Me gustan los estudiantes
Y dijo Violeta Parra, la cantautora chilena que se suicidó por amor en 1967:
¡Que vivan los estudiantes, jardín de nuestra alegría!
Son aves que no se asustan de animal ni policía:
A mí también me gustan los estudiantes, porque son el alma viva, rebelde y crítica de la sociedad, la avispa que zumba y pica.
A los estudiantes debemos grandes y pequeñas revoluciones. En 1918, ellos sacudieron en Córdoba (Argentina) la estructura paternalista de la educación superior y la volvieron participativa. Ellos pusieron patas arriba el pragmatismo francés en las calles de París hace 32 años. Ellos colaboraron con su agitación para detener la agresión del ejército de Estados Unidos en el Sudeste Asiático. Ellos ayudaron a derribar en Nicaragua la satrapía de los Somoza. Ellos mostraron al mundo la hipocresía del sistema semidictatorial del PRI en México y pagaron con sus vidas en la Plaza de Tlatelolco. Ellos sacudieron el autoritarismo chino en la Plaza de Tienanmen y también pagaron con sus vidas.
Ahora vuelven al escenario los desórdenes universitarios tras una larga huelga en la gigantesca UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México). Hay peleas para todos los gustos: entre estudiantes, entre estudiantes y políticos, y entre estudiantes y policías. Todo gira en torno a la reforma de la educación superior e, inevitablemente, la situación mexicana. El lío es confuso y hasta contuso, pues los agentes entraron a los predios vedados de la UNAM repartiendo bolillo para desalojar a grupos radicales minoritarios. Pero el asunto es que el estudiantado mexicano está vivo.
Cosa distinta habría que decir hoy del nuestro. Los estudiantes colombianos han protagonizado muchas páginas de nuestra historia: contra Mosquera en 1854, contra Abadía Méndez el 8 de junio de 1929, contra Rojas Pinilla en junio de 1954 y en mayo de 1957, contra los gobiernos del Frente Nacional en los años sesentaJustamente esta generación, poseída por el espíritu de los tiempos, exigió reformas sociales y se opuso al avance de diversos imperialismos (los pro chinos contra Moscú, los pro soviéticos contra Pekín y todos contra Washington). Los estudiantes de entonces tiraban piedra y se equivocaron en muchas cosas, entre ellas dejarse seducir por las armas, según hicieron algunos de sus dirigentes: unos murieron en choques contra el Ejército y otros fusilados por sus compañeros enmontados. Pero ellos advirtieron con claridad los peligros venideros si la Colombia insistía en mantener las desigualdades sociales y los privilegios. El país no los quiso oír, y ahora todos pagamos esa sordera egoísta.
Después se impuso un nuevo modelo en la institución y unas nuevas metas a los universitarios. Los estudiantes quedaron marginados de la actividad nacional. Aspiraciones más individualistas reemplazaron a los sueños, a veces delirantes, de igualdad y justicia. La tranquilidad reinó en las aulas y la prensa no volvió a ocuparse del «problema estudiantil».
El resultado, en apariencia, fue la recuperación de una placidez reconfortante. Pero, en el proceso, no hubo quien llevara, aunque fuera en forma desordenada, la vocería del cambio, de las reivindicaciones sociales. Fue así como esta vocería recayó en la guerrilla. Al borrar al estudiantado inquieto y sofocar toda efervescencia en el campus, Colombia canceló una zona intermedia de aproximación al cambio y fue preciso buscar en el monte al interlocutor más próximo. Resultado final: menos pedreas, pero una guerra sangrienta.
Es posible que las nuevas tecnologías signifiquen la desaparición total de la masa estudiantil. Los computadores personales, Internet y las aulas virtuales harán inútiles los grupos universitarios. Habrá estudiantes, pero no estudiantado. Y, aunque algunos crean que salimos ganando, ello equivale a desconectar una alarma que muchas veces ayudó a evitar males peores.
Ni Marcelino, ni pan, ni vino
Pablito Calvo, el pueril actor de la película Marcelino pan y vino, que tantas lágrimas nos hizo derramar y tantas vocaciones sacerdotales efímeras despertó, acaba de morir en un pueblo del sur de España. Era un modesto empresario, aburrido y con poco pelo. Es el primero de aquella generación de niños prodigios españoles que desaparece. Joselito, «El pequeño ruiseñor», está entregado a la droga y la pequeña delincuencia; Marisol se cambió el nombre por Pepa Flores, salió en cueros en una revista y se escondió para siempre; Rocío Durcal ya es abuela y canta rancheras. Al morir Pablito Calvo calvo aparecieron fotos suyas de niño, con sus rizos alborotados. Qué triste es ver esos álbumes y pensar que a todos nos espera un pasado salpicado de bucles.
¿Y a eso llaman democracia?
Consejo para los que estén impresionados con los recientes escándalos de la financiación de campañas políticas en Alemania, Israel e Italia: lean el informe de la revista Time que publicó (%=Link(«http://www.eltiempo.com.co/»,»El Tiempo»)%) el viernes pasado sobre el cabildeo (lobbying) en Estados Unidos. Allí los multimillonarios compran partidos políticos, congresistas, actuaciones gubernamentales y leyes, como quien paga zapatos. Para evitar suspicacias, los gringos han decidido que eso es legal. Luego dan lecciones al mundo y pretenden trasladar sus principios plutocráticos a países que se dejan engatusar con visitas de empresarios famosos.
Como cierta república de cuyo nombre no quiero acordarme.
Tomado de (%=Link(«http://www.eltiempo.com.co/»,»El Tiempo»)%) de Colombia