Opinión Internacional

Pakistán entra en juego único

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En diciembre de 2003 el filósofo y periodista francés, Bernard Henri-Lévy publicó una investigación novelada sobre los agujeros negros del islamismo radical en su libro ¿Quién Mató a Daniel Pearl?, en el cual puso el dedo en la llaga al advertir que Pakistán es el epicentro operativo de los Talibanes y Al Qaeda, y cuestiono la alianza entre los Estados Unidos con el gobierno del dictador Perves Musharraf en la llamada “lucha contra el terrorismo”.

En Junio de 2007 se estrenó en los Estados Unidos A Mighty Heart, película que también trata sobre el suplicio del periodista norteamericano Daniel Pearl, secuestrado en 2002 por un grupo islamista paquistaní, y la odisea que vivió su esposa Mariane (interpretada por Angelina Jolie), intentando su rescate hasta enterarse de sus captores lo habían decapitado. El polémico film, aclamado por algunos y criticado severamente por otros, está basado en un libro escrito por Mariane Pearl, también periodista, y presenta su visión particular del conflicto que luego del 11 de Septiembre marcó su vida a nivel personal.

La proyección de A Mighty Heart coincide con una importante ofensiva de los Talibanes en la frontera entre Afganistán y Pakistán, con una grave crisis política para el gobierno del dictador Musharraf, acusado de abuso de poder, y con las acciones violentas de radicales islamistas en ese país, como las perpetradas por miembros de la allanada Mezquita Roja de Islamabad.

Todo esto ha generado un debate en Pakistán, Estados Unidos y Europa en el cual se cuestiona si Musharraf es o no un verdadero aliado en la lucha contra el terrorismo islamista y no sería de extrañar que su decisión de arremeter contra la Mezquita Roja, en donde guerreros santos (muyahadines) del Islam actúan libremente desde los tiempos cuando la Unión Soviética invadió a Afganistán. En ese entonces Pakistán se transformó en el campo de entrenamiento y transito de decenas de miles de brigadas internacionales islámicas y estudiantes religiosos afganos – los Talibanes – que con ayuda de armamento norteamericano y dinero saudita lograron sostener una guerrilla que empantanó a los soviéticos en tierras afganas hasta su retirada ordenado por Gorbachov, como parte de las reformas de su Perestroika.

El huevo de la serpiente de lo que hoy conocemos como Al Qaeda, es un “Frankestein” creado por EEUU, Arabia Saudita y Pakistán.

El Doble Juego de Musharraf

Desde el 11- S Musharraf se las ingenió para maniobrar en un doble juego que le permitió ser aceptado como miembro de la coalición contra el terrorismo islamista y así obtener legitimidad internacional para su dictadura, mientras permitía que en su país proliferaran grupos vinculados a Al Qaeda y a los Talibanes. Con esporádicas incursiones de su ejército en el sur de Afganistán y ocasionales redadas, agrandadas a nivel mediático, contra instituciones islamistas de su país, Musharraf logró aplacar la crítica de quienes lo acusaban de total impunidad hacia emblemáticos líderes islamistas.

Henri-Lévy ya lo había cuestionado en su testimonio sobre el caso Pearl: O bien Musharraf domina a su país y juega paralelamente a favor y en contra de Al Qaeda según sus intereses políticos, o bien un sector de sus servicios secretos lo tiene engañado. En todo caso, tomando en cuenta las estadísticas de grupos vinculados a la red de Bin Laden y su libertad de acción en Pakistán, cuyo ejemplo es claro con lo que ocurría en la Mezquita Roja – una institución religiosa que entrenaba para la guerra santa – revela lo que el escritor francés había expresado con vehemencia: “Para qué asustarnos preguntándonos lo que pasaría si de pronto Perves Musharraf fuera derrocado y subiera al poder una pandilla de fanáticos del Islam. Esos fanáticos están ya ahí. Esos fanáticos tienen el poder”.

En un reciente artículo titulado El Problema Real de Pakistán, Fareed Zakaria, politólogo y director de la edición internacional de la revista Newsweek, asegura no es cierto lo que declaran los precandidatos presidenciales estadounidenses cuando dicen que si el gobierno de Musharraf cae, los fundamentalistas islámicos tomaran el poder. Zakaria nos recuerda que los partidos islamistas nunca han obtenido más del 10 por ciento de los votos en las anteriores elecciones de ese país y que aun sus dos principales partidos políticos seculares tienen un gran apoyo popular. Pero más importante aun es la disfunción del Estado paquistaní que revela el caso Pearl, en el cual queda claro que el gobierno central tiene una autoridad muy limitada porque los gobernadores provinciales, las elites ricas, grupos tribales y comandantes locales son poderes por sí mismos y hay elementos del propio gobierno que pueden subvertir la política oficial del presidente.

Zakaria coincide con Henri-Lévy en que en Pakistán la única institución que funciona es el ejército (que recibe el 40% del presupuesto), lo que convierte a ese país en lo que alguna vez definió Federico el Grande sobre la Prusia del siglo 18: “Un ejercito con un Estado más que un Estado con un ejercito”. En todo caso, son esas fuerzas armadas las que no han querido entrar en una confrontación frontal y definitivamente con Al Qaeda y los Talibanes, porque en su agenda interna, les preocupa más su atávico conflicto con la India – en especial en la zona en disputa de Cachemira – y ven a estas fuerzas islamistas como potenciales aliados en caso de guerra.

