Opinión Internacional

Polo más rico de mundo presiona por más liberalizaciones

Pese a que los directivos de la Organización Mundial de Comercio, OMC, aseguran haber reducido sustancialmente los puntos de controversia con relación a la fallida cita de Seattle, lo cierto es que en la IV Conferencia Ministerial de la OMC que se desarrolla del 9 al 13 de noviembre en Doha, Qatar, saldrán a luz las enormes diferencias entre los países ricos y los «países en desarrollo» que abarcan temas relacionados con la agricultura, las patentes de los medicamentos esenciales, el medio ambiente, la inversión, la competencia y la aplicación de los acuerdos comerciales.

Estados Unidos y la Unión Europea y los otros países industrializados presionan por una inmediata apertura de una ronda de negociaciones que incluya la liberalización de nuevos sectores, reglas de competencia, inversión y transparencia en contratos públicos y facilitaciones para el comercio. En particular insisten en la liberalización del comercio de los servicios, en áreas vitales como la atención de la salud, la educación, y las industrias culturales, pasando, por los servicios bancarios, los seguros, el turismo, las telecomunicaciones, los servicios profesionales, la lectricidad, etc. Demás está decir que tras bambalinas se encuentran los intereses de las más grandes transnacionales de la industria química y farmacéutica, la agroindustria, la electrónica, los automóviles, el petróleo, el transporte, las comunicaciones y la informática.

Invocando la recesión de la economía mundial agravada por los atentados del 11 de septiembre, el polo más rico y poderoso del planeta pretende imponer de urgencia esta nueva ronda de negociaciones ignorando los pedidos de algunos gobiernos y de la sociedad civil de efectuar primero una evaluación socioeconómica y ambiental del libre comercio desde que se creó la OMC en 1995.

Representantes de países en desarrollo, en el proceso previo a la Conferencia de Doha, han manifestado su insatisfacción sobre la aplicación de los acuerdos comerciales que «no reflejan debidamente las preocupaciones de los países en desarrollo y deber ser reequilibradas». Sin embargo, los países ricos y las transnacionales no quieren evaluaciones. Si se lo hiciera fácilmente saldrían a luz que la brecha entre estos últimos y los países ricos nunca había sido tan profunda; que las promesas de desarrollo, progreso y la superación de la pobreza no se han cumplido; que nunca como ahora los precios de las materias primas que exportan la mayoría de los países pobres han estado tan bajos; que ha avanzado a niveles sin precedentes la devastación de los recursos naturales, la polución y el deterioro ambiental y que se han agudizado los conflictos sociales, étnicos y religiosos.

Si dieran paso a un balance de la mundialización se podría verificar la situación desesperada de millones de medianos y pequeños campesinos/as arruinados y condenados a desaparecer por la importación indiscriminada de alimentos y la actuación de poderosas transnacionales que pretenden apropiarse de los recursos genéticos, las semillas, la producción y las cadenas de comercialización.

En materia de empleo y salarios podría constatarse que, como señala un reciente informe de la Oficina Internacional del Trabajo, «en los países industrializados adelantados se advierte que un comercio más libre está destruyendo puestos de trabajo no calificados y aumentando la desigualdad salarial (y, por ende, la desigualdad global de los ingresos». Y que la liberalización del comercio «ha suprimido puestos de trabajo de gran calidad y creado otros de menos calidad, incluso en los países en desarrollo más adaptados a esta nueva situación». Este tema, que suscitó controversias en Seattle, ha sido dejado fuera de agenda.

Y se podría, así mismo, observar que el impacto de la liberalización comercial ha sido tremendamente desigual y ha profundizado la crisis de un conjunto de países excluidos que dependen de la exportación de productos básicos y cuyo desarrollo industrial ha sido frustrado. ¿De qué sirve el acceso a «mercados abiertos» si no hay nada o muy poco que exportar?

Saldría a luz además que el libre comercio es una falacia pues los países ricos mientras exigen apertura total a los países del Sur mantienen fuertes subsidios a su agricultura (se calcula que por este concepto gastan 1000 millones de dólares al día) y siguen imponiendo restricciones a la importación de textiles y vestidos
provenientes de los países en desarrollo.

En fin, seguramente se pondría en evidencia que, en materia de patentes, los afanes de lucro de las transnacionales farmacéuticas de Japón, Estados Unidos y Suiza no pueden estar por encima del interés general de proteger la salud pública y el derecho que tienen las poblaciones pobres de acceder a los medicamentos, en
particular para hacer frente a epidemias de gran alcance y gravedad, como el VIH/SIDA, el paludismo, la tuberculosis y otras enfermedades. Al respecto, la India y Brasil han venido impulsando una declaración, que cuenta con el apoyo de 60 países, afirmando que los TRIPS (aspectos de la propiedad intelectual relacionados
con el comercio) no deben impedir a un país miembro de la OMC de tomar medidas para proteger la salud pública.

Luego de Seattle, Washington y Bruselas hablan de salvar a la OMC de un nuevo fracaso. Las dirigencias de los llamados países en desarrollo no están en contra de este propósito, solo que esta vez no quieren pagar la factura.

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