Opinión Internacional

Mejor, no darse por ofendidos en público

¿Para qué darse por ofendida en público cuando hay tantos ofendidos en la cima del mundo? Esa pregunta, que es también una conclusión, parece haberse hecho la presidenta argentina, según funcionarios del Gobierno. Cristina Kirchner callará, por ahora. «Casi todos los líderes del G-20 están incluidos en esos cables y ninguno sale bien parado», dijo la fuente. Aunque nadie lo dice con claridad, lo cierto es que el escándalo de los cables diplomáticos norteamericanos que se filtraron creó en la Casa Rosada la sensación de que es mejor estar mencionado en ellos que no estarlo. «¿Qué hubieran dicho ustedes, los periodistas, si en esos cables, en los que se habla de todo el mundo que importa, no figuraban los Kirchner? Que no existimos», preguntó, se respondió y aguijoneó otro funcionario.

Pero no fueron las ganas de formar parte del famoseo político mundial lo que prevaleció en Cristina Kirchner. Siente una especial simpatía por Barack Obama, y Hillary Clinton fue la candidata de su corazón para presidenta de Estados Unidos. La jefa del Estado supone ahora que el problema que explotó no es un conflicto entre su país y Washington, y ni siquiera entre la Casa Blanca y el mundo. Es, dicen a su lado, un problema interno de los Estados Unidos. Cada hora que pasa la convence aún más de que la administración Obama (y, sobre todo, el presidente norteamericano) está en el centro de una intensa operación de desestabilización política. «Ningún cable conocido hasta ahora afecta al núcleo duro de la seguridad norteamericana. Son chimentos que sólo desacreditan a un gobierno, el de Obama», dijeron muy cerca de la Presidenta. En la cabeza de la administración argentina (aunque no se sabe si en la de la propia Cristina) ya hay nombres para la autoría de la conspiración: los servicios de inteligencia norteamericanos, empezando por la CIA.

Tampoco urge a la Presidenta la repercusión local de esa filtración. «La oposición ha reaccionado muy bien. Lo mejor ahora es no sobreactuar», señalaron en el Gobierno. Es cierto: casi todos los dirigentes opositores se manifestaron críticos de esos cables o de su divulgación. La única novedad es que por primera vez el kirchnerismo reconoce una actitud de sus opositores.

Menos simpatía despertaron cerca del despacho presidencial las confesiones de funcionarios y ex funcionarios kirchneristas ante diplomáticos norteamericanos. La mayor sorpresa la dio el testimonio del ex jefe de Gabinete Sergio Massa sobre la personalidad de Néstor Kirchner. Aunque Massa desmintió esa versión, ahora se sabe que el cable que se filtró, lleno de pormenores sobre el contexto del testimonio, está firmado por la propia embajadora Vilma Martínez. «Muchos entrarán en el freezer, definitivamente», dedujeron al lado de Cristina Kirchner. Las palabras atribuidas a Alberto Fernández, otro ex jefe de Gabinete, corresponden a un análisis político y electoral, pero sin referencias personales peyorativas.

Salud mental

En rigor, es Cristina Kirchner la única que podría ofenderse personalmente, porque versiones que nunca fueron ciertas sobre la salud mental de ella despertaron la curiosidad de la diplomacia norteamericana. La inquietud sobre la salud física de su esposo no es rara; fue público durante varios años que Néstor Kirchner sufría de trastornos gastrointestinales. Vale la pena consignar el testimonio del ex embajador de Kirchner en Washington José Octavio Bordón: «A mí, como embajador, también me hubiera gustado en su momento saber sobre la salud del vicepresidente de Bush, Dick Cheney, que padecía un problema cardíaco crónico». La salud física de los líderes extranjeros, cuando ella está en duda pública, es materia de la diplomacia. Es así desde que la diplomacia existe.

Por lo demás, ¿los Kirchner quisieron ser mejores que el retrato que se hace de ellos como arquitectos de la política exterior argentina? Probablemente no. Néstor Kirchner siempre esquivó una definición clara sobre su sistema de alianzas internacionales y varias veces confundió a los norteamericanos hasta la desorientación. No es extraño, entonces, que hayan calificado de «errática» su política exterior.

Hay que mencionar algunos ejemplos. En el marco de la cumbre de presidentes americanos en Mar del Plata, en 2005, Kirchner tuvo una reunión bilateral con George W. Bush. El presidente argentino criticó con dureza al Fondo Monetario Internacional durante casi todo el tiempo que duró el encuentro. Al final, Bush le contestó más o menos así: «Durante la última reunión que tuvimos me habló muy mal del Fondo. Ahora hace lo mismo. ¡Feliz de usted que tiene un solo enemigo en la vida!», le dijo, entre risas e ironías, el presidente norteamericano. Sin embargo, lo más notable estaba por suceder todavía: pocos meses más tarde, Kirchner le pagó en efectivo toda la deuda al Fondo y se olvidó de él. «¿Para qué gastó una reunión con el presidente norteamericano hablando de un tema que ya no existía para Kirchner?», se preguntó luego un alto diplomático argentino.

El encuentro con Bush

Un año antes, en enero de 2004, Kirchner y Bush se habían reunido también bilateralmente en Monterrey, México, durante una cumbre de líderes mundiales para el desarrollo. Bush salió encantado de ese encuentro a solas con el presidente argentino; había recibido muchas promesas de cooperación mutua. Cuando terminó el encuentro, Kirchner habló ante el plenario de la asamblea con un discurso que no tenía nada que ver con lo que le acababa de decir a Bush. Fue célebre la imagen de Bush despojándose del audífono para la traducción cuando promediaba el discurso de Kirchner. No quiso escuchar más y se dedicó a conversar con los miembros de su delegación.

Algo parecido, aunque menos comprometido, sucedió en Trinidad y Tobago entre Obama y Cristina Kirchner. Era la siguiente cumbre de presidentes americanos, luego de la de Mar del Plata. Washington había pedido que no se recordara la reunión cerca del mar argentino. Pero la presidenta argentina usó gran parte de su discurso para elogiar el contenido de la cumbre marplatense, para decepción de los norteamericanos.

Es fácilmente comprobable, además, que los Kirchner han sido impermeables a los consejos en materia de política exterior, que es otra descripción que hacen los cables. Los dos cancilleres anteriores, Rafael Bielsa y Jorge Taiana, estaban dispuestos a entretejer una relación más normal y previsible con Washington. No pudieron hacer nada. Lo mismo sucedió con el ex embajador Bordón. Sólo el actual jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, trabó él mismo una excelente relación con los norteamericanos, porque decidió intercambiar información sensible sobre el terrorismo internacional. Fernández controla las fuerzas de seguridad desde que fue ministro de Justicia y Seguridad.

En lo que a política se refiere, los cables no han hecho más que trasladar en un lenguaje crudo, destinado al secreto, la ambigüedad que cultivó el matrimonio gobernante. Quizá sea ése el lugar que eligieron en la historia y no sólo en los predecibles rumores diplomáticos.

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