Sea por consideraciones geopolíticas muy alejadas de las que conciernen a los Estados Unidos, como argumenta Zakaria, o por miedo a generar una crisis con un importante sector de islamistas radicales en su país, cuestión que se acerca más a la tesis de Henry-Lévy, Musharraf logró mantener un doble juego que llega a su fin con el reciente ataque de su ejército a la Mezquita Roja de Islamabad.

Pakistán se Define en su Complejidad

La amenaza de Al Qaeda de derrocar al actual gobierno ya estaba en marcha antes de la reciente proclama oficial enunciada por el numero dos de Bin Laden, Al Zawahiri. Desde hace meses grupos islamistas violentos han proclamado que llegó la hora de cambiar al régimen de Musharraf por uno de corte fundamentalista islámico basado en el Corán.

Estos grupos, como el de la Mezquita Roja, crearon “brigadas morales” para recorrer Islamabad exigiendo prevenir pecados y promover la virtud, concepto que le otorgó el nombre a un ministerio creado por los Talibanes cuando gobernaban en Afganistán. Durante meses estudiantes armados de ese centro religioso se paseaban por la ciudad atacando negocios y a personas consideradas indecorosas. Clérigos de todo el país les dieron apoyo y advirtieron que si eran detenidos por el gobierno responderían con atentados suicidas contra instalaciones del gobierno y población civil.

Con esta situación in crescendo y consciente de que el status quo que se había negociado con los Talibanes en la frontera afgano-paquistaní de no involucrarse en territorio de Pakistán estaba siendo violado ahora que los guerreros santos se han fortalecido y están influyendo en sus asuntos internos, Musharraf entendió que ya no podía evadir las críticas de la administración Bush y de gobiernos europeos con respecto a su permisividad con el islamismo radical. Era necesario ejecutar alguna acción decisiva para demostrar que su gobierno toma en serio su rol de aliado en la lucha contra el terrorismo.

Paralelamente el dictador perdía popularidad en el frente interno, luego de haber cerrado espacios democráticos en miras a la futura campaña electoral en la cual participará, negándose a separarse de su cargo de Jefe de las Fuerzas Armadas, siendo mientras ejerce la presidencia del país. La mayoría de paquistaníes le creyó cuando prometió medirse democráticamente en prontas elecciones limpias, a ocho años del golpe militar que ejecutó y tras auto-designarse, presidente constitucional tras un plebiscito manipulado en 2002.

Hace pocos meses Musharraf despidió al presidente de la Corte Suprema acusándolo de utilizar su puesto para beneficio personal. La decisión fue percibida por muchos como una movida para acaparar más poder y evitar que ese juez, Iftikhar Chaundhry, pusiera más trabas a su mandato. Esta crisis política, en la cual el dictador acusa al juez de corrupción y el magistrado al militar, de abuso de poder, fue la chispa que permitió que los tradicionales partidos políticos de Pakistán, simpatizantes de los ex jefes de Estado Benazir Bhutto y Nawaz Sharif – exilado en Arabia Saudita luego de ser derrocado por Musharraf – lograran recuperar parte de su prestigio perdido y movilizaran en mayo a miles de sus seguidores exigiendo la renuncia del gobierno.

El juez Chaundhry se convirtió en un símbolo en la lucha contra la tiranía e inició una gira por el país para encausar el descontento contra Musharraf, cuestión que fue aprovechada por los islamistas para también exigir el establecimiento de un régimen de carácter religioso. La represión contra los manifestantes causó la muerte de decenas de ellos y significó la mayor crisis política para el dictador desde que tomó el poder.

Desde entonces, su popularidad ganada en base a un crecimiento económico importante, el fortalecimiento del ejército, el manejo de una crisis con la India en la cual ambas naciones realizaron pruebas de misiles nucleares, y luego, la distensión con su vecino en negociaciones “de tú a tú”, comenzó a descender y la guerra de Irak terminó de poner la guinda de un la impopular política de supuesta alianza con EEUU. Por otra parte, la mayoría de los paquistaníes, tampoco veían con buenos ojos la manera como islamistas radicales ganaban terreno y circulaban, predicaban y practicaban violencia en varias ciudades del país.

Hace unos días, las “brigadas morales” de la Mezquita Roja secuestraron a unas masajistas chinas y el gobierno de ese país exigió a Pakistán intervenir para rescatarlas y evitar que fuesen torturadas. La excusa perfecta llegó para que Musharraf diera una embestida que lo pondría a tono con las exigencias de la mayoría secular de su país y con los gobiernos que lo han criticado recientemente. Entonces, había llegado la hora de actuar con dureza contra aquellos a quienes toleró durante años en la Mezquita Roja.

Estos son elementos importantes de análisis del complejo contexto que ha obligado a Musharraf a definirse, ahora sí, para que bando juega ahora sí, en la lucha contra el islamismo radical. La amenaza directa de Al Qaeda de luchar para derrocarlo demuestra que se acabo el doble juego y la suerte está echada.

Fareed Zakaria piensa que los matices que presenta la película A Mighty Heart llegan en buen momento para entender bien una historia que revela, tanto la profunda crueldad de los asesinos de Daniel Pearl y sus complices islamistas, tanto para entender la gran complejidad del lugar de donde vienen esos criminales y señala que “Ahora con Pakistán viviendo su mayor crisis desde el 11-S, EEUU haría bien en tomar en cuenta esa complejidad”.

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