Opinión Internacional

Poder fallado

Sin embargo, todavía, si se me cuadra y me apuran

puedo mostrarle a cualquiera que sé hacerme respetar.

Te quiero como a mi madre, pero me sobra bravura

pa’hacerte saltar pa’arriba cuando me entrés a fallar».

 

Celedonio Flores, Cuando me entrés a fallar (tango, 1940)

El fallo unánime que la Corte Suprema dio a conocer el martes 5 de octubre no constituye, en rigor, ninguna estrepitosa innovación jurídica. Por el contrario se trata de la previsible confirmación de la doctrina más clásica del Cuerpo: el máximo tribunal no se pronuncia sobre  medidas cautelares. Por este motivo , justamente, rechazó (7 a 0) el recurso presentado por el gobierno, que pretendía precisamente eso: que la Corte impusiera una suerte de mando vertical  a  instancias judiciales inferiores  y levantara las trabas que estas han  puesto a la aplicación de la Ley de Medios, particularmente al artículo 161, con el cual el oficialismo ha procurado “desintegrar” (para decirlo con los términos de The Economist) al Grupo Clarín  antes de las elecciones de 2011.  

Cualquier abogado que conociera la jurisprudencia de la Corte Suprema podía intuir el contenido del fallo del martes 5. El gobierno, sin embargo,  despreció el razonamiento jurídico y prefirió apostar  a  otros métodos: confió en que la presión política  sería más conducente a sus fines: las normas escritas pueden ser eludidas: también sobre esto hay jurisprudencia, parece haber pensado: ¿no ha ocurrido en la Argentina que se condene a ciudadanos con leyes posteriores a los hechos que se juzgan; no se ha  imputado a magistrados por el contenido de sus sentencias (algo que las leyes superiores proscriben)?

Así, durante semanas  hubo fuego graneado sobre la Corte y el remate fue el acto en Plaza Lavalle en el que el gobierno lanzó contra el Tribunal  la figura emblemática de Hebe de Bonafini, y esta  disparó  sus  ataques contra los cortesanos y su propuesta de “tomar el Palacio de Justicia”.  El método fracasó.  Es más, empujó al Tribunal a la unanimidad, cuando hasta algunos días antes se pensaba en que el juez Eugenio Zaffaroni iba a  tomar distancia de sus otros seis colegas.

La feroz presión oficialista le otorgó al jurídicamente obvio pronunciamiento del Alto Tribunal  un  tono  casi épico. En rigor,  la importancia política del fallo está menos en su previsible contenido que en sus consecuencias para el gobierno: en primer lugar, dictamina su derrota en la guerra contra Clarín (no podrá desmantelar el grupo por esta vía  durante el período previo al comicio del año próximo); en segundo término, da  una señal a los tribunales inferiores que estos no han tardado en interpretar: el mismo día del fallo de la Corte un juzgado de Santiago del Estero  aprobó una medida cautelar que cuestiona varios artículos de la Ley de Medios. En fin: con su decisión la Corte expuso al kirchnerismo como un poder fallado a los ojos del conjunto de los actores políticos, en primer lugar del peronismo.

Fue este último aspecto el que Kirchner intentó candorosamente neutralizar  cuando (el jueves 7) se declaró satisfecho con el fallo y lo pintó casi como un triunfo propio. ¿Quién podía creerle, cuando  Hebe de Bonafini salía una vez más a  increpar a los jueces,  Cristina de Kirchner hacía lo propio a través de las redes sociales que frecuenta,  Miguel Angel Pichetto acusaba “la lesión que provoca la Corte” y los cronistas que acompañaban a la presidente en su gira alemana describían las caras de amargura  que se observaron en la delegación oficial al conocerse la decisión del Tribunal? La Bolsa sacó conclusiones rápidas: las acciones de Clarín subieron vertiginosamente.

Si bien se mira, aquella declaración de Néstor Kirchner fue la señal  más transparente del golpe recibido: esos virajes sólo los produce cuando sufre impactos muy fuertes, cuando procura ganar tiempo, como un boxeador que hace clinch para  recuperar  aire y fuerzas.

Por distintos motivos, este  paso de Kirchner evoca el que dio el lunes 29 de junio de 2009, después de que la lista que él encabezaba  perdiera la elección en la provincia de Buenos Aires y su fuerza fuera derrotada en el país. Pocas horas después de sufrir ese golpe, Kirchner declaró: «Cuando hay un resultado que no es el que uno pensó, hay que tener las actitudes que corresponden» y renunció  “de manera indeclinable” a la presidencia del Partido Justicialista. Después de sentir que recuperaba  la respiración y que había reordenado sus fuerzas, volvió a ocupar el cargo abandonado, siempre “de manera indeclinable”.

