Opinión Internacional

Narvaez. De Cobos a Ricardito

ODER VACANTE V (seminario privado de primavera): Entre la desorientación y la banda.

Narváez. De Cobos a Ricardito

El retroceso espectacular de Francisco De Narváez, El Roiter, comenzó, para ser exactos, el 28 de junio de 2009. Con el estruendo de la victoria impresionante del Alica Alicate sobre las testimoniales de Kirchner. Infortunadamente, el triunfo iba a ser desastrosamente desperdiciado.
La inseguridad, como el estado anímico de la banda espiritual, siempre se transmite. Junto al sentido de orientación, a Narváez se le perdió, acaso, también la suerte.
Como una serpiente sigilosa, supo deslizarse, confidencialmente, entre las contradicciones antagónicas que lo complicaron. La desprolijidad de los movimientos, como del estancamiento, trascienden.
Pudo saberse, ahora, de la contratación del venezolano providencial. J.J. Rendón. Especialista consagrado por la tendencia profesional hacia las campañas turbias. Sucias.
Pero Narváez, por lo que sabemos, no quiere ensuciar a nadie. Ni siquiera a Macri, que es la tradicional obsesión que políticamente lo acota.
O a Scioli, el Líder de la Línea Aire y Sol, aparente rival natural en “Buenos Aires, la provincia inviable” (cliquear). Aunque quien debería inquietarlo, en realidad, es Massa, el intendente de El Tigre. Es demasiado rápido. Lo pasó.
Probablemente Narváez sólo aspire, con J.J. Rendón, a defenderse de Kirchner. A que no le tiren con ningún otro juez Faggionato.
Aunque sólo logre, con Rendón en el horizonte, deteriorarse a sí mismo.

Cuatro que no lo conforman

Aunque aún no sea gobernador, El Roiter mantiene su ámbito de pertenencia, así sea para figurar, en el Club Corporativo de Gobernadores del Peronismo Federal.
Fue comensal en la mesa equivocada de Magnetto. Pero igualmente anda a la pesca. Con la caña, pero enredado en su propia red.
Sus aliados, y los que fueron aliados anteriores, suelen calificarlo, con deplorable unanimidad, de “personalidad difícil”. O directamente de “g…”.
Saben los federales que Francisco peregrina, invariablemente, en la búsqueda del candidato presidencial que lo merezca.
Porque los cuatro candidatos presidenciales de la corporación distan de satisfacer sus ambiciones.
Ni Duhalde, El Piloto de Tormentas (generadas).
Ni Alberto Rodríguez Saa, del Estado Libre Asociado de San Luis, la Cataluña argentina.
Menos aún Felipe Solá, el máximo exponente del felipismo. Protagonista, aparte, de aquella fotografía exterminada de los tres. Junto a Mauricio. Fue la imagen del triunfo de Unión PRO del 28 de junio, que precisamente marcó el inicio de su declinación.
Por último, tampoco puede ser su presidente Mario Das Neves, el Tenor Portugués.
Ninguno de los cuatro se aproxima a la altura de sus expectativas.
(Conste que, en algún momento, El Roiter pensó, según nuestras fuentes, en Das Neves, como compañero de fórmula. Sobre todo porque El Tenor Portugués podía ponerla. Fue cuando aún confiaba en conseguir la utópica autorización para la presidencia. La pedantería presidencial fue la gran reproductora de indecisiones. El estigma letal para las encuestas).

Romance del Cleto y del Francisco

Las Gargantas confirman la maléfica influencia intelectual, en El Roiter, del invalorable Chupete Manzano.
Lo sindicaban a Narváez inmerso en las indiscretas negociaciones con Cobos. Eran el uno para el otro. Nacimiento de “El romance del Cleto y del Francisco”.
A Narváez le hacía falta un presidente que lo mereciera. A Cobos le faltaba un gobernador que le traccionara votos.
“Dos almas que en el mundo / había unido Dios”.

Ocurrió que al Cleto le creció, de pronto y precipitadamente, la clonación transformadora de Alfonsín. Al extremo de desalojarlo, incluso, del primer puesto en las encuestas.
“El romance del Cleto y del Francisco” se encontraba legitimado con el contundente argumento del consenso necesario entre los radicales y los peronistas. Indispensable -el consenso- para gobernar el próximo ciclo. Sin embargo, el romance indigno, casi prohibido, le costó, al desorientado Francisco, la reticencia de los pocos dirigentes peronistas que aún lo apoyaban.
Los que le marcaban, como límite fronterizo, ir con el radicalismo.
“Contra Kirchner vaya y pase. Pero con los radicales no. Consenso de las p…”, confirma la Garganta filosófica.
Cleto también padeció la consecuencia del amor prohibido. Debió recibir la tarjeta roja de los radicales. En especial del adversario interno. La clonación transformadora de Alfonsín. Nada predispuesto a llevar la estampilla de Narváez como gobernador.
“No pasa Narváez, ni mamados”, define otra Garganta.
Prefieren, en todo caso, a Alicia Stolbizer, que es “del palo”. Y puede consagrarse como “la próxima Armendáriz”.

Vuelta de tuerca

Las vertientes radicales nos sorprenden, ahora, con otra vuelta de tuerca que hubiera fascinado a Henry James.
Confirman el interés -siempre sigiloso- de la insistente serpiente. Narváez. Se obstina en la profundización de su banda personal.
El Roiter pretende, según nuestras fuentes, negociar, ya sin intermediarios, con Ricardo Alfonsín.
Con el cuento poderoso del consenso. Con los códigos barriales del amante infiel. El culto incierto del “que nadie se entere”. Menos aún los peronistas desairados. Eventualmente utilizados como jeringas descartables. Los que, de todos modos, van a enterarse del flamante deslizamiento. A través, acaso, de esta quinta entrega del seminario privado. De primavera.

Confirman que el más misterioso de los hermanitos Alfonsín, el que suele dedicarse a los otros asuntos menos espirituales del clan, tramita una próxima cumbre. Secreta. Entre Narváez y Ricardo Alfonsín.
Que deja de ser secreta, por el Portal.
Ambos (Narváez y Ricardito) pueden aprovechar el fin de semana largo para desmentirlo. Maldecir a la Consultora Oxímoron.
Para colmo Narváez -pobre- tiene tanta mala suerte que ya trasciende, entre los radicales, otro síntoma que agrava su espléndida desorientación.
Es la consecuencia económica del desperdicio personal.
Se sospecha que El Roiter, glorioso vencedor del 2009, comienza a toparse con severos problemas de dinero.
Porque el hombre no tiene, en apariencias, lo que todos creen que tiene.
O porque, si lo tiene, ya no está más dispuesto a ponerlo.

Un Narváez sin dinero mantiene menos encanto que un verano sin sol.


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