Opinión Internacional

¿Nos acercamos nuevamente a una guerra nuclear?

La proliferación de naciones con tecnología para fabricar bombas atómicas, arroja nuevos riesgos de que el mundo presencie alguna confrontación nuclear el futuro previsible, especialmente a la luz de los recientes eventos geopolíticos en el mediano oriente y del renovado programa nuclear de Corea del Norte. En efecto, aún si el agresivo militarismo iraquí ha sido desarticulado por la ocupación anglo-norteamericana, y el proceso de paz con los palestinos parece ir por buen camino, surgen nuevas interrogantes por la sospecha de que Irán, ahora rodeada de estados con gobiernos pro-norteamericanos, se sienta acosado y se esté preparando para un eventual ataque de EE.UU. –o incluso una invasión-, quizás con la justificación de que aparentemente tiene un programa nuclear con fines bélicos, aunque el gobierno de Teherán lo haya negado repetidamente. Sin embargo Irán sigue ampliando su capacidad misilística con exitosas pruebas, algo indicativo de un creciente militarismo que preocupa tanto a las potencias regionales como a las occidentales.

Ante esa posibilidad, todavía no confirmada, la Casa Blanca ha sido categórica en que no permitirá el surgimiento de otra nación hostil con un arsenal atómico en la región y amenazó con medidas de todo tipo –incluso militares- para impedir ese hecho, a sabiendas que en la época soviética recibió asesoría en materia nuclear de Moscú. Esta cooperación continuó con la nueva Rusia, aunque tanto Yeltsin como Putin hayan asegurado que dicha cooperación es para fines pacíficos y energéticos, un uso poco probable en un país petrolero, a pesar de que tenga necesidad de exportar todo el petróleo posible para atender sus ingentes necesidades presupuestarias.

Cabe recordar que Iraq estuvo en guerra con Irán durante 8 años entre 1980-88 y también inició un programa nuclear a fines de los años 70 con la misma apariencia de ser inofensivo, pero Israel no tomó riesgos y destruyó en 1981 el reactor nuclear iraquí con un certero ataque aéreo, desarticulando por un tiempo esa amenaza. Desde al año pasado, aumentó la sospecha de que el programa iraquí hubiera continuado subrepticiamente –a pesar de las inspecciones de la ONU- o que Hussein estuviera adquiriendo armas atómicas pequeñas y ‘listas para el uso’ de inescrupulosas fuentes rusas, en vista del centenar de estas armas que desaparecieron de sus depósitos en la confusión provocada por la desintegración del imperio soviético.

Preocupado por esa posibilidad, Bush lanzó la reciente ‘guerra preventiva’ –base de su política antiterrorista y hegemónica- que resultó en la ocupación del país, aunque todavía no se haya encontrado pruebas fehacientes de que Hussein haya tenido un programa secreto de reciente data o armas de destrucción masiva (ADM) de tipo químico o biológico en volúmenes apreciables. Pero la agresiva trayectoria de Hussein dio la sensación de que estaba empeñado en ser la mayor potencia de la región, no sólo por su reactor nuclear sino por el programa secreto (código ‘Babilonia’) de gigantescos cañones calibre 350 mm – cuyo desarrollo comisionó a la empresa británica Bull en los años 80- capaces de lanzar enormes proyectiles explosivos –o incluso bombas atómicas, químicas o biológicas- a un radio de mil kilómetros, ojivas que podrían llegar tanto a Teherán y Tel-Aviv como a Riad o Ankara. Este amenazante proyecto de Hussein fue igualmente abortado por los agentes secretos israelíes, de quienes se sospecha ser autores del misterioso asesinato en 1990 del técnico-jefe de la empresa, un ambicioso astrofísico canadiense llamado Gerald Bull, con lo cual se intimidó al resto de los técnicos del proyecto.

Israel se prepara para defenderse

Con estos preocupantes antecedentes, es comprensible que Israel tomara medidas para defenderse de sus agresivos enemigos islámicos, que siempre han apuntado abiertamente a la destrucción del estado judío. Desde hace mucho tiempo se sospechaba que Israel tenía un programa nuclear con miras al desarrollo y fabricación de bombas atómicas y otras ADM, contando con la ayuda inicial de la Francia de De Gaulle, mandatario empeñado en revivir viejas glorias y que desde 1959 había comprometido a Francia en tener una modesta tecnología nuclear, en aras de la cacareada ‘force de frappe” o fuerza disuasiva francesa, ofrecida en su campaña electoral de tinte nacionalista.