El acto del viernes 8 en  Santa Cruz fue una combinación de momentos. Cuando fue convocado no se habían producido aún ni el fallo referido a la Ley de Medios ni el acto de Plaza Lavalle (que  espantó por su agresividad a  franjas del sedicente progresismo que acompaña al gobierno).  El  acto patagónico  estaba ideado para producir un doble ataque a la Corte: por el fallo que  obliga a reponer al Procurador de la provincia, Eduardo Sosa, y también por  lo que la señora de Kirchner y su canciller, Héctor Timerman han bautizado como “justicia cautelar”.  El gobierno se quejaba en ese instante tanto de que la Corte no fallaba (a favor) como de que entrara a fallar (de modo decepcionante para el oficialismo).

Después del  7 a 0 de la Corte, Kirchner tuvo que resintonizar el acto y  recomponer sus fuerzas.  Necesitaba  mostrar que  su posición sigue siendo sólida. Era  inbdispensable, para eso, aparecer acompañado por los gobernadores. Fundamentalmente por el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli.  Después de caer a la lona en su pelea con Clarín y de que le contaran hasta siete, un divorcio explícito del gobernador bonaerense  abría el camino para la toalla. La misma debilidad que le dictó a Kirchner un paso atrás en sus ataques a la Corte le aconsejó la conveniencia de  una reunión a solas con Scioli, no sólo para convencerlo de que estuviera presente en el acto de Santa Cruz, sino para  hacer clinch con alguien a quien – el ex presidente lo sabe- muchos de los jefes territoriales  observan como  el mejor candidato presidencial del PJ, habida cuenta del deterioro del apellido  Kirchner. El hombre de Olivos, a quien más de un intendente del conurbano le manifestó  su preocupación por los ataques al gobernador y por la siembra de candidatos oficialistas  hostiles a Scioli,  simula creer que  las ambiciones del motonauta no superan la búsqueda de su reelección en la provincia.

De todos modos, por cierto, en Olivos no hablaron de candidaturas. Scioli puso condiciones para concurrir a Santa Cruz: voy al acto -dijo – con el sentido de impulsar una solución política para la reposición del Procurador como reclamó la Corte y para oponerme a la vía de la intervención de la provincia. Me voy del acto si eso se convierte en un ataque a la Corte Suprema.

Kirchner en circunstancias como esta sabe  que debe habituarse a tragar amargo y escupir dulce. Dio garantías de que el acto  no sería contra la Corte. De hecho, cumplió. Sabe que hoy no tiene energías para amenazar a los jueces. De todos modos, en un estadio lleno y rodeado por 15 gobernadores, les reclamó a los magistrados que  practiquen la independencia que  proclaman.  Les exige tácitamente  que saquen algún fallo contra Clarín, que sean “independientes de las corporaciones”.  Tiene la ilusión de reparar las fallas de su poder y  recuperar fuerzas para que el reclamo se haga sentir sin tantas sutilezas.

En su discurso agregó un gesto intencionado y ambiguo: prometió volver a fijar domicilio en Río Gallegos. 

¿Qué quiso comunicar? Kirchner juega con los interpretadores. ¿Renuncia a la candidatura presidencial? ¿Amenaza a Daniel Peralta con  presentarse a la gobernación de Santa Cruz? ¿Está sugiriendo implícitamente  que, pase lo que pase, no piensa exiliarse? ¿Le está insinuando a alguien que él no piensa competir por la provincia de Buenos Aires, como ciertas versiones  proponen?  Es posible que  ese anuncio polisémico  busque distintos objetivos. No es imposible que uno de ellos sea  indicar que  le deja a Scioli la vía libre para  buscar su reelección.  En tal caso, hay que pensar que  con  esas palabras busca someter a Scioli al clásico “abrazo del oso”, exhibir ante los jefes territoriales bonaerenses  su voluntad de  arreglo y forzar al gobernador a cumplir la función determinada desde Olivos o a aparecer como el causante de un divorcio.   

Pero conviene, en primera instancia, subrayar  que esas palabras  no significan nada, ni comprometen a Kirchner a nada. Volvemos al 29 de junio del año último y a su “renuncia indeclinable” a la presidencia del PJ.  Estamos ante un  paso al costado táctico después de la cuenta de 7 y cuando ya está decretada la derrota por puntos en lo que él mismo consideró la madre de todas las batallas de este instante.  Como  todo peleador  golpeado y  acosado,  Kirchner busca  hacer tiempo y recobrar oxígeno. Sigue confiando en una piña salvadora. Sabe que  si no se produce ese milagro, si  se cumplen los rounds estipulados, el veredicto final ya está escrito y  no es positivo.

             

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