Opinión Internacional

Parálisis en Venezuela

Se equivocó el presidente Nicolás Maduro si creía que incrementando la represión y adelantando los carnavales iba a diluir las protestas que desde hace un mes sacuden Venezuela. Este fin de semana se han reproducido en numerosas ciudades las manifestaciones y las caceroladas contra un modelo político y económico que, en apenas 15 años, ha convertido una potencia petrolera en un erial.

No ha hecho falta ninguna “conspiración fascista”. Ha bastado que el chavismo se obstine en una gestión disparatada para desencadenar una inflación del 56% —la más alta de Latinoamérica—, un déficit fiscal del 11,5%, un desplome del 18% en la producción petrolera y un control de cambios que ha multiplicado por 13 el precio del dólar en el mercado negro. La población sufre carestía, desabastecimiento y una criminalidad desbocada, mientras el Gobierno desmantela los resortes democráticos, persigue a la oposición y asfixia a los medios de comunicación.

Frente a las legítimas protestas ciudadanas, el régimen ha recurrido a una brutalidad desmedida. Los grupos paramilitares, los secuestros, las torturas y los allanamientos ilegales retrotraen a los tiempos más negros de América Latina.

Ante todo esto, el silencio de los países vecinos resulta ominoso. La crisis venezolana ha ratificado la absoluta inoperancia de la Organización de Estados Americanos (OEA), donde el Gobierno de Caracas se garantiza lealtades a base de petrodólares (cada vez más escasos) e intimidación (ahí está la ruptura de relaciones con Panamá y la suspensión del pago de sus deudas). La pasividad continental contrasta con las encendidas condenas que provocó en su día la destitución de los presidentes de Honduras y Paraguay. Este doble rasero no ayuda a las democracias regionales a apuntalar su credibilidad internacional. Y que Cuba condene la “intromisión extranjera” en Venezuela es ya el colmo de los despropósitos. El régimen castrista, que necesita de Caracas para su propia supervivencia, es quien mueve los hilos y mantiene anclada a una cúpula chavista desbordada.

Las circunstancias no invitan al optimismo. Maduro propone diálogo a la vez que insulta y alienta la polarización. Tampoco está en sus planes —ni en los de La Habana— apearse de las políticas que han provocado el desastre. Las protestas podrán irse extinguiendo por la represión y el cansancio. Pero es solo cuestión de tiempo que vuelvan a rebrotar, y con más fuerza.

 

 

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