Se sabe que para 1967, cuando estalló la guerra de los 6 días, Israel ya tenía un par de bombas atómicas de bajo poder, que usaría sólo en caso de que la guerra le fuera adversa. No hubo necesidad, pues Israel destruyó rápidamente el poderío aéreo de Egipto, Siria y Jordania, pero de todos modos el gobierno estaba consciente de que vendrían tiempos peores y que los palestinos en las zonas ocupadas en esa guerra -y algunas naciones árabes- nunca aceptarían una ampliación de facto del estado israelí.

El tiempo apoyó esa percepción, pues luego vino la guerra del Yom Kippur, el terrorismo organizado de la OLP, la guerra civil en el Líbano, la guerra del Golfo contra Iraq (que lanzó misiles Scud contra Israel) y una protesta interna y crónica –la intifada- que desangra desde hace tres años las economías de árabes e israelíes por igual y ha causado millares de víctimas, mayormente civiles. Pero desde los años 80, tanto el creciente armamentismo iraquí como el surgimiento de un gobierno fundamentalista en Irán, y la aparición de un estado musulmán –Pakistán- con un pequeño arsenal atómico, hizo intensificar los planes no sólo de fabricar armas atómicas sino de desarrollar nuevas armas estratégicas y tácticas, incluso bombas de hidrógeno, bioquímicas y radiológicas (o bombas sucias)..

De este modo, en aras de incrementar su capacidad defensiva, Israel se ha convertido en la mayor potencia militar del mediano oriente, y aunque nunca ha admitido públicamente tener un arsenal nuclear, no le molesta que se sospeche del mismo para disuadir nuevas aventuras bélicas de parte de sus enemigos. Si antes se pensaba que tenía al menos un centenar de bombas atómicas listas para el uso, ciertos informes más recientes indican que puede tener unas 200, con un poder destructivo entre 10 y 20 kilotones de TNT cada una, o sea del nivel de las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, y de una potencia similar a las que posee India y Pakistán.

Esta realidad, antes apenas sospechada (aunque quizás EEUU la conocía desde hace tiempo), ahora adquiere más certeza debido a las revelaciones de un técnico israelí, un tal Mordechai Vanunu, (conocido en círculos oficiales como ‘el soplón’) quien trabajó durante 9 años en la fábrica atómica ultra secreta de Dimona -disfrazada inicialmente como una empresa textil- ubicada en el vasto desierto del Negev, cerca de la frontera con el Sinaí egipcio, y cuyo complejo cuenta con unos 2.700 trabajadores, todos contratados con juramento de no revelar sus actividades y bajo la amenaza de severas sanciones gracias a la estricta ley de seguridad nacional.

Después de dejar el complejo en 1986 (aparentemente fue despedido), Vanunu tuvo escrúpulos morales, se tornó pacifista y participó en campañas anti nucleares. Una vez en el exterior, vendió sus datos y unas 60 fotos de la planta israelí al semanario londinense The Sunday Times, que publicó un sensacional reportaje en octubre de ese año. Al poco tiempo del tubazo, Vanunu fue capturado en Roma por el Mossad y llevado forzosamente a Israel (ecos del secuestro de Eichmann en Argentina) donde fue juzgado por espionaje y traición a la patria, siendo condenado a 18 años de reclusión. Todavía se encuentra cumpliendo su sentencia, casi incomunicado, y sólo sus padres adoptivos norteamericanos pudieron verlo una sola vez. Vanunu será propuesto este año –por organizaciones pacifistas- como candidato al Premio Nobel la Paz, pero algunos simpatizantes presienten que no saldrá vivo de su cárcel. Sin embargo, gracias a la celebridad que adquirió, sería demasiado sospechoso –y harto bochornoso- para el gobierno israelí si le llegara a pasar algo, como ocurrió en el caso de Gerald Bull, el empresario-diseñador del supercañón iraquí.

Geopolítica y poderío nuclear

Las revelaciones sobre el programa nuclear israelí, divulgadas nuevamente por la BBC en meses pasados, no ayudan mucho a aliviar la tensión geopolítica del mediano oriente después de la ocupación de Iraq. En efecto, en vista del supuesto –pero probable- esfuerzo iraní en materia nuclear, y de las presiones que recibe Irán de parte de la alianza anglo-norteamericana, es posible que se produzca una seria confrontación militar –dada la efervescencia actual en la región- máxime cuando ahora Irán sabe que su enemigo mayor –Israel- tiene un modesto pero temible arsenal nuclear. Asimismo, Pakistán –que puede tener una veintena de bombas atómicas de bajo poder- pudiera entrar en el conflicto a favor de su vecino y correligionario islámico, aunque la importante ayuda económica norteamericana quizás le haga desistir sobre dicho alineamiento. Pero un gobierno más radical que surja en Islamabad -por comicios o golpe militar– pueda ceder ante las presiones de una mayoría esencialmente anti-israelí y anti-norteamericana, lo cual podría cambiar de pronto las alineaciones geopolíticas. Se rumora que la CIA y los halcones del Departamento. de Defensa estadounidense, tienen planes de contingencia ante esa posibilidad, que implican incluso la utilización de bombas nucleares.

