Opinión Internacional

Perú: oposición sin rumbo

De nada han servido las marchas, las protestas, los paros cívicos ni las acciones legales emprendidas por las distintas fuerzas cívicas y políticas de la oposición peruana en contra de la candidatura anticonstitucional de Alberto Fujimori a un tercer período de gobierno. La campaña opositora de “Todos contra Fujimori” que ha movilizado a unos 30.000 peruanos en las últimas semanas, no ha tenido el impacto esperado. El actual presidente autoritario y populista del Perú continúa afianzándose en el poder, así como punteando en las encuestas como el líder de mayor popularidad, el favorito –al menos por ahora- para las elecciones generales del próximo mes de abril.

¿A qué se debe este fenómeno?; ¿en quién recae la culpa?

Podríamos decir, en primer lugar, que la culpa de la consolidación y creciente popularidad de Fujimori es del propio gobierno fujimorista que desde su primer mandato, en 1992, hasta el presente viene imponiendo un modelo de democracia autoritaria y de libre mercado mediante el cual ha logrado, entre otras, poner en orden la situación macroeconómica de su país, asestar un golpe mortal a la guerrilla y zanjar el problema fronterizo con Ecuador. Si bien la situación peruana se encuentra muy lejos del cuadro idílico que con frecuencia presenta la administración fujimorista –y de hecho en ese país proliferan el desempleo, la pobreza, la corrupción, la violación a los derechos humanos y al Estado de derecho- no es posible negar el relativo éxito alcanzado por esa gestión especialmente en términos de estabilidad sociopolítica y crecimiento económico, condiciones que prácticamente no existían durante el mandato del aprista Alan García en los años ochenta.

También podríamos decir que el fenómeno de Fujimori y sus muchas posibilidades de ser reelegido en este año 2000, se deben a su estilo y forma de gobierno populista que tanto cala y hace mella en una sociedad culturalmente atrasada y subdesarrollada. Preparándose para su tercer mandato, el Presidente ya se encuentra aceitando su maquinaria gubernamental, refinando su discurso demagógico, y recurriendo a las mejores tretas preelectorales para congraciarse con los ciudadanos de un país que aún no dejan de creer en un mesías liberador de males y proveedor de todo tipo de bienes y prebendas. De allí que en la actualidad los sueldos de los funcionarios públicos hayan subido en un 16%; que haya una explosión de obras públicas; que se anuncien préstamos baratos para los campesinos; que se repartan maquinarias agrícolas en los ayuntamientos de medio país, entre otras muchas medidas gubernamentales recientes.

Asimismo, podríamos achacarle la culpa a la permisiva comunidad regional que desde el inicio de la década de los noventa se viene haciendo la vista gorda frente a los nuevos tipos de regímenes dictatoriales de fachada democrática en América Latina. La culpa recae, en particular, en el gobierno estadounidense de Bill Clinton que sin una estrategia clara de defensa y promoción de la democracia regional y bajo el embrujo de las acciones efectistas de Fujimori en contra del terrorismo y el narcotráfico, no sólo ha mantenido una línea de irresponsable neutralidad hacia este gobierno, sino que acaba de anunciar –sin importarle la calidad y tipo de sistema democrático imperante- que continuará las relaciones de cooperación “con quien sea que el pueblo ponga en la presidencia peruana porque lo importante es que se produzca el proceso electoral” (declaraciones de

Todos los factores explicativos anteriores son ciertos y están ampliamente justificados. No obstante, soy de la opinión que la causa fundamental de la consolidación del poder y posible victoria electoral del Fujimorismo se encuentra, como bien lo señaló el propio presidente peruano el pasado 27 de diciembre al lanzar su candidatura, en la falta de una oposición real, en la ausencia de una alternativa política convincente en ese país latinoamericano. En efecto, tras dos períodos constitucionales de oposición, ¿cómo es posible que las diversas agrupaciones políticas peruanas no hayan podido ponerse de acuerdo en torno a una candidatura única la cual, según la mayoría de los analistas, constituye la única salida real para imponerse sobre Fujimori? . Tras meses de arduos diálogos y negociaciones, finalmente en días pasados los tres candidatos opositores más fuertes según los sondeos de opinión –Alberto Andrade del movimiento Somos Perú, Luis Castañeda de Solidaridad Nacional, y Alejandro Toledo del partido Acción Popular- anunciaron que irían separados en los comicios, con lo cual se fragmentó el frente opositor pasando a diez los contendientes de Fujimori. Esta dispersión provocó, como impacto inmediato, que las preferencias de los electores a favor del “Chino” se situaran en un 42%, en tanto que las preferencias hacia sus rivales más próximos bajaran al 20%, lo cual aumenta aún más las posibilidades de victoria de Fujimori.

Rencillas, celos y competencia de egos entre los líderes y militantes de unas organizaciones “variopintas”, sumamente débiles en sus estructuras organizativas y sin programas ni postulados ideológicos claros y coherentes, constituyen el leit motiv de la diáspora opositora, fenómeno nada nuevo en la política peruana y latinoamericana en general. De tal forma, por más que la oposición peruana haya logrado avances y movilizaciones importantes en la población, aún no logra convertirse en una verdadera alternativa política.

El problema no está en cómo estructurar una oposición fuerte y efectiva que sirva de contraparte al poder de Fujimori. Este ha sido el tema prioritario de la agenda política peruana durante los últimos 10 años. Mucho se ha debatido sobre el tema en foros nacionales e internacionales, y muchas son los diagnósticos y las recetas existentes. El problema es simple y sigue siendo el mismo de siempre: no existe real voluntad de unión y entendimiento. Cabe preguntarse entonces: ¿hasta que punto de hartazgo han de llegar los demócratas peruanos para que entre ellos surja un real compromiso de unión?, ¿o no habrá tal punto, y simplemente retornará la democracia de ese país cuando en la mayoría de la población pase el efecto Fujimorista o cuando se canse del poder esa corriente autoritaria?. Interrogantes éstas, por cierto, también válidas para otros casos latinoamericanos entre los que resalta el de la actual oposición venezolana.

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