Opinión Internacional

Modelo andino y escenarios de conflicto

Lo que está sucediendo en el país debe obligar a los especialistas a recuperar o, si cabe, recrear categorías de análisis que permitan reflexionar con mayor rigor y precisión sobre el rumbo que está tomando el país y realizar prospecciones más certeras. A nadie, por ejemplo, le debe extrañar que las relaciones entre el Gobierno y algunos departamentos resulten tan complejas y tensionadas, especialmente con los de la llamada ‘media luna’. Era algo que se sabía iba a ocurrir.

Los escenarios de conflicto que han empezado a generarse son varios y diversos. Uno de ellos emerge del discurso político del que se vale el Gobierno para legitimar sus ideas y propósitos. Quizás sea conveniente aminorar los grados de indigenismo y de violencia política que éste contiene, en aras de la diversidad cultural y étnica proclamada por la Constitución.

Otro nace con la anunciada imposición de un modelo de sociedad en el marco de un proceso de uniformidad, homogeneización y linealidad estructural, cuyo denominador común jala más hacia el occidente, dados los problemas ancestralmente insolutos y de los cuales los cruceños, sin tener parte ni culpa, con candor y sumisión, aparecen compartiéndolos.

Surge también, en el terreno económico, con la aplicación del ‘modelo de economía social, comunitaria y solidaria’, que define una mayor participación estatal en las decisiones productivas, que no contempla en su contenido los requerimientos y las características de la región cruceña. Tanto es así, que el concepto de redistribución de la tierra adquiere un valor esencialmente político y de prebenda, que se convierte en un activo a ser comercializado, especialmente para percibir un ingreso momentáneo. Ya se sabe que la sola tierra sin los restantes factores no soluciona la pobreza.

Santa Cruz, en especial, se ha caracterizado por su importante empuje y desarrollo, situación que le ha valido el calificativo de locomotora del país. El peligro radica en que el Gobierno pretenda convertir este departamento en máquina de empuje en lugar de locomotora de arrastre. No se puede ignorar que lo que para una región puede interpretarse de gran interés nacional, no necesariamente lo sea para otra, que, por cierto, no deja de ser parte de la misma sociedad y del propio Estado.

La experiencia enseña que cuando un gobierno se encasilla en sus ideas y no toma en cuenta las diversas características del país y trata de hacerse dominante a nombre del Estado, la sociedad regional se ve en la necesidad de hacer oposición y crear movimientos de resistencia frente al poder del Estado, que siempre, en estos casos, se convierte en sancionador, o sea que su legitimidad fundamental empieza a radicar en la aplicación de la ‘fuerza’, con todo el riesgo político y social que ello implica.

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