Cabe recordar que tanto Israel como Pakistán e India nunca se han adherido al Tratado de No Proliferación (TNP) de armas nucleares de 1970 -revisado en 2000-, y por ende no aceptan una inspección internacional, la misma que EE.UU. y sus aliados están exigiendo para Irán pero sin que se apliquen el mismo criterio para Israel, obviamente por las estrechas conexiones políticas de este país con Occidente. Algunos países de reciente fundación, como Belorús, Ucrania y Kazajstán tuvieron en los años 90 un modesto arsenal nuclear, en bases misilísticas instaladas por la URSS, pero a la presión de Occidente y Rusia, los mísiles fueron repatriados a territorio ruso y desmantelados. En 1962 Cuba, que tampoco ha querido firmar el TNP, tuvo decenas de bombas termonucleares soviéticas en su territorio, pero Moscú fue obligada a devolverlas a la URSS durante la famos crisis de los mísiles
En el ámbito internacional se denuncia con frecuencia que siempre ha existido un doble discurso en materia nuclear, pues no luce equitativo que las mayores potencias nucleares del mundo se hayan asignado arbitrariamente el monopolio del poderío atómico desde la firma del TNP, negándole el mismo derecho a otros países. No hay duda que esto suena a arrogancia geopolítica y es precisamente esta actitud exclusivista la que estimula el nacimiento de otras potencias nucleares, tal como sucedió con India, Pakistán, Corea del Norte y –por supuesto- Israel.

Este último país incluso ayudó a Sudáfrica a iniciar un programa nuclear en la época del Apartheid, pero S.A. desmontó sus armas, acogiéndose al TNP, junto con Taiwán, Corea del Sur, Brasil y Argentina, naciones con una incipiente tecnología nuclear, aunque nunca llegaron a fabricar bombas. Mientras tanto EE.UU., cuya administración actual parece dominada por los ‘halcones’, tiene un programa antibalístico propio y se sabe que desarrolla bombas nucleares de última generación (neutrones), mini-bombas atómicas de uso táctico y otras armas muy sofisticadas, mientras Rusia se dirige a actualizar su tecnología nuclear para hacerla más versátil y menos costosa, recordando que fue el enorme gasto militar el factor responsable de la debacle económica de la URSS Otros países, ante el constante irrespeto de que es objeto el TNP, se ven inclinadas a seguir el (mal) ejemplo de las naciones ‘’avanzadas”.

A estas alturas, en vista de los riesgos y el alto costo que impone dichos programas, además de la escasa probabilidad de que se llegue a utilizar dichas armas, -excepto para fines terroristas- muchos se preguntan si vale la pena invertir tantos recursos materiales y humanos en armas tipo ADM, en una época en que podría privar arreglos más constructivos entre naciones, especialmente cuando se evidencia una creciente pobreza en el planeta. La absurdidad de las posturas militaristas sobresale cuando se estima que el poder destructivo global de todos los arsenales nucleares del mundo equivale a unos 5.000 megatones, capaces de destruir casi 50 veces toda la vida en el planeta. Esto luce incongruente y reñido con la ética internacional, a más de una década del fin de la guerra fría, cuando la humanidad debió haber aprendido muchas lecciones.

De paso, el TNP ha sido ratificado ya por 187 naciones, comprometiéndose las potencias en el mismo a dirigirse hacia un desarme gradual y voluntario, en vista del peligro sanitario que revisten estas armas para todo el planeta y no sólo para las naciones combatientes. Además, la irrupción del terrorismo en el panorama mundial, añade un elemento preocupante y siempre existe el peligro de que dichas armas caigan en manos de organizaciones terroristas, grupos ultra-nacionalistas, e incluso de fanáticos religiosos o desquiciados mentales. Ya el mundo estuvo cerca de confrontaciones nucleares entre EE.UU. y la URSS en tres ocasiones durante la guerra fría, y todavía existen focos de fuerte tensión geopolítica como los casos de Corea, Taiwán y Cachemira, así que la posibilidad de un enfrentamiento nuclear no se puede descartar mientras existan dichas armas. Por todo esto, en la opinión pública mundial está predominando el criterio de reemplazar el TNP con un tratado de desarme total de todas las potencias –grandes y pequeñas- que tengan armas nucleares, al mismo tiempo que se implementan -a través de la ONU- controles efectivos para impedir la fabricación, almacenaje, tráfico, ensayo y utilización de armas tipo ADM. No hay duda que esta iniciativa luce como la opción más sensata, en vista de los riesgos visibles..

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