Opinión Internacional

Mi querida Ingrid

Una hermosa niña, vivaz y cautivadora, con finos rasgos marfileños que indelebles conserva en su edad actual, fue la Ingrid que conocí en la década de los setenta, cuando su padre Gabriel Betancur cumplía en París el mandato de Embajador-Delegado Permanente de Colom- bia ante la UNESCO y yo ejercía similar representación por Venezuela ante la misma Organización internacional.

Ingrid Betancur y Ana Teresa De Sola

Sobre la intimidad de mi amistad con Gabriel Betancur ya me pronuncié en artículo publicado el 12 de marzo retropróximo en el diario El Nacional, donde igualmente exalté sus elevadas dotes intelectuales, su extraordinaria capacidad de trabajo, su calidad humana y los valiosos servicios que en el desarrollo de la educación prestó en su país y más allá de sus fronteras.

A lo que entonces dije de su esposa, doña Yolanda Pulecio, cabe solo agregar que esta distinguida dama fue electa Reina de Belleza en Colombia, pero lejos de entregarse al disfrute de las frivolidades anejas al codiciado trofeo, dio pruebas de su preocupación social al fundar y mantener su primer Hogar Infantil para auxilio de los niños más pobres de la población, por cuya altruista labor popularmente se le conoce con el cariñoso apodo de Mamá Yolanda.

Así como fueron estrechas y cordiales las relaciones entre los matrimonios Betancur y De Sola, un fraternal enlace se estableció entre Ingrid y su contemporánea, mi hija Ana Teresa. Alumnas regulares ambas del Institut l’Assomption (ubicado en la rue Lubeck de París) , dirigido por la afable Madre Anne Geneviève, de aquella escuela partían las pequeñas íntimas amigas hacía la residencia de mi Embajada (38, boulevard Maillot, Neuilly sur Seine) para realizar juntas sus tareas escolares o compartir meriendas, juegos y festividades. En mensaje electrónico que el 17 de marzo pasado me enviara doña Yolanda, nostálgica, rememora aquel período de felicidad en la vida de Ingrid.

La permanencia de los Betancur en Francia durante largos períodos, le permitió a Ingrid impregnarse de la cultura de ese gran país y realizar cursos superiores en París, en el Instituto de Estudios Políticos, especializándose en comercio exterior y relaciones internacionales. Muy joven, allá mismo, contrae matrimonio con el distinguido diplomático Fabrice Delloye, y consecuentemente adquiere la nacionalidad francesa. Desde entonces, por razones de orden fonético, su apellido se francesiza, convirtiéndose en Betancourt, que se ha impuesto en el ámbito familiar y como única versión en todos los medios impresos de comunicación social.

Frutos de ese matrimonio son sus hijos, Malanie y Lorenzo, quienes —según manifiesta la propia Ingrid— constituyeron el más sólido soporte para resistir durante más de seis años el duro cautiverio, mantener su fe ante la incógnita de su liberación y superar los momentos de lacerante desesperación.

De todos los rehenes capturados por las fuerzas irregulares de Colombia, era la de Ingrid la situación más difícil y peligrosa. Sin minimizar el valor humano de todos los cautivos, sin duda su caso presentaba características muy especiales. Se trataba de una descollante y combativa personalidad política, ex candidata a la presidencia de la República, que los plagiarios utilizarían como escudo para cubrirse frente a cualquier operación bélica de rescate, o que se reservarían como un as de cambio en eventuales negociaciones con el gobierno legítimo.

Felizmente, mediante una impecable operación de inteligencia, concebida y ejecutada por el ejército nacional colombiano, Ingrid pudo ser liberada sana y salva. Las palabras que en la ocasión pronunció son testimonio de su entereza física, espiritual y moral, al propio tiempo que señalan la ruta que ella misma habrá de imponerse hasta que se logre el regreso a la libertad de tantas víctimas inocentes que continúan ignominiosamente atrapadas en la selva. Así mismo demuestran que ella no ha perdido el sentido de las realidades políticas y sociales, acervo con el que continuará preconizando el uso de la persuasión y del civismo para el logro de la paz tan anhelada por todos sus compatriotas. Dada la entereza de su carácter, su inmenso poder de convocatoria y su carisma personal, me permito augurar su ininterrumpido ascenso a los destinos más importantes de su patria originaria. Factores todos esos que hacen que su figura se perfile desde ya como una fortísima candidata al Premio Nobel de la Paz, tal como lo percibe y lo conjetura la oportuna propuesta de la egregia Presidenta de Chile Michelle Bachellet.

Termino, querida Ingrid, enviándote, en unión de mi hija Ana Teresa, nuestros mejores votos por el éxito de tus nobilísimos proyectos públicos y por tu felicidad personal.

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