Opinión Internacional

Peón de Putin

Las compras de armas rusas por el actual gobierno de Venezuela son preocupantes, no como presagio de conflictos internacionales, sino por el posible uso de ese armamento contra nuestra propia población en una eventual operación represiva de vasto alcance, en el marco de la contienda interna que se libra entre dos bandos antagónicos en el seno del chavismo.

El primer bando es el de la nueva burguesía burocrática, cada vez más deseosa de disfrutar su prosperidad en el marco de estructuras capitalistas seguras, respaldadas por los Estados Unidos y el complejo corporativo transnacional. El segundo es el inspirado y dirigido por Hugo Chávez y Fidel Castro, deseosos sin duda de implantar en Venezuela un tipo de colectivismo autoritario similar al que existe en Cuba. Ante tan honda contradicción, no es aventurado temer que las armas rusas en manos de unidades armadas eficazmente adoctrinadas sirvan algún día para aplastar el “chavismo sin Chávez” junto con la oposición tradicional. El mundo externo, en su mayor parte, miraría tal desenlace con glacial indiferencia.

Para Moscú, el suministro de armas a Chávez no sólo significa un buen negocio, sino también forma parte de una amplia estrategia del presidente Vladímir V. Putin para devolver a Rusia su condición de gran potencia y, a la vez, pasar factura al Occidente por afrentas infligidas a los herederos de Pedro el Grande en el transcurso de los últimos veinte años.

El colapso de la URSS y de su sistema sociopolítico constituyó, para la nación rusa, una experiencia humillante. Ciertamente hubo un vasto sentimiento de alivio ante la caída del podrido colectivismo burocrático. Pero ese alivio fue seguido casi de inmediato por el horror de una restauración capitalista salvaje y cleptocrática, sin políticas de desarrollo ni de previsión social. Mijail S. Gorbáchov, de ingrata memoria política para muchos rusos, permitió el desmantelamiento del estatismo existente sin proponer ningún modelo sustitutivo, tal vez de carácter socialista democrático, en el cual la nueva economía de mercado quedase sometida a exigencias de equidad social. Su política exterior fue de capitulación galopante ante la OTAN, renunciando a toda influencia sobre los “satélites” y entregando parte de la URSS misma, sin exigirle al Occidente ninguna contraprestación. Jamás en la historia, un imperio se autoliquidó con tanta rapidez.

Durante la década de los noventa, la OTAN capitaneada por Estados Unidos ejecutó una eficaz ofensiva geopolítica, para contener a Rusia dentro de sus nuevos límites y cerrarle vías de acceso a los Balcanes, el Mediterráneo y el Océano Indico. El aliento occidental a la desintegración de Yugoslavia exacerbó el nacionalismo de los serbios (amigos tradicionales de Rusia), provocó los conflictos de Bosnia y de Kosovo y motivó un mayor cierre del anillo de contención. Por otra parte, la Guerra del Golfo y las acciones militares norteamericanas más recientes pusieron punto final a la presencia rusa en el Medio Oriente y le cerraron el camino al Sur.

En los últimos años, el presidencialismo enérgico de Vladímir Putin ha contribuido grandemente al resurgimiento de Rusia. La cleptocracia ha sido reemplazada por un capitalismo con regulaciones y la brecha entre pobres y ricos ha dejado de crecer. En parte por los altos precios del petróleo, la economía ha entrado en una fase de bonanza. El Estado ha recuperado una mayor eficacia y, sin exageraciones chovinistas, los rusos han recuperado un sentido de dignidad nacional. Dentro de ese marco sociohistórico, Putin ha emprendido últimamente una diplomacia de reafirmación, a veces ruda, de la importancia geoestratégica de su gran nación. Hace poco, demostró que controla gran parte del suministro de hidrocarburos a Europa occidental y tiene la capacidad de interrumpirlo. Ello constituye un desquite por las maniobras balcánicas y mesorientales de Norteamérica y sus aliados europeos.

Sin duda, el aparente entusiasmo de Moscú en el suministro de armamento a Hugo Chávez va más allá del mero beneficio comercial. También persigue el propósito de molestar a los Estados Unidos y reproducir –a un nivel muy reducido, casi de farsa- el gesto que Jruschov tuvo hace 44 años cuando armó a Fidel.

Pero que el presidente Chávez no se haga ilusiones. Desde las eras de los zares y del comunismo hasta hoy, los gobernantes rusos siempre han dado pruebas de cabeza fría en su política exterior. Luego de forcejeos internacionales, invariablemente tratan de llegar a un nuevo equilibrio negociado con la potencia contrincante. Putin hoy utiliza a Chávez, entre otras cartas, para presionar a Estados Unidos a una renegociación global de las relaciones entre ambas potencias. Al llegar a tal acuerdo, dejará caer a Chávez instantáneamente y se olvidará de haberlo conocido. Así son los poderosos.

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