de Raúl el 26 de Julio pasado. Fidel dijo que los únicos que podemos destruir esta revolución somos nosotros mismos, de donde quedó claro que la amenaza principal, la más peligrosa, la única que en verdad puede acabar con la Revolución, es la que proviene de sus propios errores, mientras Raúl delineó una serie de problemas concretos internos que nos están afectando cuya solución depende únicamente de nuestra disposición a enfrentarlos. Ya no es posible seguir apelando a este tipo de justificaciones, para impedir el avance hacia más socialismo.

La opción socialista escogida por el pueblo de Cuba ya había sido reiterada con la enfermedad del Comandante en Jefe, cuando la cohesión revolucionaria en torno a la proclama de Fidel y al Segundo Secretario, demolió coyunturalmente los planes imperialistas de “transición capitalista”. Si bien es cierto que esta situación puso a prueba la capacidad de resistencia de la Revolución, el saldo final ha demostrado que aún con la ausencia del líder, la misma seguirá adelante y su relevo, con el apoyo del pueblo, está garantizado.

La situación en América Latina ahora es favorable, como nunca antes desde el periodo especial, para afrontar los cambios necesarios. Hoy contamos con la cooperación solidaria e internacionalista de Venezuela y con el proceso de integración en el ALBA, como se evidenció en el “Aló Presidente” que acaba de celebrar Hugo Chávez en Cuba, hecho que nos devolvió a los años del intercambio democrático directo de la dirección con el pueblo y donde se mostraron además, las ideas bolivarianas del nuevo socialismo participativo con su multiplicidad de formas de producción, concomitantes con las que acaban de plantearse en nuestro debate, lo cual demuestra -una vez más- que el socialismo es diverso por sus formas, pero uno por su esencia.

Hoy la región latinoamericana evidencia también una correlación regional de fuerzas favorable al movimiento revolucionario con varios gobiernos que se proponen la construcción del socialismo y otros donde predominan fuerzas de centro izquierda. No hay una sola tiranía gobernando en la región. Los pocos gobiernos de derecha que existen como el mexicano o el colombiano tratan incluso de evitar confrontaciones con nuestro país y procuran buenas relaciones diplomáticas. La ayuda internacionalista que presta nuestro país en el continente ha multiplicado la solidaridad de los pueblos con Cuba.

Contamos con relaciones amistosas y comerciales ventajosas con China y con Rusia que habíamos perdido en los primeros años del Periodo Especial y que ahora han vuelto con fuerza a la palestra internacional cambiando, como expresó Chávez, la visión de un mundo unipolar que surgió luego de la caída del campo socialista, a otro multipolar que entorpece los planes hegemónicos del imperialismo norteamericano. El gobierno en España, sin dejar de responder a los intereses generales del imperialismo, sea por razones políticas internas o presiones de los grupos económicos que tienen intereses en Cuba, se muestra con menor agresividad hacia nuestro país y está modelando la posición de la CEE en forma distinta a como la hacía Aznar.

La posibilidad de agresión directa –siempre militarmente factible-, no parece hoy ser favorecida por la situación política internacional global, aunque muy compleja por la existencia de un gobierno protofascista en Washington, claro promotor de la guerra como medio para resolver sus diferencias internacionales. El Imperialismo, que siempre fue y seguirá siendo la más grave fuente de amenaza y agresión externa, estén allí oligarcas demócratas o republicanos, se encuentra empantanado en Irak en una guerra de la que difícilmente pueda salir exitosamente, mientras el conflicto meso-oriental amenaza con complicar aún más a Washington y seguir desangrando la economía norteamericana y mundial, mientras el proceso electoral en EE.UU. no parece beneficiar el toque de más tambores de guerra. No obstante, una estupidez en Cuba o un conflicto interno que desgarre la sociedad, podrían propiciar una eventual agresión.

La Seguridad Nacional no es solo un problema militar, también engloba política, ideología, economía, sociedad y cultura. Su enfoque multilateral implica fortaleza en todos los sentidos y no sólo en uno de ellos.

La política de bloqueo imperialista está más aislada internacionalmente que nunca y en los propios Estados Unidos se incrementan las contradicciones en torno a la conveniencia de continuarla. Si EE.UU. llegara en algún momento a reconsiderar su política de bloqueo, solo será porque se habrá convencido de su ineficacia y confíe sus objetivos de destruir la Revolución a una nueva política de acercamiento que puede ser mucha más peligrosa que la actual, si no hemos sido capaces de consolidar internamente la fase socialista de la Revolución.

Para entonces los “cohetes morales” pasarían al primer eslabón de la defensa, si estuvieran de “baja técnica”, sería mejor “encomendarse a dios y a todos los santos y orishas”.

Si subestimar la permanente capacidad enemiga de agresión, que nos obligará siempre a grandes esfuerzos en la defensa militar, sería irresponsable y suicida; sobrevalorarla como el peor de los peligros, sólo puede tener como propósito evitar enfrentar el verdadero y más contundente de los retos actuales: nuestra propia incapacidad de echar hacia adelante el proyecto socialista. Parafraseando a Raúl: Si no hay frijoles, cohesión interna, fuerza moral, sentido de pertenencia y patriotismo socialista (no burgués), seremos pocos los dispuestos a disparar los cañones.

Estuvieron presentes en este debate los más importantes legados del Che en lo político: combatividad, lucha contra el burocratismo, anti-dogmatismo, honestidad revolucionaria y tolerancia ante opiniones distintas; en lo económico: su critica demoledora al capitalismo de Estado introducido en el Socialismo con la NEP (Nueva Política Económica) como causa principal de su desastre que fue capaz de vislumbrar 25 años antes de su ocurrencia, experiencia que debemos valorar en toda su significación; y en lo social: la necesidad de un hombre nuevo socialista que no puede ser traído de Utopía, sino desarrollado por unas nuevas condiciones donde primen el colectivismo y la solidaridad social, y no el individualismo y el consumismo que engendra la organización asalariada y mercantilista de la producción.

Tampoco faltaron en el debate algunas ideas ajenas a la sociedad que pretendemos construir, como las de quienes persisten en resolver los problemas del socialismo con las “armas melladas del capitalismo”: el productivismo, la tecnocracia, los desmedidos márgenes comerciales en las ventas al por menor, el recurrente neo-capitalismo de Estado y el trabajo asalariado altamente explotado, que nada tienen que ver con las relaciones de producción socialistas. Tales son los casos de la defensa al mantenimiento de la doble moneda para obtener ganancias super-extras del trabajo asalariado (una para los pobres y otra para los extranjeros y los nuevos ricos; una para pagar el trabajo y otra para cobrar muchas de las mercancías que el pueblo necesita); la continuación y ampliación de empresas corporativas que producen mercancías y servicios para recaudar divisas interna o externamente, acumularlas y utilizarlas estatal, centralizada y no democráticamente; el desarrollo de empresas importadoras que siguen comprando productos al enemigo que aquí podemos producir, impiden el desarrollo del campo cubano y comprometen nuestra seguridad y autosuficiencia alimentaría; los contingentes obreros con formas de trabajo semi-esclava, desarraigados de sus regiones, que comen a pié de obra, trabajan 10 o 12 horas diarias y son amontonados en albergues parecidos a los barracones de antaño, fuentes de corrupción de todo tipo y de arbitrarios disloques poblacionales; y los ilusorios planes neoplattistas de quienes confían en que la buena voluntad del vecino norteño y el levantamiento del bloqueo imperialista con su turismo, sus inversiones, sus dineros y sus cadillacs salvarán el socialismo cubano.

La lógica de la economía socialista no puede ser la misma que la de la economía capitalista: la repetición del ciclo dinero para producir mercancías y ganar más dinero, sino la consideración racional de las prioridades humanas del hombre realmente existente.

Por supuesto, desde el punto de vista del inviable socialismo de Estado, todas esas políticas económicas tienen explicaciones, pero sus negativas consecuencias ya son inocultables. Simplemente tenemos que cambiarlas, paulatinamente o como se quiera, pero es necesario reconocer con toda claridad su inoperancia socialista y su orientación mercantil-capitalista. Estas concepciones y formas de organización de la producción, la distribución y esquemas de acumulación, digámoslo de una buena vez, separan cada vez más al Estado del pueblo y allanan el camino para la restauración capitalista, aunque no todos sus promotores tengan plena conciencia de ello.

La necesaria acumulación socialista, no se logra concentrando la propiedad, y aumentando la explotación del trabajo productivo, sino estimulando todas las formas de organización de la producción que la realidad exija, para satisfacer las necesidades racionales de la población por medios de sus propios esfuerzos y generar los excedentes necesarios que deben ser concentrados o desconcentrados, según lo demande el desarrollo económico-socio-cultural armónico e integral de toda la sociedad y cada una de sus partes.

Los resultados del debate hasta el presente son alentadores. Al inmovilismo, que en nombre del socialismo de Estado, conciente o inconcientemente, está llevando el país y la Revolución al desastre, ya no le será fácil seguir defendiendo los mismos métodos y esquemas de dirección burocráticos, voluntaristas y centralizados denunciados por muchos revolucionarios. Como acaba de recordar Chávez ante todo el pueblo cubano, al decir de Bolívar, debemos “andar con la dinámica de los tiempos”. En su momento el Plan Bush de transición-restauración capitalista fue derrotado políticamente, tenemos que ver si ahora somos capaces de derrotar también nuestro actual peor enemigo interno que nos lleva a lo mismo: el burocratismo con su inercia. Ese es el reto. El pueblo y los trabajadores dijeron lo suyo y esperan confiados en que sus reclamos serán tenidos en cuenta. La dirección tiene ahora la palabra.

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